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lunes, 20 de diciembre de 2021

El mal invisible

Hace ya unos cuantos meses me lié (o me dejé liar) en un proyecto tan bonito como ambicioso y complejo. De la mano de Frida, Asociación Navarra de Fibromialgia, Síndrome de Fatiga Crónica y Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple, un grupo de escritores y escritoras de Navarra nos propusimos conocer a pacientes que sufren estas enfermedades y, de algún modo, darles voz.

De este modo nació El mal invisible. Relatos sobre la fibromialgia, un libro de cuentos acerca de estas enfermades. En este punto conviene señalar, aunque resulte obvio, que este es un libro literario, para nada médico, puesto que nadie de quienes hemos participado en su elaboración lo somos.

Creo, además, que este libro es, sobre todo, humano, muy humano. En mi caso me tocó charlar con Maider Aguirre, quien me contó cómo había vivido el diagnóstico y cómo es su vida cotidiana. Su testimonio inspira mi relato Noticias crónicas, en el que hay cosas que ella me contó y otras que no.

Tengo la suerte de compartir textos en este libro con escritores a quienes quiero un cojón y medio. En sus páginas encontraréis relatos de Tadea Lizarbe, Carlos Bassas, Estela Chocarro, Miguel Izu, Sandra Iraizoz y Susana Rodríguez Lezaun. Ha sido un gustazo trabajar con semejante equipo.

Ahora solo queda que te aproximes a conocer esta realidad a través de un género tan bonito y literario como es el del relato corto.

Tuyo es el reto.

Y el disfrute.




miércoles, 12 de diciembre de 2018

Con el Club Taurino Mazzantini

Hace unos días publicábamos en este blog la noticia. Que, por cierto, y por si alguien lo dudaba, es cierta. De hecho, el pasado 2 de diciembre recibí el XXV Premio Club Taurino Mazzantini.

Entrega del galardón. Foto: Club Taurino Mazzantini

 Adjunto unas imágenes de la comida en el Betiko, emotiva y estupenda, y del propio galardón.

Tertulia de sobremesa. Foto: Club Taurino Mazzantini

Mil gracias una vez más al Club Taurino Mazzantini, que demuestra año tras año cómo promover cultura, sabiendo implicar además a otras entidades como la banda de música de Laudio/Llodio, el grupo Algarabía o el grupo literario La Tétrada. Las alianzas entre colectivos culturales populares son, hoy en día, imprescindibles.

 
Fue un día acojonante.

Eskerrik asko.
Premio Club Taurino Mazzantini. Foto: Carlos Erice (se nota)

martes, 13 de noviembre de 2018

Ganador del XXV Premio Club Taurino Mazzantini

Hacía tiempo que el teléfono no sonaba con estas cosas. Pues bien, ha vuelto a hacer ruido. Mi cuento Como cada cinco, una historia de guiris sanfermineros y sesenteros, ha ganado el XXV Premio Club Taurino Mazzantini.

El próximo 2 de diciembre viajaré a Llodio-Laudio para recogerlo.

Con la ilusión de la primera vez.


jueves, 30 de marzo de 2017

Presentamos O, de Alejandro Pedregosa

Alejandro Pedregosa, ese granadino de Sarriguren que da más vueltas al mundo que Chris Froome, presenta la semana que viene O, su nuevo libro de relatos.


Será el viernes 7 de abril, a las 18:30, en Elkar Comedias, en Pamplona.


Carlos Bassas y yo le daremos patadas por debajo de la mesa.



lunes, 27 de febrero de 2017

Bautismos de marzo

Como prolegómeno a la primavera, que como siempre nos traerá un montón de actividad y novedades literarias, arrancamos mes con un par de presentaciones.


Este jueves 2 de marzo, en Walden, tendré el honor de presentar el primer libro de Lucas Eza. Cuentos para no ganar y Nana, nanita, nana es el título de este volumen doble que recoge una selección de cuentos y poemas que el autor murchantino confía, inconsciente él, que yo comente con acierto. A partir de las 19:30, charlaremos sobre sentimientos, inspiraciones, estilos y todas esas cosillas sin importancia que alimentan la literatura.


De paso, seguro que nos reímos y no hay que olvidar que ninguna ocasión es mala para visitar la preciosa librería de la calle Paulino Caballero.




Otro debut poético nos aguarda para el día siguiente, el viernes 3 de marzo, en Elkar Comedias. Allí, a las 18:30, Beatriz de Silva nos presentará Mármol, su primer poemario, que probablemente recoja algunas de las vivencias de sus años pamploneses.




Como veis, marzo comienza con debuts literarios, con primeras veces, que esperamos que sean  muchas más.


Y a ver si ya, de paso, Osasuna se aplica el cuento y nos regala la primera victoria de la temporada en El Sadar.


Que ya es hora.

viernes, 27 de mayo de 2016

Feria del Libro de Pamplona 2016

Ya está en marcha, y con buen tiempo, la Feria del Libro de Pamplona en la plaza del Castillo.

Este lunes 30 de mayo, a las 17.30, nos juntaremos por ahí un grupo de cuentistas para hablar de 24. Relatos navarros.

Además de esa cita ineludible, la feria te ofrece un montón de actividades más, como podéis ver en el programa.

Hasta el 5 de junio.

