martes, 26 de junio de 2012

Carlos Erice Azanza, ¿escritor maldito?

En 2010, gané el X Concurso de Relato Breve del Ayuntamiento de Pamplona, aquel año dedicado al Camino de Santiago, con Los croissants saben más ricos si los mojas en el café. No hubo undécima edición.

A finales de ese año, me llevé el MostrARTEnavarra, modalidad de literatura, con El Pasadizo. En 2011 la literatura fue sustituida por una categoría audiovisual. Afortunadamente, este certamen aún sigue vivo.

En 2011, en Granada me concedieron el IV Premio Paso del Estrecho, por Compro oro. Este año, la organización se ha visto tristemente obligada a no emitir fallo alguno debido a que les han retirado los fondos que financiaban el concurso.

¿Entendéis ahora, queridos amiguitos y amiguitas, por qué no he ganado nada en 2012?

Los jurados de concursos literarios me temen.

Es triste que tu nombre sea el que cierre el palmarés de esos certámenes.

Pero mejor tomárselo a chufla.

Y desear larga vida al próximo que me premie, si se atreve.

lunes, 25 de junio de 2012

Blues y otros cuentos

Aunque he ganado unos cuantos certámenes de cuentos, he de reconocer que no me siento demasiado cómodo en el género. Ni escribiendo ni leyéndolos.

Soy contradictorio, ¿verdad? Pues sí, aunque esperemos que esto no lo lea ningún jurado.

En fin, hace ya un tiempo, Alf Etxarte, cocinero, fotógrafo, escritor, mendigoizale, superviviente, actor y muchas cosas más, me prestó Blues y otros cuentos, un libro de relatos que su hermano, el poeta navarro afincado en Madrid Iñaki Echarte Vidarte publicó hace algo más de dos años con Ediciones Baile del Sol.

Como comentaba, no suelo frecuentar el género, al menos como lector, y como autor lo hago de forma bastante esporádica.

Por eso, uno de los aspectos que más me llama la atención de los libros de cuentos que pasan por mis manos es la capacidad de sus autores de dar a sus libros unidad, aunque sus páginas recojan un mogollón de historias independientes y aparentemente inconexas.

Y, sin duda, Blues y otros cuentos logra este objetivo con aplomo y rotundidad. Apoyándose en sus filias y sus fobias, en sus recuerdos y en sus sueños, Iñaki nos ofrece un libro íntimo, muy suyo y, consiguiendo, a mi juicio, una voz propia, ese grial que tanto buscamos los aspirantes a escritor.

A Iñaki se le nota su vena poética a la hora de mezclar palabras y jugar con los estilos, ofreciéndonos desde relatos de corte clásico a otros más avanzados y experimentales. Y siempre consigue con naturalidad y aparente sencillez superar esa sensación que queda al leer determinados libros de cuentos, que no son más que meras recopilaciones.

Porque el mayor mérito del libro Iñaki es precisamente ése, el de ser un verdadero libro.

De relatos, por supuesto.

martes, 12 de junio de 2012

Premio Paso del Estrecho

He visto con pena que el Premio Paso del Estrecho, que el año pasado tuve la fortuna de ganar, suspende el fallo de este año por no disponer de fondos para la dotación de los ganadores. Es ésta una decisión triste y dolorosa, pero entiendo que, sobre todo, honesta y valiente.

Hace ya tiempo que sabemos que en tiempos de crisis la primera víctima es la cultura y aquí tenemos una prueba más.

Así que, aunque no les sirva de nada en este momento de desconsuelo, mando un fuerte abrazo a toda esa gente entusiasta de Granada que durante estos años ha sacado este concurso adelante, único en su género, que reunía relatos de ambas orillas del Meditérraneo, en árabe y castellano.

Ojalá el año que viene puedan volver a convocarlo.

Como homenaje, reconocimiento y agradecimiento, os dejo este Compro oro que tuvieron a bien premiar en 2011.

El año pasado, en Granada (foto Marian Barnés)


Compro oro

Separación.

Dicen que es sinónimo de fracaso, de derrota, la consecuencia fatal e irremediable del enfriamiento, del distanciamiento, de la crisis. No tengo ni idea. Será. Si lo dicen, será.

