miércoles, 26 de septiembre de 2012

Tu alma en la orilla

Cuando conoces a Ignacio Lloret, te apabulla, sin duda. Al menos a mí, porque es una de esas personas dueñas de un cerebro más rápido que Usain Bolt sobre el tartán, con una capacidad de expresión oral desmesurada, inteligente, erudita.

Y cuando te acercas a su obra temes que te entre una especie de estrés lector y acabes por sentirte empequeñecido.

Así que, cuando al más puro estilo cazautógrafos, le pedí que me firmara un ejemplar de Tu alma en la orilla, en la Feria del Libro del pasado junio, decidí dejar reposar su libro unos meses, hasta que llegara el otoño.

Porque ese recorrido por un puñado de playas, en las que desgrana con madurez y perspectiva una historia de amor, tiene algo de otoñal, de reposado, de cielos grises y pies descalzos sobre la arena. Relajante, en suma, con una forma de escribir que, a través de sus páginas, te lleva a mirarte a ti mismo, pausadamente, de una forma muy alejada de esa imagen de torbellino que transmite cuando hablas con él.

El tío, además de culto, es listo, y sabe manejarse juntando letras. En poco más de ciento cincuenta páginas, bordea con fundamento la poesía, el libro de viajes, el diario personal, el relato corto e, incluso, la psicología. Es un libro en el que, evidentemente, ha dejado su alma. O no, pero lo parece, y eso es lo bueno de la literatura buena.

Sé que no será un bombazo, pero sí que va a ser un libro de largo recorrido, de los que crecen con el boca a boca, o el blog a blog.

Porque es, sencillamente, acojonante.


 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Novela negra sudafricana (II)

Alexander McCall Smith no es negro ni sudafricano. ¿Qué hace aquí, pues? Tranquilidad, que hay motivos, sí, hay motivos.

El primero, Bulawayo, su lugar de nacimiento, en Zimbabwe, aunque entonces (1948) el país se llamara Rhodesia o, mejor dicho, Rhodesia del Sur, y fuera colonia británica. Pese a haber vivido mucho tiempo en Escocia, la tierra de sus ancestros, en la actualidad este profesor universitario pasa la mayor parte del año en Botswana.

Y es en este país donde Alexander ambienta su exitosa serie de novelas en torno a la primera agencia de mujeres detectives de África.

Tal vez no sea exacto clasificar estas novelas dentro del género negro, pese a su carácter policíaco o detectivesco. A mi entender, se encuentran más bien cercanas a la tradición missmarpleiana, si se me permite la etiqueta; son unas historias amables, deliciosas, que se leen con infinito placer y que retratan las vidas sencillas de gentes africanas sencillas.

De hecho, considero que, por encima de la propia trama, resultan más interesantes el carácter de Precious Ramotswe, tan orgullosa de ser una mujer de complexión tradicional, y el de los personajes que la rodean, como su compañera Mma Makutsi, su marido el señor Matekoni y los ayudantes de este en su taller mecánico.

Lo dicho, las novelas de Alexander McCall Smith constituyen un placer sencillo pero delicioso, y muy alejado de los tópicos de tramas policíacas complejas, trepidantes y llenas de acción y tiros.

Si es que hasta el propio Alexander tiene cara de buenazo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Lady Soames, última gobernadora de Rhodesia

Me anunciaba el otro día un amigo escocés, de origen papúo-neoguineano, que Londres, mientras clausura los Juegos Paralímpicos, se prepara para la celebración del nonagésimo cumpleaños de la Baronesa Soames.

Nacida el 15 de septiembre de 1922, Mary Soames, hija del Premio Nobel de Literatura y ex primer ministro británico Winston Churchill, sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en el Servicio Voluntario Femenino, atendiendo las baterías antiaéreas que defendían Londres de los bombardeos alemanes.

En 1947 se casó con el político conservador Christopher Soames, de quien enviudó en 1987, y es Comandante de la Orden del Imperio Británico.

Su marido, Lord Soames, recibió en 1979 de la reina Isabel II uno de los nombramientos más difíciles de su carrera: el cargo de gobernador de la colonia británica de Rhodesia del Sur.

Fue ese el año en el que, fruto de los Acuerdos de Lancaster House, la República de Rhodesia perdió su independencia proclamada unilateralmente en 1965 y retornó al seno de la Corona británica. Se ponía fin de esa manera a quince años de gobierno de la minoría blanca, encabezada por su líder Ian Smith, y a una década de guerra civil.

La tarea del matrimonio Soames no fue fácil: desarmar a los distintos grupos guerrilleros y preparar al país para las primeras elecciones multirraciales y su independencia, bajo el nombre de Zimbabwe, en 1980, siendo ya primera ministra británica Margaret Thatcher.

Y fue Lord Soames quien firmó, en nombre de la Reina, el diploma de agradecimiento para el padre de Sandra Bokosa, protagonista de mi novela Beautiful Rhodesia, por sus servicios prestados a la Corona.