 

jueves, 12 de mayo de 2016

24. Relatos navarros, de Potes y Libros

El próximo jueves 19 de mayo, a las 20.00, nos juntaremos en la Peña Anaitasuna (calle San Francisco, 14) una buena tropa de escritores y escritoras.

La excusa, hablar de nuestra cría colectiva, 24. Relatos navarros.

El objetivo real, darle fuerte a los potes y a los pintxos con los que nos agasaja la Peña Anaitasuna.

¡Así que allí nos vemos!

 

jueves, 5 de mayo de 2016

24. Relatos navarros en la tele

El otro día, en Katakrak, un equipo de Nafar Telebista nos grabó a Maribel Medina, Iñaki Echarte, Carlos Bassas, Susana Rodríguez y a mí hablando de 24. Relatos navarros.



Fue una nueva ocasión para juntarte con gente a la que aprecias y cuya obra admiras. Y, pese a los nervios, pasamos un buen rato.

Aquí tenéis el resultado.

 

jueves, 30 de octubre de 2014

El Pasadizo

El Pasadizo me hizo ganar, en 2010, el MostrARTEnavarra. Fue el primer premio que me traía a casa, después del tercer puesto que obtuve, en el mismo certamen, un año antes. Desde entonces, de vez en cuando, algunos jurados han seguido alimentando mi vanidad.