En mi caso se trata, sobre todo, de dolor, de dolor por la pérdida, por la ausencia, la de él y la de los niños. Y culpa, muchísimo sentimiento de culpa. Un vacío inmenso y anhelante, un hueco que apenas se me llena en los días que me toca estar con ellos. En mi pisillo de alquiler, en mi corazón, en mis obligaciones. Cuando viven conmigo parece como si sólo estuvieran de paso.

Y es que solo están de paso.

Poca agua para tantísima sed. Y despedirles hasta la siguiente no hace otra cosa más que confirmar esa sensación de mierda y pena que me quema, que me ahoga.

Que te vuelques en el trabajo, recomiendan. Haz lo que mejor sabes hacer, que te sale muy bien y encima te encanta, so cabrona, me dice mi agente. No sabes lo afortunada que eres.

Tirar hacia delante, sí.

No me queda, pues, más remedio que intentarlo. Y me pongo, sin ilusión ni ganas, pero me pongo. Y desempolvo aquella vieja historia que me asaltó cuando escribía la tercera novela. En mi cabeza tengo más que suficiente para arrancar ya, será la sexta, aunque él no esté en pijama para revisarla cada noche, para corregirla, para criticarla y, siempre, para sacarme de quicio.

Tendrás que hacerlo sola. Tú sola.

También te aconsejan viajar, separarte un tiempo de los lugares que te huelen a él, que te huelen a ellos. El nuevo libro es una buena excusa.

Documéntate, me anima mi agente. Investiga. Aprende. Mueve el culo. Qué testaruda es la tía, no se cansa, cómo insiste.

En fin.

Que ya tengo destino.

Orán, está claro.

En busca de ese Orán francés, levantino, árabe y bereber de los años 50 donde quieres mover a tus personajes. O donde ellos te van a mover a ti.

La pena es que, tras varios días de turismo desubicado, aterrizas en Madrid decepcionada, triste y vacía por no haber sabido encontrar lo que habías ido a buscar. Por no haberte topado con esas heladerías valencianas, con esos zapateros o mecánicos menorquines en alpargatas, con la plaza de toros de Les Arènes a rebosar antes de una corrida, con los anuncios de Ricard pintados por las paredes de los zocos o con las parejas de gendarmes franceses patrullando las aceras. No. Todo eso quedó atrás hace ya cincuenta años, en las fotografías en blanco y negro y en las pelis de Pépé le Moko.

En Barajas, tiempo justo para un café rápido antes de seguir volando hacia el norte, hacia esas calles familiares, heladas, quién sabe si nevadas y que, pese a las luces, las castañas asadas y a los villancicos, permanecerán oscuras, frías y silenciosas ante mí, que temo encontrarle, que temo encontrarles, al doblar cada esquina.

—¿Por qué no lo intentas en Melilla? —me sugiere mi agente en la cafetería de la T4—. Es posible que allí encuentres la atmósfera que tu libro busca.

Qué lista es y qué bien se lo monta. No sé si realmente se preocupa por el bien de mi novela (y el de su cuenta corriente, claro) o realmente se mete en el papel de amiga leal que quiere alejarme de la ciudad que me va a amargar las Navidades. Y se levanta, toma mi billete y lo cambia con una sonrisa en el mostrador de Iberia. Que no me preocupe por la ropa, que vaya directa al Hotel Melilla Puerto. Que tiene servicio de lavandería y plancha. Y vistas al puerto deportivo y a la playa de San Lorenzo. Y el clima no es muy distinto del de Orán.

Por eso estoy aquí, unos pocos días antes de Nochebuena, sentadita en la terraza del Café Palace, viendo pasar a la gente.

Una terraza en Navidad.

Qué paradoja. Allí arriba iría por la calle con los cuellos del abrigo subidos hasta las orejas y el gorro hundido hasta los hombros. La bufanda y los guantes. Pero aquí no porque, aunque se note el fresquito cuando acaba la tarde, toca gin tonic mientras me entrego a mi viejo vicio de ver a la gente pasar. De todas las razas, colores, naciones y religiones. Como mi Orán de novela. Ricos y pobres. Europeos y africanos. Trajes de ejecutivo con móvil pegado a la oreja, mujeres elegantes con sus bolsas repletas de compras navideñas, universitarios que regresan de la Península para pasar las vacaciones.

