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martes, 1 de noviembre de 2011

Luz de noviembre, por la tarde

Decía el otro día que Eduardo Laporte es majo. Lo conocí cuando compartimos deliberaciones como miembros del jurado del I Certamen de Microrrelatos de San Fermín y lo primero que hizo ese día fue regalarme un libro, suyo, Postales del náufrago digital, que recogía un montón de estupendos artículos de los que cuelga en su blog. Ya con eso me ganó, no hay nada como regalarme libros para caerme bien, al loro Olentzero, aunque tampoco hago ascos al whisky, al jamón, a los juegos para la play2 o a un queso bien curado.

Desde entonces nos hemos ido cruzando por ahí, en mails, blogs y otros concursos, como participantes y como jurados, y él siempre tan amable, preguntando cómo me iban mis novelas de africanos o con alguna broma osasunferminera.

Por todo eso, cuando ves que se saca de la manga un librazo como Luz de noviembre, por la tarde, que se lo editan con cariño y que a la gente (y a la crítica) le está gustando, no puedes menos que alegrarte. Un huevo, además.

Yo, que no sirvo mucho para opinar sobre libros, he de decir que me gustó mucho mucho mucho, no sé si porque uno ya intuye que, desgraciadamente, no tardará en vivir experiencias similares a las que él cuenta, si porque me encanta que en los libros que leo salga la plaza del Castillo o se echen un pote en el Ulzama (aunque ni a él ni a mí nos guste demasiado cómo reformaron ambos) o, simplemente, por envidia, porque me gustaría escribir así de bien, ser capaz de describir algo tan íntimo como la muerte con tal calidez y ternura y sin caer en la ñoñería ni la lágrima fácil.

Pues eso, que enhorabuena, Eduardo. Y ya sabes, después de esta ración de azúcar, a cantar las maravillas de Beautiful Rhodesia.

Si se las ves.