El Pasadizo
 
Todavía recuerdo sin la menor dificultad aquella primera mañana. El mismo traje de chaqueta de Zara que compré para la entrevista, los mismos zapatos vainilla y el mismo rímel para las pestañas. El mismo 205 oxidado con la L colgando en la luna trasera y el tubo de escape pedorreteando por la A-15, rumbo a Olite. Y las mismas ganas y los mismos nervios.
Por fin. Mi primer día de curro. La cabeza llena de pájaros. Y de ilusiones. Monísima. Igualita igualita que el día de la entrevista. Medio año de prácticas por delante. Recursos Humanos. En una bodega. Becaria. Cuatro perras. Otoño e invierno. Nóminas. Contratos. Finiquitos. Impresos para los seguros sociales. TC1. TC2. Confiar en que, cuando no tengas ni puñetera idea, alguien te enseñe. Igual que en el insti. Aunque aquí las cagadas se paguen, no como en el insti. Y venga, chica, arranca ya para Pamplona, no vaya a ser que nos cierren la oficina, presentemos los papeles fuera de plazo y dejemos a toda esta gente con el culo al aire.
Responsabilidades.
Futuro.
Adulta.
Pero aquel primer día todo resultó muy diferente a lo que yo imaginaba.
Todo.
Y, además, se me arruinaron los zapatos vainilla.
Alicia, la directora del departamento, mi ya jefa, me recibió en vaqueros. Dos semanas antes, en la entrevista, parecía una mujer mucho más sofisticada. Una ejecutiva de ésas, de las maduras y modernas. Jefa de Recursos Humanos. En una bodega de prestigio. Mujer elegante. Profesional excelente. Triunfadora.
Pero no. Aquella mañana no. En mi primera mañana no. Sin maquillar. Vaqueros, botas de monte, jersey de cuello alto y la melena recogida en una coleta. Y lo peor fue cuando vi pasar, fugazmente, al gerente. ¡Él también iba con tejanos y camiseta! ¡Con su calva y su barriga! ¡Patético!
—Ay, querida —se disculpó entre divertida, despreocupada y apesadumbrada—, olvidé decirte que, en época de vendimia, es tradición que todos los jueves salgamos por la mañana a recorrer los viñedos. ¡Tendría que haberte avisado para que vinieras con ropa cómoda! ¡Perdóname!
Y así fue cómo mi único pantalón decente, mis únicos zapatos decentes y todo mi supuesto aplomo de novata sabihonda acabaron perdidos de barro. Gracias al cielo, gris en aquella mañana lluviosa de septiembre, mi jefa me acompañó en todo momento. Como queriendo compensar su despiste, como lamentando que se me estropeara aquel aspecto impecable con el que proclamaba ingenua mis intenciones de comerme el mundo en mi debut laboral.
—A los dueños les gusta que todas las personas que trabajamos aquí mantengamos contacto con la tierra. Dicen que si no la sentimos, si no la pisamos, si no la recorremos, si no la olemos, nunca seremos capaces de amarla y mucho menos de apreciar el vino que nos da. A mí eso me parece una chorrada solemne, qué quieres que te diga, pero es una buena ocasión para pasear fuera de la oficina, tomar el aire y conocernos un poquito mejor. ¿No te parece? ¡Además los dueños son los que pagan! ¡A mandar!
Dejamos atrás nuestras oficinas, nuestras naves y nuestros depósitos. Y más atrás aún la carretera, la urbanización y las torres del castillo. Ella me acompañó atenta entre las hileras de viñas, dispuesta a sostenerme si resbalaba. El suelo húmedo aparecía sembrado de racimos que habían caído enteros y maduros. La tierra mojada inundaba mi nariz, mezclada con aroma de sarmiento, de uva y de cierzo fresco. Pese al barro que me engullía hasta casi la rodilla, disfruté de la compañía de Alicia y de sus primeros consejos en mi puesto de trabajo.
Entre las cepas, con la cerviz gacha, temporeros y temporeras de Marruecos, Ucrania, Ecuador, Senegal, Colombia, Argelia o Rumanía se afanaban en el corte. Con habilidad paciente despojaban a las vides de los racimos de fruto que luego secaban con mimo y un trapito antes de arrojarlos en los grandes cestos de mimbre o goma. Los granos mojados podían perjudicar la calidad del resto de la uva.
Alicia fue capaz de saludar a casi todo el personal por su nombre de pila. Otra buena enseñanza sobre cómo dirigir un departamento de recursos humanos. Hola Miguel. Hola Baschir. Hola Oksana. Hola Fernando. Hola María. Hola Nicolae. Hola Vladimir.
Hola Saleha.
Hola, doña Alicia, contestó en medio de una sonrisa sin dientes una mujer de cara arrugada, atrozmente doblada bajo el cesto repleto que transportaba hasta el remolque donde otros trabajadores descargaban sus capazos.
Impactada por la escena, no pude evitar preguntar:
—¿Es normal que una mujer tan mayor cargue con semejante peso?
Así conocí la historia de Saleha, nuestra Saleha.
Nador.
Cualquier mañana de uno de los muchos meses del año que no pasa vendimiando en Olite.
No son las cinco todavía. Ella espera a pie de carretera, cerca de su casa de muros de adobe y techos de plástico y uralita. Destemplada. Tiritona. Su primo la recoge con un Mercedes desvencijado. Y en su ruta hacia Beni Enzar, en la frontera con Melilla, otras personas montarán. Y formarán una caravana con otros coches de otras carreteras. De otros pueblos. Repletos de pasajeros, también. Mujeres en su mayoría, también. Han de estar ahí antes de las seis. El Mediterráneo apenas empieza a vestirse de naranja en el horizonte. Todos hacen cola frente al puesto fronterizo. En un momento indeterminado, alrededor de las nueve, el gendarme abre perezoso la verja, la masa cruza ordenadamente la tierra de nadie y hace cola otra vez.
La Guardia Civil.
¡Orden! Pasaportes. Abra ese paquete. Adelante. Despacio. Alto. ¡Sin empujarse, mecagoendiós!
Así cada mañana. Cientos de personas. A veces miles. Caminata polvorienta. Pinos. Bajeras con letreros. Se alquila. Eucaliptos. Bares abiertos, olor a café y bollos y ni un euro en los bolsillos. Europa en África.
Cuando se acercan a la explanada aparecen varias camionetas blancas. Los más rápidos echan a correr hacia ellas, sin siquiera esperar a que se detengan. Abren las puertas y buscan los fardos más grandes, los más pesados. Se paga por kilos, nunca más de seis euros el bulto. Ropa usada, papel higiénico, galletas, compresas, macarrones, toallas. Las mujeres, más lentas, aún habrán de caminar casi un kilómetro por senderos de tierra, polvo o barro, hasta las naves industriales en las que los contrabandistas españoles almacenan su mercancía.
Y lejos, tan lejos que ni se ven, la ciudad modernista, con la Casa Tortosa, el edificio La Reconquista o la Casa Melul, la Mezquita del Toreo, el puerto deportivo, la playa del Hipódromo, la iglesia de la Purísima Concepción y el cuartel de Regulares. Y cerca, tan cerca que se huelen, el vertedero y las chabolas de subsaharianos y paquistaníes.
Saleha emprende el camino de vuelta hacia Marruecos. Sesenta kilos crujen sus vértebras. Hay quien es capaz de transportar cien. Sudor y lamentos. Plegarias musitadas. Pies a rastras. El cuello ligeramente incorporado. La frente alta bajo el hiyab. Pasos muy breves.
Las motos y los coches esquivan en los pasos de peatones a los porteadores que apenas pueden ver dónde pisan. Se tambalean. Es el Barrio Chino. Por fin llegan a la jaula, al torno que gira y gira para darles paso desde el lado español.
A partir de ahí unas docenas de metros entre paredes de ladrillo coronadas por alambre de espino. Un horno en verano. Una nevera en invierno. Una ratonera siempre. Nada que beber y menos si es Ramadán. Apenas hay espacio suficiente para una de estas filas de mulas humanas.
Es el Pasadizo.
En el lado marroquí, el gendarme cobra su rasca, su mordida. Unos céntimos por cada fardo. Son las tasas que gravan la importación de mercancías.
Eso es lo que les explica, y sonríe.
Didáctico.
Cínico.
Cabrón.
Ya de nuevo en Beni Enzar, Saleha busca a su primo, el del Mercedes. Le ve hablar con otro hombre tan malencarado como él. A duras penas se desprende del bulto, que suelta a sus pies, aliviada. Intenta enderezar la espalda. Duele. Duele mucho. Muchísimo. Esconde un billete de cinco euros en un saquito de arpillera que oculta entre lo que queda de sus pechos flacos y resecos y vuelve a la frontera a la carrera, intentando evitar que los pies cansados se le enreden en la chilaba. Si tiene suerte, conseguirá un segundo paquete. Otra vez sesenta o más kilos de ropa usada, papel higiénico, galletas, compresas, macarrones, toallas. O un par de neumáticos viejos y desgastados. Como ella.
Si tiene suerte.
Por eso apenas necesito unos segundos para comprender que casi no le cueste esfuerzo cargar con los cestos llenos de uva y esperanza y volcarlos con tanta facilidad en el remolque.
Hola, doña Alicia, sonríe al pasar de nuevo.
Mi jefa me explica:
—¿Sabes? Cada año Saleha se lleva dos botellas de vino joven, etiquetadas, a su casa de Nador. Dice que su marido las guarda en una repisa, sobre la cocina de leña. Son musulmanes. No se las beberán. Pero las conserva con celo y orgullo, porque son los trofeos de su mujer, sus propias Copas de Europa, las que se gana cada septiembre cuando viene a trabajar aquí. Año a año, capazo a capazo, arrancadas a la tierra. A esta tierra, a la que pisas, a la que debemos aprender a sentir, a la que debemos aprender a amar, como quieren los dueños.