Y entre todos surge ella, plantada junto a una acacia, su cartel negro y amarillo colgándole a la vez sobre pecho y espalda.

Compro oro.

Pago más.

Una dirección y un número de teléfono.

Es una cría, no llegará a los dieciocho, ojos grandes, despiertos, negros como su pelo. También entrega folletos a los que pasan a su lado. Se va a pegar junto a la acacia las dos horas largas que necesito para beberme los tres gin tonics de antes de cenar. Mientras espero la cuenta, la veo marcharse, abrigada por los dos carteles. La imagino avanzar por la avenida de la Duquesa de la Victoria, entre los ejecutivos con móvil, las señoras con bolsas y los universitarios de vacaciones, borrachos ya. Y también entre hombres de bigote y tez morena con chilaba y mujeres tocadas con hiyab. Todos irán como con prisas, bajo las luces de las estrellitas y los papanoeles, de los trineos y los abetos, de las farolas y los semáforos. Mucho tráfico, mucho humo y mucha bocina.

Se perderá por El Mantelete y sus callejuelas. Serán casi las siete y media y Abraham estará a punto de cerrar.

—Hola, Dunia.

—Hola, señor Abraham.

El señor Abraham clasificará a esas horas las adquisiciones del día. Contará el dinero que haya entrado en la caja registradora, recogerá amable los carteles y los folletos sobrantes de manos de Dunia, apagará las luces, girará el letrerito de ABIERTO, se despedirá de ella con esa sonrisa de abuelo que no es y bajará la persiana metálica. Dentro, a oscuras, dormirán alhajas, broches, pendientes, anillos, diademas, monedas antiguas, alfileres, pulseras, gargantillas, aretes, pasadores, botones y gemelos. Recuerdos, recuerdos de familias de uno y otro lado de la valla, y que la crisis ha barrido como el viento de poniente en mitad de verano.

Cenas cordero con miel en la tasca que te recomendó tu agente. Delicioso. ¿Cómo cojones se enteró ella de este sitio? ¿Con quién lo probó? Da igual. No eres tan cotilla como otras. Como ella. Saboreas el té verde y cierras los ojos y te corretean los personajes de papel por el Orán francés donde se mezclan la voz de Aznavour, las coplas de Juanita Reina y las llamadas del muecín desde el minarete. Pero hoy piensas más en personajes de carne y ojos, en esa Dunia que cenará al otro lado de la frontera un cuscús sin cordero ni pollo, rodeada de hermanos pequeños, cuidando de un padre enfermo y de una madre cansada de vivir. En una Dunia que madrugará para intentar pasar algún bulto de contrabando a Beni-Enzar y que volverá a la tienda del señor Abraham poco después de las diez, a recoger su mochila llena de folletos y colgarse los carteles, al pecho y a la espalda. En una Dunia que va a pasar la mañana de guardia junto a la acacia de al lado del Café Palace, a la que querrías invitar a comer para que confirmase tu historia fabulada aunque no te atreverás, por tu miedo a ofender su dignidad. O, más bien, por tu miedo a odiarte en tu opulencia de hipócrita señorona rica del primer mundo. Sabes, también, que ha ido ahorrando estos días pasados. Y que, cuando vaya a hacer su descanso de mediodía, se pasará por la administración de lotería de Pablo Vallesca, 11, cerca de la plaza de España, donde se dejará veinte euros. Mañana puede tocarle el Gordo.

La vas a volver a ver junto a la acacia mientras te entregas al festival vespertino de gin tonics. Por un momento sus ojos marroquíes te recuerdan a los de esos niños del norte, esos ojos que amas, cuya ausencia en Nochebuena te hará insufrible la espera hasta esa Nochevieja que nunca llega.

Cuando sean poco más de las siete Dunia volverá a ponerse en marcha hacia la tienda del señor Abraham. Le verá arquear la caja y clasificar las joyas llegadas ese día. Tras cobrar más de lo acordado le devolverá agradecida los folletos sobrantes y sus ojos enormes se abrirán aún más. Ahí sorprenderá, limpio y brillante, ese cofrecito tan familiar, el de su madre, que guarda las joyas que lució en su boda, y que las lució la abuela en la suya, y la bisabuela, y la madre de la bisabuela.