En el siguiente vídeo podemos observar a Lord y Lady Soames, dando la bienvenida a las autoridades internacionales que llegaron a Zimbabwe para asistir a aquella histórica proclamación de independencia.

 

martes, 4 de septiembre de 2012

Monumento a la Insumisión

Como suele ser costumbre en esta ciudad, de un día para otro aparecerá una excavadora y se llevará por delante los muros de piedra centenaria de la cárcel de la calle San Roque s/n.

Que no digo yo que haya que conservarla, ojo, ni tampoco que no, pero el caso es que me han venido a la memoria unas batallitas de abuelo Cebolleta de aquellos finales de los 80 y principios de los 90, de cuando unos cuantos centenares de jóvenes navarros entregaron su libertad a cambio de la supresión del servicio militar obligatorio, de la puta mili, vamos.

Foto de Ketari, tomada de http://ketari.nirudia.com/15887

Hoy me he acordado de ellos, y de los que en Navidades dábamos vueltas alrededor de aquel hogar provisional suyo cantando villancicos antimili ciertamente irreverentes o nos acercábamos un rato con la txaranga para animarles los Sanfermines.

Y me he acordado también de aquella última gran victoria del pueblo frente al estado.

Supongo que en estos tiempos en los que algunas voces hablan de recuperar la semana laboral de seis días no tardarán en aparecer los que aboguen por la recuperación de la mili.

Así que propongo que en ese solar, o al menos en nuestros corazones, erijamos un monumento a la Insumisión, y al sargento que lo tiren al pilón.

Hoy me siento orgulloso de vosotros, chicos, de vuestro valor y de lo mucho que os debemos, aunque tengáis, tengamos, más tripa y menos pelo.



 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Novela negra sudafricana (I)

El verano suele ser buena época para hincarle el ojo a todas esas lecturas retrasadas o recomendadas que se te han ido acumulando en la estantería.

Entre tantas sugerencias no me suelen faltar novelas islandesas, suecas o noruegas, pero uno ya está un poco cansado de nombres de calles llenos de consonantes, de nieve y de circulicos encima de la letra A.

Así que este verano, y haciendo caso de Ricardo Bosque, he cambiado de hemisferio y he saltado al cono sur africano.

La literatura sudafricana es mundialmente conocida por sus recientes premios Nobel Coetzee y Gordimer. Pero las figuras que llaman la atención de los amantes del género negro son James McClure, Deon Meyer, Roger Smith, Margie Orford y el zimbabwoescocés Alexander MacCall Smith.

James McClure nació en Pietermaritzburg en 1939 y falleció en Inglaterra en 2006. Periodista de profesión, abandonó su Sudáfrica natal como muchos otros blancos opositores al apartheid. En su exilio británico concibió a la pareja de policías formada por el afrikáner Tromp Kramer y el bantú Mickey Zondi. Policía blanco y policía negro que se dedican a investigar crímenes en la Sudáfrica de la segregación racial de los años 60 y 70.

Aparte de las elaboradas tramas, del ritmo y originalidad de su prosa (rondando a veces lo sobrenatural), sus novelas conforman una fotografía fiel de aquel régimen político que clasificaba a las personas según su color de piel, un régimen obsesionado por la diferencia, no solo entre blancos y negros, sino entre xhosas y zulúes, entre mestizos e indios, entre boérs e ingleses. Así, McClure no duda en retratar con fidelidad los contrastes dentro de la propia minoría blanca, con una población afrikáner rural, algo bruta, ferviente seguidora de la Iglesia Luterana Reformada Holandesa, autoencomendada con la sagrada tarea de civilizar el sur de África, y una población anglófona, intelectual y urbana, y tan racista como los viejos boérs.

Aun así, por encima de los odios raciales, McClure consigue establecer un vínculo de complicidad y camaradería entre Kramer y su cafre Zondi, conformando una de las mejores parejas negroliterarias con las que me he encontrado nunca.

Actualmente, están disponibles en castellano La Canción del Perro (Ed. Reino de Cordelia), última novela escrita por McClure pero en cierto modo la primera de la saga, y la excelente y descarnada El leopardo de la medianoche (Ed. Funambulista). Ambas, por supuesto, más que recomendables para amantes del etnothriller.

 

viernes, 10 de agosto de 2012

Las chicas de oro de Zimbabwe

A punto ya de clausurarse los Juegos Olímpicos de Londres, es hora de hacer balances. Cuando aún quedan varias pruebas por disputarse, las esperanzas del Comité Olímpico de Zimbabwe residen exclusivamente ya en las piernas de sus maratonianos.

La nadadora Kirsty Coventry consiguió colarse una vez más en varias finales, pero esta vez no pudo llevarse medallas. Pero ahí ha estado ella, liderando la natación femenina africana y animando al resto de deportistas de su país.