 

Ha pasado el tiempo desde aquel paseo matinal que arruinó mis zapatos vainilla y los bajos de mi único pantalón decente.
Las vendimias se han sucedido.
Una tras otra.
La becaria superó su trauma del primer día.
Demostré no tener un pelo de tonta y aprendí mucho de nóminas, contratos, permisos de trabajo y seguros sociales.
Y de vino.
Con mis primeras cuatro perras fui otra vez a Zara y me compré traje y zapatos nuevos. Ya no se llevaba el color vainilla.
Terminadas las prácticas, pasé a formar parte de la plantilla de la bodega. 
Y, con mis primeras canas teñidas, llegué a gerente.
Saleha ya había dejado de venir a Olite al final de cada verano.
Pero yo copié su vieja costumbre. Cada Navidad, nunca me olvido de enviar una caja de doce botellas a mis abuelos en Bulgaria.
Para que las compartan.
Con mis tíos y mis primos.
Y para que se acuerden de los parientes que hace ya tanto tuvimos que instalarnos en esta tierra.

 
 

martes, 9 de septiembre de 2014

La sombra de Caín, de Alejandro Pedregosa

Por si la cantera no diera frutos suficientes, la literatura negra navarra ha estado haciendo fichajes flamantes durante el último par de décadas. Jon Arretxe, Reyes Calderón, Dolores Redondo o Carlos Bassas son claros ejemplos.

La incorporación más reciente es la del andaluz Alejandro Pedregosa, al que le ha dado por irse a vivir a Sarriguren, esa ciudad-barrio de la que Patxi Irurzun es el rey, literario, se entiende, que si no, me sacude.

Alejandro, Pepo, ha triunfado con tres novelas policíacas ambientadas en tres lugares y tiempos muy concretos, la Pamplona sanferminera en Un extraño lugar para morir, el Camino de Santiago en Un mal paso y la Puerta del Sol del 15M en A pleno sol.



A sus poemarios hay que añadir esta recopilación de relatos, La sombra de Caín, que fueron publicados en su momento en periódicos como Sur, Ideal o El Diario Vasco.

En esta colección, Pedregosa, fan acérrimo de la Real (nadie es perfecto) saca lo más negro de sí mismo a través de unos personajes implicados en corruptelas políticas, tráfico de drogas, robo de bebés o mafias internacionales.

Pero, sin duda, la verdadera protagonista de este librito es la venganza.

Así que, después de esta tarde de lectura, me quedo con dos cositas, una, que no pienso cabrearle, y dos, que voy a seguir leyéndole.

 

jueves, 13 de marzo de 2014

La dama de Monte Arruit

El pasado 7 de marzo, en Aranda de Duero, este cuento resultó ganador del X Certamen de Relatos por la Igualdad de Género. Para mí iba a ser una jornada de fiesta pero, una vez más, el terrorismo machista nos amargó el día.

Foto: Diario de la Ribera


Aquí os dejo el relato.


La dama de Monte Arruit


Siempre, siempre me han llamado marimacho. ¿La razón? Si te soy sincera, no tengo ni puñetera idea. Tópicos, supongo. Y la gente, la gente, que le gusta mucho hablar, hablar y hablar, hablar por no callar, siempre raja que te raja, sobre los demás, claro, como si no tuvieran bastante con sus vidas; qué simple es la peña, hay que joderse, qué simple, y qué cotilla, y qué imbécil.

         Crecer rodeada de hermanos, jugar a balonmano desde los siete años, maquillarme cuatro veces contadas al año o haber estudiado FP, rama mecánica.

         Por lo visto, eso marca.

         Que te vean siempre con el pelo corto y el mono azul de prácticas manchado de grasa o que no se te haga el coño agua ante el primer chulazo guaperas que te mire en un bar.

         Marimacho.

         Así te llaman.

         Aunque los tíos me ponen, joder, vaya que si me ponen.

         Pero parece que hay uno que no se quiere dar cuenta.

         Aunque ese sea otro tema.

         En fin.

         El caso es que, cuando montamos la fiesta para celebrar mi enganche, no fue demasiada la gente que se sorprendió. Mi madre muy poco y mi padre todavía menos. Y a los imbéciles de mis hermanos les dio igual. Eso sí, mis amigas se hartaron de pedir y, sobre todo, de imaginarse explicaciones.

         A la Legión, qué guay, tía.

         ¿A la Legión? Estás chalada, tía.

         La Legión. Eso estará lleno de tíos, tía.

         Nunca he tenido claro el porqué, pero sentía curiosidad. Curiosidad y atracción. Verles de cría en los desfiles de la tele, en mangas de camisa pese al frío de pelotas, el paso a toda leche, el mentón bien tieso y la cabra, claro, siempre la cabra, la borla del chapiri danzando al ritmo de ese trotecillo tan cómico.