Angustiada, Dunia se acostará esa noche en su colchón compartido aferrada a su décimo de lotería.

Si esto fuera un cuento de Navidad, al mediodía siguiente decenas de habitantes del barrio del Polígono celebrarían su suerte ante las cámaras del Telediario.

Si esto fuera un cuento de Navidad, Dunia acudiría a la tienda del señor Abraham y recuperaría las joyas de su madre, de su abuela, de su bisabuela y de la madre de su bisabuela.

Si esto fuera un cuento de Navidad, Dunia tendría papeles, como los que me dieron a mí cuando huí de la dictadura argentina a comienzos de los 80. 

Y si esto fuera un cuento de Navidad, yo me dejaría el último gin tonic sin tocar, volaría hacia el norte y me reuniría con él. 

Y con mis hijos.

En casa.

En Nochebuena.

viernes, 8 de junio de 2012

Los fantasmas de Kolmannskuppe

Andaba esta tarde haciendo zapping, a la caza de algún canal en el que ver la ceremonia inaugural de la Eurocopa 2012 de Polonia y Ucrania cuando me he encontrado un programa horroroso sobre una vieja conocida, Kolmannskuppe.

Es éste el nombre alemán de una ciudad fantasma en el desierto del Namib, en Namibia. Fundada a comienzos del siglo XX por colonos alemanes, fue territorio dependiente del II Reich del kaiser Guillermo hasta su ocupación por fuerzas sudafricanas en 1915, en el curso de la Primera Guerra Mundial.

Residencia de Hans Horlein, gerente de la mina de diamantes


Digo que Kolmannskuppe (o Kolmanskop en afrikaans) es una vieja conocida porque redacté algunas localizaciones para Beautiful Rhodesia en ese escenario. Al final no las incluí en la novela, aunque en ella sí se mencionan las aventuras de los mineros alemanes cazadores de diamantes y de los nativos, prácticamente esclavizados, de las etnias nama y herero.

Un siglo después de su época de esplendor, Kolmannskuppe es una ciudad fantasma, invadida por las dunas del desierto.

En el programa que he visto hoy, una cuadrilla de yankis descebrados buscaba presencias paranormales en los edificios abandonados.

Sí os dejo, en cambio, este interesantísimo vídeo en el que, pese a la arena, parece que de cualquier esquina te va a salir un alemán namibio de la época con sus bigotones y su cerveza.

Igual es eso lo que buscaban los cazafantasmas americanos del programita.

viernes, 1 de junio de 2012

Feria del Libro de Pamplona

Sí, de acuerdo, la que se lleva titulares, reportajes y twitters estos días es la de Madrid, pero la mía, la nuestra, es la que me coge a cien metros de casa, en la Plaza del Castillo.

Hoy se ha inaugurado y la tendremos rodeando el kiosko hasta el domingo 10 de junio. Durante estos días, once librerías de Pamplona montan su puesto y muchas otras aplicarán también en sus locales su 10% de descuento en lo que les compres. No lo dudes, aprovecha, compra, que en estos tiempos en los que parece que los que van a cerrar son los bancos, que no nos cierren las librerías, que seguro que lo tienen bastante más complicado.

Casetas en la Plaza del Castillo (foto Javier Bergasa - Diario de Noticias)

La Feria del Libro es también la ocasión para que la literatura navarra asome un poco la patita, para que se vea, para que nuestro vecindario sepa que aquí también se escribe. Firmarán libros o presentarán los suyos gente como César Oroz, Mikel Zuza, Javier Rey, Txema Iriarte, Reyes Calderón, José Luis Martín-Nogales, Iurgi Sarasa, Juan Luis Landa, Joxerra Bustillo, Margarita Leoz, Iñaki Otazu Elcano, Jon Arretxe, Clemente Bernard, Mikel Itulain, Iñaki Sagredo, Begoña Labayen, Eugenio Arraiza, José Luis Allo, S. Elso, J. Calvo, P. Etxarri, Laura Pérez de Larraya, Jokin Azketa, Juan Iribas, Ignacio Lloret, Amaya Ascunce, Mikel Mendibil, Aitzol Lasa y, aunque desgraciadamente no físicamente pero sí a través de sus obras, José Mª Jimeno Jurío. Y, finalmente, a última hora y mientras Casillas ande parándoles penaltis a los italianos, se colará un tal Carlos Erice Azanza, único autor navarro ganador de un premio de novela en 2011, con su Beautiful Rhodesia a cuestas.