         De aquellos sueños infantiles vinieron estos lodos adultos. Cuando te planteas en serio la idea, las dudas se te agarran al alma y no te sueltan, que si esto que si lo otro, que si es un trabajo vocacional y no estás muy segura, que si es solo para gente muy muy muy convencida. Comerte el coco sobre la almohada, hasta las tantas, los ojos como platos clavados en el techo, pensando en si servirás o no.

         Miedo, miedo al fracaso, miedo a no poder.

         Miedo a no volver.

         Darle vueltas a si no sería preferible buscarse un curro más sencillo, más normal, más como para mí, más femenino, como te llega a decir algún —o alguna— gilipollas.

         Pero no. Te lanzas. Empiezas a prepararte y superas los obstáculos, los que te has puesto tú, los que te pone esta sociedad y toda la retahíla de pruebas físicas y psicotécnicas que hay que pasar antes de que te admitan.     



No fueron fáciles los meses de instrucción en Viator, lejos ya de casa; saltar de la cama a toque de corneta, a formar, a correr, pedregal arriba, pedregal abajo, la mochila cargada, el uniforme empapado de sudor, de lluvia, el hombro amoratado tras cada práctica de tiro y las botas, siempre las putas botas, jodiéndote los pies.

         ¿Novia de la muerte?

         Los cojones, novia de las ampollas.

         La verdad es que éramos pocas. Pocas y, al principio, bastante asustadas. Las damas legionarias. No sabíamos muy bien dónde caíamos, cómo nos iban a tratar, si nos iban a infravalorar, por ser chicas, o a hiperproteger, por lo mismo. Y no sabíamos con cuál de las dos alternativas quedarnos.

         Si es que alguna de ellas era preferible a la otra.

         Pero no hizo falta elegir una, no. Porque al final resultamos ser como todos, sin polla y con tetas, eso sí, pero iguales, como nuestros compañeros, como los caballeros legionarios.

         Y ya hace tiempo que el cuartel Millán Astray se ha convertido en mi casa, nuestra casa, una casa que muchas tardes se escapa de esta carretera de Rostrogordo y se pierde por La Taberna Andaluza, el Döner King de Juan Carlos I, los chanquetes del Caracol Moderno, los boquerones de Casa Juanito o los zocos árabes de las callejuelas del Mantelete.

         Orgullosas de nuestro trabajo, de habernos hecho un hueco respetado en este mundo tan, hasta anteayer, de hombres, solo de hombres, de los más hombres de todos. Y de no haber tenido que, por ello, renunciar a nuestras cosas, a nuestras chorradas y no tan chorradas, a salir de compras, a cotillear, a pintarnos el ojo o a querer ser madres.

         Felices en Melilla.

         Aunque a veces saltemos un fin de semana a la península, a Málaga, por ejemplo, para cambiar de aires y de juerga. Incluso hay ocasiones en las que subo un poquito más, a mi antiguo hogar, para ver a mis padres y a los imbéciles de mis hermanos.

         Ya veo que el ejército en África te sienta de maravilla, hija, no es como en mi época, me suele soltar mi tío, que hizo la mili en el Sáhara, a sesenta grados al sol. Cada vez que le veo, el tío sube la temperatura otros cinco grados; seguro que, para cuando les visite en Navidad, el termómetro de su memoria habrá superado los cien. Imagino que, cuando sea vieja y se me caiga fofo el culo, me pondré igual de pesada recordando el Líbano y Afganistán, las patrullas, las imaginarias, el calor y las bombas.

         Hoy es domingo, anoche tuve guardia, hoy toca fiesta y la aprovecho en la playa de San Lorenzo. El bikini me sienta bien, solo faltaría, con diez kilómetros diarios de carrera continua y no sé cuantas horas de gimnasio. Aunque a veces dé un poco de vergüenza nuestra piel legionaria bronceada a dos colores, con estos brazos que más parecen de ciclista, albañil o taxista.

         Hace un rato que Rafa se ha traído su toalla y se ha sentado a mi lado. Nos llevamos de puta madre, es majo, amable, buen compañero, se puede hablar con él y no es feo. Polvable, dice la cabo Sáez. Y estoy de acuerdo, aunque no sea, ni de lejos, el más guapo del Tercio Gran Capitán. Pero en fin, que yo no busco eso, o sí, ya veremos, yo qué sé.

         —¿Te apetece que hagamos algo esta tarde? —me pregunta.

         Por un momento fantaseo con las opiniones de la cabo Sáez.

         Una vez descartadas, me incorporo, me recuesto sobre los codos y giro la cabeza, mi barbilla señalando al sur, los ojos entrecerrados por culpa del reflejo hiriente del sol sobre la arena y el Mediterráneo.

         —¿Marruecos?

         —No sabía que te gustara fumar —me suelta Rafa.

         —Y me gusta, pero me sienta de culo —le contesto—. Me refería a otra cosa, más en plan tranqui, en plan excursión.

         Rafa pone cara de majadero, esa tan común entre los tíos, y termina por ponerse de pie.

         Se sacude la arena de las piernas y los brazos y me ofrece su mano.

         —En marcha, tía.


Estamos en Monte Arruit. Me he alejado un poco de Rafa, quiero estar sola. Tal vez este sea el motivo por el que yo quiera currar aquí, en el ejército, en la Legión, en África.

         Sí, puede ser.

         Aquellas historias terribles que me explicaba mi abuelo de cría, a la hora de la merienda; que me repetía lo que su tío le contara en su día sobre mi bisabuelo, sobre el padre de mi abuelo, que murió aquí.

         Mi sangre.

         Una no puede evitar el escalofrío. No. Aunque el aire que sople sobre estos pedregales sea seco y caliente. Imaginas a tres mil hombres sitiados, mal armados, mal vestidos y peor calzados, hambrientos, heridos, atrozmente sedientos. Mal dirigidos. Las granadas de mortero de los rifeños, las ráfagas de ametralladora, los disparos aislados en la noche, la fiebre, las bocas secas, el aullar de los animales y los labios despellejados.

         A veces los moros prometen cosas, que les van a hacer llegar víveres, agua, medicinas. Ofrecen treguas, negociaciones. Hay quien les cree, hay quien no. Como hay quien cree que va a aparecer una columna de Melilla en su auxilio, que se lo ha soplado un sargento de Pontevedra, que lo sabe todo, que es inminente. Pero que nunca llega. Como mucho, a veces, un aeroplano deja caer cuatro sacos con comida y hielo, para suplir la carencia de agua. Aunque los paquetes casi siempre aterricen detrás de las líneas de los hombres de Abd-el-Krim.

         Y hay también quien se cabrea, quien no aguanta más, y culpa a los ministros, a los generales, al rey, ¿qué hostias hacen en este puto monte en un país que no es el suyo? ¿Por qué no están aquí los hijos de los ricos? ¿Eh? ¿Por qué? ¿Por qué solo mueren los pobres?

         Indignación. Miedo. Frío. Calor.

         Sed.

         Moscas.

         Agotamiento.

         El 9 de agosto de 1921 el general Navarro recibe un mensaje por heliógrafo. Ha sido autorizado a rendirse. Los soldados de reemplazo españoles, apenas unos críos, amontonan sus armas y se preparan para un humillante y lastimoso repliegue hacia Melilla.

         Pero jamás llegarán a su destino.

         Los guerrilleros de las harkas del Rif asaltan el fuerte y los pasan a cuchillo.

         Así murió mi bisabuelo, sí, y por aquí andará enterrado, lo poco que quedara de él, más bien, aunque ahora, en este pueblo, tampoco quede nada de la época, apenas las ruinas de una aguada, el humilde depósito que abastecía de agua potable al puesto español.

         Sigue soplando este aire seco y caliente, que despeina y enloquece, que te trae el silbido de las balas, los gritos de agonía y el olor a sangre y alpargata.

         Y en Melilla, el pánico. Tras el desastre de Annual, la caída de Nador y Zeluán y la matanza del Monte Arruit, no son pocos los que creen que de un día para otro los rifeños serán capaces de presentarse en la ciudad y saquearla. Los más agoreros disfrutan ya, incluso, anunciando apocalípticos los aullidos, los descuartizamientos y las violaciones. Los que pueden intentan hacerse con un pasaje rumbo a la Península, en unos barcos que no aparecen. La histeria domina el muelle, y los carabineros y guardias civiles se ven obligados a disparar para protegerse de la muchedumbre que los arrolla en avalancha enloquecida.

         La llegada del Tercio de Extranjeros a bordo del vapor Ciudad de Cádiz devuelve la fe a la ciudad asustada, que los recibe entre vítores, esperanzada, aliviada, rescatada.

         Unos meses después de la matanza, la Primera Bandera de la Legión, en la que sirve el hermano de mi bisabuelo, retoma Monte Arruit. Esos legionarios crueles y feroces entierran, entre lágrimas, náuseas y gritos de venganza, los restos degollados, momificados, acartonados, consumidos y resecos de aquellos soldados desgraciados. A su vuelta, el hermano de mi bisabuelo es clemente con mi tatarabuela y mi bisabuela. Les miente, tranquilas, que he podido identificar el cuerpo y enterrarlo cristianamente; tranquilas, tranquilas, que ya descansa en paz.

         Nunca les enseñará a su madre ni a su cuñada embarazada las fotos de aquellos cientos de cadáveres irreconocibles a los pies de los muros del fuerte, pasto del sol y las alimañas.

         —¿Por qué lloras, señora? —un mocosete del pueblo, de unos diez años, con camiseta del Barça, pantalón de chándal y acento bereber, me observa con ojos más grandes que su cara.

         —Es que aquí murió mi bisabuelo. Hace muchísimos años.

         El chaval pone cara de extrañeza, aunque acaba por encogerse de hombros y me sonríe cómplice:

         —Y mi tatarabuelo. Lo mataron los españoles.

         Me acerco y le acaricio la mejilla con la mano todavía húmeda de mis lágrimas escondidas.

         —Eso no volverá a pasar, chaval. Nunca.

         Ya de camino al coche de alquiler, Rafa me pregunta:

         —Y dime, mi querida dama legionaria, ¿estás bien? ¿Has encontrado lo que buscabas?

         No digo nada, pero asiento sutilmente, de forma casi imperceptible. Aunque, para mi sorpresa, parece que Rafa lo nota, asume el dolor de mis recuerdos familiares y cambia de tema, como quien no quiere la cosa, como quien no quiere molestar.

         Giro la llave del contacto y quito el freno de mano del coche de alquiler.

         —Por cierto, chica, ¿quién era ese crío?

         —Un amigo, Rafa, un amigo.

 

martes, 25 de febrero de 2014

Ganador del X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género

Ya he comentado en otras ocasiones que mi apuesta por la igualdad entre las personas la canalizo a través de la literatura.