Por otro lado, también participaré en la recopilación de textos de Palabras contra la guerra del 6 de junio, con Patxi Irurzun y gente de varios clubes de lectura.

Ojeando el programa, y como no podía ser de otra manera, este año adquieren gran presencia las obras relativas al V Centenario de la Conquista de Navarra.

Así que larga vida al libro (navarro).

jueves, 31 de mayo de 2012

Palmeras en la nieve

No os voy a descubrir ahora mi afición por los temas africanos y por intentar leer cualquier novela o ver cualquier peli relacionada con nuestros vecinos del sur.

Hace unas semanas, en Onda Melodía, entrevistaron a Clara Sánchez y después a mí. Y, a continuación, tuve la oportunidad de conocer telefónica o radiofónicamente (o de ambas maneras a la vez) a Luz Gabás.

Como yo, Luz ha mirado a África para escribir su primera novela. En su caso, a Guinea Ecuatorial, primero colonia, después provincia española y, desde octubre de 1968, estado independiente.

Mis últimas experiencias con novelas españolas ambientadas en África no habían sido demasiado buenas. En algunos casos, me dieron la impresión de que, sobre un manuscrito original, el autor o autora se había visto obligado a prolongar artificialmente la historia hasta alcanzar las 700 u 800 páginas que parece que necesitan ciertas editoriales para apostar por un libro.

Con esa prevención inicié la lectura de Palmeras en la nieve. Una prosa rápida, muy visual, con una historia que mezcla las realidades tantas veces contrapuestas de colonos y colonizados, me atrapó eficazmente.

Amor, aventuras, racismo y represión del emergente nacionalismo ecuatoguineano se unen al dolor y la nostalgia de aquellos españoles que se vieron obligados a abandonar precipitadamente su tierra africana. Luz Gabás hace girar la novela en torno a un tema oculto durante décadas, como es el de las relaciones sexuales y amorosas entre europeos y nativos y, aunque en algunos momentos se acerca peligrosamente al culebrón, sabe alejarse de ese riesgo airosamente.

Así que, si os apetece pasar un poco de calor húmedo, poneos el salacot y preparaos a oler a cacao.

Yo me lo pasé pipa.

Guardia Civil en Santa Isabel (Malabo). Años 60

lunes, 28 de mayo de 2012

IV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

Un año más me ha tocado. A mediados de junio me enfrentaré a unos cuantos microrrelatos sanfermineros con la difícil misión de elegir un ganador, que no tiene por qué ser siempre el mejor.

Se trata sin duda de una tarea divertida, que conjuga dos de mis pasiones, la literatura y los Sanfermines. Y es una ocasión estupenda para reencontrarme con los otros miembros del jurado, José Luis Allo, Patxi Irurzun y Eduardo Laporte, éste último desde lejos pero tecnológicamente cercano.

Desde aquí mi enhorabuena y agradecimiento a blogsanfermin.com, por seguir adelante con esta iniciativa literariosanferminera, enhorabuena extensible también al patrocinador, Bodegas Príncipe de Viana, y al resto de colaboradores, Conservas La Catedral, Castuera, Villa Mc Luhan y el Ayuntamiento de Pamplona.

Os quedan poco más de tres días, hasta las 12 de la noche del 31 de mayo, hora de la península Ibérica, para preparar vuestro relato, de menos de 204 palabras, sobre las mejores fiestas del mundo.

Y el 15 de junio veremos quién gana.

¡Mucha suerte!

jueves, 24 de mayo de 2012

Relatos Coca Cola

Hace muchos, muchísimos años, cuando granos y bigote amenazaban mi cara de crío triste, mi cole me seleccionó para participar en el, aquel entonces llamado, Concurso de Redacción de Coca Cola.