Por eso, cuando suena la flauta y te lo reconocen, la alegría es doble.

Como hoy, cuando he recibido una llamada de Azucena Esteban, concejala del Ayuntamiento de Aranda de Duero.

La dama de Monte Arruit, una historia de legionarias destacadas en Melilla, ha ganado su X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género.

Pues eso, que seguiremos luchando por la igualdad.

De todos.

De todas.




lunes, 6 de enero de 2014

Mis libros favoritos de 2013

Conociendo como conozco el poder que tengo sobre el público y no queriendo influir en las ventas de librerías y editoriales, he querido dejar que pasaran estos días antes de lanzar esta lista modesta, en la que aparecen mis lecturas favoritas de 2013.

Como siempre, ha habido de todo, novedades y clásicos, novela negra y de otros colores, relatos y ensayo.

No sigo orden alguno, ni siquiera todos son novedades, puesto que siempre me ha resultado decir si un libro es mejor que otro. Lo que sí puedo afirmar es que, de todo lo que ha caído este año, estos son los que más me han gustado, aunque ha habido más que también podrían figurar aquí...

  • Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
  • Tu rostro será el último, de João Ricardo Melo.
  • Lágrimas sobre Gibraltar, de Carlos Díaz Domínguez.
  • La tristeza de las tiendas de pelucas, de Patxi Irurzun.
  • Un hermoso lugar para morir, de Malla Nunn.
  • El perfil de los sueños, de Maribel Romero Soler.
  • Naturaleza casi muerta, de Carme Riera.
  • Una llama misteriosa, de Philip Kerr.
  • Petirrojo, de Jo Nesbo.
  • Correr a ciegas, de Javier Díez Carmona.
  • El día del Escorpión, de Paul Scott.
  • Memento mori, de César Pérez Gellida.
  • Purga, de Sofi Oksanen.
  • Donde dejé mi alma, de Jérôme Ferrari.
  • 612 euros, de Jon Arretxe.

Y dentro del género de ensayo, que cada vez leo más, me quedo con Querido Labordeta, de Joaquín Carbonell, que nos acerca deliciosamente el alma de Aragón, esa desconocida, y sobre todo la de aquel hombre maravilloso que tanto gustaba a mi abuela, por sus canciones y por las cosas que decía y hacía.


 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Volvemos a la senda del triunfo

Ayer se hizo oficial. Tras un par de años de menciones, accésits y puestos de finalista, he vuelto a ganar un concurso. Ha sido en Guadix, en Granada.

Para quienes disfrutamos alimentando el ego, recibir una noticia de este pelo nos hace sacar pecho, pues han concurrido más de cien relatos, procedentes de todos los países de habla hispana.

El jurado de la primera edición del Certamen Internacional Reino de Tartessos ha tenido la osadía, pese al riesgo que ello supone, de premiar mi relato Ese condenado hombre del tiempo.

En esta historia, que tanto debe a lo que yo llamo ruralismo mágico, todo un pueblo se agolpa ante el televisor para conocer, en blanco y negro, el pronóstico meteorológico en vísperas de vendimia. De este modo se establece una pugna, a través de los años, entre agricultores y ese condenado hombre del tiempo, que siempre, creen, les arruina los viñedos.

Padaya editará un libro con este relato y el resto de finalistas.

Aquí podéis conocer el contenido del fallo del concurso.

Solo me queda darle las gracias al jurado y animar a la organización para que esta sea la primera de muchas ediciones de este certamen literario.

Gracias, pues, de nuevo.

A todos.

A todas.

 

martes, 17 de septiembre de 2013

Finalistas y finalista

Hace unos días se dio a conocer la lista de finalistas del Premio Setenil al mejor libro de relatos editado en el último año.

Produce mucha alegría encontrarte entre ellos a autores a los que admiras, como Montero Glez, a los que te ganan un premio tras otro, como Miguel Sánchez Robles, o, simplemente, a los que escriben como los ángeles, como Patxi Irurzun.

Desde luego, a ver si hay suerte y gana Patxi; así, de paso, igual hasta me invita a una caña.

Estos son los diez títulos seleccionados:

La tristeza de las tiendas de pelucas, de Patxi Irurzun (Pamiela)
Aquí yacen dragones, de Fernando León de Aranoa (Seix-Barral)
Lazos de sangre, de Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma)
Interior azul, de Anna R. Ximenos (Fondo de Cultura Económica)
Las batallas silenciosas, de Juana Cortés Amunarriz (Baile del Sol)
Vae victis, de Luis del Romero Sánchez-Cutillas (Tantin)
Vigilias efímeras, de Sergio Coello (Atlantis)
La piel de los extraños, de Ignacio Ferrando (Menoscuarto)
La soledad de los gregarios, de Miguel Sánchez Robles (Diputación de Cáceres)
Polvo en los labios, de Montero Glez (Lengua de Trapo).

Por otra parte, también se ha fallado un concurso novedoso, el Sucedió en la Feria, dedicado a las fiestas de Albacete que hoy terminan y en la que he resultado finalista, condición que he compartido con otro señor cuya obra admiro, Miguel Ángel Carcelén, que me precedió en su día en el palmarés del Premio de Novela López Torrijos.