En los institutos de la plaza de la Cruz, nunca he tenido claro si en el Ximénez de Rada o en el Príncipe de Viana, nos juntaron a una cuadrilla de adolescentes a los que se nos suponían ciertas habilidades para componer historietas.

Recuerdo que, en el aula en la que estaba yo, entró un adulto, abrió un sobre y escribió en la pizarra el tema sobre el que debíamos escribir nuestras redacciones.

La Juventud.

Toma ya.

Uno, que ya entonces se apuntaba a lo de la literatura transgresora, trazó un relatillo, puro diálogo, sobre un grupo de chavales que, culo en el respaldo de un banco y pies en el asiento, probaban sus primeras litronas y ducados y compartían sus, también, primeras y descorazonadoras experiencias con las tías.

Y, evidentemente, como en tantos otros concursos después, fracasé.

Ganó un pastelazo sobre los valores y virtudes de la juventud, un panfleto almibarado que posiblemente haya convertido a su autor o autora en eficiente redactor de discursos para políticos.


Alba Matías (foto Diario de Noticias)

El otro día vi en el Noticias que el concurso sigue, que ya han participado 10 millones de aspirantes a escritor a lo largo de sus más de cincuenta años de trayectoria y que la fase navarra la había ganado una chavalita, Alba Matías, con un relato titulado Mi vida en pintura. Como premio, podrá disfrutar de un viaje a Amsterdam.

Me gusta que haya jóvenes que imaginen historias y sepan contarlas. Así que, Alba, mucha suerte. Ojalá que, con el tiempo, si tu sueño es seguir escribiendo, llegues a publicar las que nazcan de tu imaginación.

Yo lo conseguí a los 40.

lunes, 21 de mayo de 2012

Horst Faas

Hace unos pocos días murió Horst Faas. El nombre de este fotoperiodista de raza no nos dice mucho, pero si recordamos las imágenes de dos de los fotógrafos que coordinaba cuando dirigía la agencia AP durante la guerra de Vietnam, seremos conscientes de la influencia de su trabajo en el devenir de la historia del siglo XX.

Nick Ut / Associated Press

Eddie Adams / Associated Press

Hay quien afirma que estas dos fotos, ambas galardonadas con el Premio Pulitzer, hicieron más por derrotar al ejército americano que el propio Vietcong.

jueves, 17 de mayo de 2012

La última de Bardem

No ha rodado con Penélope Cruz ni encarna al malvado en la de James Bond. La última de Javier Bardem es Hijos de las nubes. La última colonia, un documental producido por él y dirigido por Álvaro Longoria.

En esta peli, narrada por Elena Anaya, el actor nos acerca a la realidad del pueblo saharaui, casi cuarenta años desterrado en medio de la nada, en los campamentos de Tinduf, desde que su país fuera entregado por España y ocupado por Marruecos entre finales de 1975 y comienzos de 1976.
Ha sido premiada en el festival del Sahara y mañana, 18 de mayo, se estrena en cines. Al hilo de la situación actual en los países árabes en general y en el Magreb en particular, el director, de la mano de Bardem, nos guía por los tejemanejes diplomáticos y politiqueros que hacen que este pueblo continúe así, esperando, quién sabe si que con una nueva guerra a la vuelta de la esquina.

Sin estrenarse, algunos no han tardado en criticarla debido, precisamente, a la presencia de Bardem. Él afirma que le da igual, mientras se siga hablando del conflicto y no caiga en el olvido.

La que sí me ha causa cierta estupefacción ha sido alguna sinopsis que he leído por ahí, en la que dice que la película recuerda los tiempos idílicos de la presencia colonial española en el Sahara. No sé si será cierto, pero a quien así opine habrá que recordarle los sucesos de Zemla en junio de 1970, cuando siete manifestantes saharauis murieron bajo las balas de los legionarios españoles, así como la desaparición nunca aclarada, a manos de las autoridades coloniales, de Mohamed Basiri, líder nacionalista del movimiento que tres años más tarde se convirtiría en el Frente Polisario.

Yo, por si acaso, quiero ir a verla, con la esperanza de que algún día el pueblo saharaui pueda darle la vuelta, por fin, a su bandera.