Apoyando a Patxi Irurzun (foto Carmelo Butini)


 

martes, 28 de mayo de 2013

Criaturica

Siempre es agradable ver cómo echa a andar una de tus criaturas. Mañana miércoles 29 se presenta el libro conmemorativo del VIII Certamen Literario Sagrario Resano, ese concurso txantreano que todos los años quiero ganar y nunca consigo.

Aunque esta vez un cuentito mío se ha hecho un hueco entre los mejores.

Mañana miércoles veré sus primeros pasos, pues, de la mano de la Asociación Cultural Txantrean Auzolan.

 

domingo, 19 de mayo de 2013

Encuentros en Aróstegui, 2013

Uno, que conforme se acerca a la madurez empieza por fin a conocerse, ya había anunciado a Rebeca Viguri y Patxi Irurzun sus intenciones de perderse en el camino a Aróstegui, en el valle de Atez. Afortunadamente, nuestro retraso no resultó demasiado ridículo.

Espero.

Allí nos esperaba Ignacio Lloret, organizador de este encuentro anual dedicado al género del relato, al que también asistieron Mikel Alvira, Pablo J. Ojer y otra nevada de mayo.

Encuentro de escritores, bronca segura.

Pues no, ya lo siento.

Al contrario.

A lo largo de doce horas, pusimos en común nuestros relatos, nuestras ambiciones, nuestras quejas (pocas, curiosamente) y, en definitiva, nuestro entusiasmo por este vicio llamado narrar, en una jornada de esas que se te quedan dentro, muy dentro, para siempre, y que te empujan a seguir en esta lucha cotidiana por llegar a ser, algún día, escritor.

Muchas gracias.

Lo pasé de puta madre.

Foto de Pablo J. Ojer


 

viernes, 3 de mayo de 2013

Fallo del concurso Historias de Anaita

Este próximo jueves 9 de mayo, a las 20:00 horas, en la sala de cine del bar de la S.C.D.R. Anaitasuna de Pamplona, tendrá lugar el acto de proclamación de microrrelatos ganadores de esta primera edición del certamen Historias de Anaita.

En esta sencilla ceremonia, se procederá a la apertura pública de las plicas ganadoras y a la lectura de las mejores obras en las cuatro categorías (infantil, en euskera y castellano, y adulta, también en ambos idiomas).

Como miembro del jurado, no puedo explicaros cuánto he disfrutado leyendo estas pequeñas historias tan ligadas a nuestra querida Anaita.

¡Nos vemos el jueves!

 
***Puedes consultar los resultados del certamen en los comentarios de este mismo artículo.

 

lunes, 8 de abril de 2013

I Potes y Libros, con Patxi Irurzun

El próximo 22 de abril, lunes, a las 19.47, en la Peña Anaitasuna (calle San Francisco 14, Pamplona-Iruñea) inauguramos un ciclo literario-líquido, Potes y Libros, que hará las delicias de todas aquellas personas incapaces de echarse un pote si no lo hacen con un buen libro entre las manos.

Para empezar, tendremos la suerte de contar, como estrella invitada, con Patxi Irurzun, que nos hablará de su último éxito La tristeza de las tiendas de pelucas y de mil cosas más, que temas no le faltan.

No falles, la entrada es libre y tendremos la barra abierta, sed y muchas ganas de buenos relatos (y de vino, y de cerveza, y de lo que se tercie).

 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Tim Pinks

Estos días visita Pamplona el autor británico Tim Pinks. Resulta que esta mañana me lo he encontrado por ahí y hemos decidido quedar para compartir cervezas y libros.

Así que me he acordado del artículo que salió en noviembre de 2012 en blogsanfermin.com, al hilo de la publicación de su Bullseye.


Visitar La Casa del Libro en la Estafeta puede depararte sorpresas, como la que me cayó hace unos meses. Allí asistí al encuentro casual entre el escritor estrella de la calle, Carlos Erice Azanza, y otro autor, británico en este caso, llamado Tim Pinks.

Así que no tuve más remedio que salir con el último libro del escritor londinense nacido en Libia, Bullseye, debajo del brazo.

La edición española, que incluye la versión original en inglés y una brillante traducción al castellano, fue presentada en Pamplona y en Sevilla.

Se trata de un cuento largo, o una novelita corta, en la que el autor describe los sentimientos y peripecias de un miura embarcado para San Fermín.

No es la primera vez que me enfrento a este recurso literario, en el que un toro nos cuenta su vida. Abundan microrrelatos con este enfoque en el concurso que organiza este blog. Lo que hace destacable este libro es la habilidad casi poética con que envuelve la historia. Nos traslada de forma deliciosa y sencilla a ese mundo que solo los toros conocen, a esa Pastolandia (Pastureland) que combina magia y ecología y a esos cielos nocturnos que nos observan a través de las estrellas, que no son sino ojos de toro, de toro mítico y místico.

Y, desde luego, si algo demuestra Tim Pinks con esta obra, es un amor desmesurado por Pamplona y sus fiestas. Amor y profundo conocimiento, con momentos hilarantes como el de la cuadrilla de toros navarros que hablan mu-skera, se saludan con un Kowxo y hacen música en un grupo llamado los Imp-eka-bulls (este es un chiste muy local, difícil de explicar, pero que me ha provocado un buen descojono).

Por cierto, el año que viene Pinks cumplirá, si no me equivoco, los 30… Sanfermines.

En fin, este es un regalo más que recomendable para Navidad y, desde luego, para afrontar la primera cena de escalera de 2013.