Lejos quedan ya aquellos Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, los primeros en los que participó Zimbabwe y en los que no pudo tener mejor estreno que la medalla de oro que obtuvieron las chicas de hockey sobre hierba, el mayor hito de la historia deportiva de su país hasta la irrupción de la nadadora de Harare. En este vídeo, a partir del segundo 30, podéis ver algunas imágenes de la hazaña de las jugadoras africanas.



Y ya que hablamos de la participación de Zimbabwe, es conveniente recordar la actuación olímpica de Rhodesia. Como colonia británica con comité olímpico propio, tomó parte en los juegos de Amsterdam 1928, Roma 1960 y Tokio 1964. Tras la declaración unilateral de independencia por parte de la comunidad blanca del país en 1965, no participaron en los de México 1968.

Su retorno a los juegos estaba previsto para Munich 1972, su equipo preparado y listo para viajar a Alemania. Pero la amenaza de boicot de sus vecinos africanos, llevó al COI a excluir a Rhodesia de los juegos.


Y ya nunca volvería, hasta que el nuevo Zimbabwe multirracial viajó a Moscú en 1980 para que sus chicas de oro se llevaran el título del hockey.

martes, 7 de agosto de 2012

Herederos del paraíso

Por estas fechas, muchas personas me piden que les sugiera novelas para el verano, que en esta época tienen tiempo para leer. ¿Qué pasa, que en invierno no comen ni duermen? ¿Solo se puede leer en verano? En fin, que me desmando y lo que quiero es hablar de otra cosa.

Como sé que a mucha gente le va la novela de intriga, con toques de historia y arte, hoy voy a recomendar una novela, navarra por supuesto, de J.L. Martín Nogales, Herederos del paraíso, que me he merendado entre lanzamientos de jabalina, triples de Kobe Bryant y cagadas de la selección española olímpica de fútbol.

Martín Nogales maneja el lenguaje de forma impecable y aparentemente sencilla, sabiendo dotar a su novela del ritmo que todo buen thriller requiere.
En el turbulento Madrid de comienzos de 1981, entre atentados de ETA, golpes de estado y manifestaciones ultraderechistas, el autor nos sumerge en una historia ágil en torno al robo de un objeto artístico del Palacio Real. Combinando ingredientes tan propios del género como el policía desencantado, la atractiva experta en arte y los oscuros intereses políticos, Martín Nogales establece un más que interesante paralelismo entre el declinar de los Austrias encarnado en Felipe IV y la restauración borbónica en la persona de Juan Carlos I (no deja de sorprender la coincidencia en el tiempo con los líos tan de actualidad en la monarquía española).

Herederos del paraíso es, pues, una novela adictiva, de ésas de las que cuesta desprenderse y que hará pasar un buen rato a quien se acerque a ella. Y con el añadido de una excelente ambientación en dos épocas tan apasionantes como la del Conde Duque de Olivares y la Transición española.

lunes, 30 de julio de 2012

Comité Olímpico de Zimbabwe

Ya estamos inmersos en los Juegos Olímpicos de Londres y yo, como siempre, pegado a la tele y al ordenador para intentar ver todo. Y cuando digo todo, digo todo.

El viernes vi la ceremonia inaugural a medias, en la que presté mi mayor atención al desfile de las delegaciones, que es algo que me encanta. Supone todo un repaso a los conocimientos que uno pueda tener sobre geografía humana y política.
Como suele ser tradicional, Zimbabwe fue el penúltimo equipo en desfilar. Encabezados por su abanderada, la doble campeona olímpica Kirsty Coventry, presentan ocho deportistas. Su máxima esperanza se centra una vez más en la piscina, donde Kirsty aspira a conseguir alguna medalla en el final de su carrera (ya tiene siete tras su participación en Atenas y Pekín). Con la duda sobre la participación del triatleta Chris Felgate, que siempre entra en las quinielas de favoritos en su prueba, el equipo se completa con dos representantes en remo, Micheen Thornicroft y James Fraser-McKenzie, y cuatro atletas, Wirimai Juwawo, Cuhtbert Nyasango, Ngonidzashe Makusha y Sharon Tavengwa.

martes, 24 de julio de 2012

Ignacio del Valle

Hace algún tiempo intercambié con Eduardo Laporte una serie de twits, tuits o como se escriba, sobre novelas de playa y novelas de sofá, sobre novelas livianas, aptas para ser leídas en cualquier parte, y novelas que requieren una cierta concentración para su lectura. Para mi asombro, Eduardo defendía su capacidad para el disfrute de la literatura en la playa, aunque algún cuerpo humano con determinadas características pudiera llegar a distraerle fugazmente.

A mi juicio, existe un ambiente menos propicio aún para la lectura, como es el de un hospital, un ambiente que me ha tocado vivir recientemente. Y oigan, hay que ser muy hábil escribiendo para captar la atención de un lector que se encuentra en semejante ambiente, con personal médico, de enfermería, pastillas, oxígenos, visitas, análisis y tubos por todas partes.

En una de esas jornadas sanitarias abrí El tiempo de los emperadores 
extraños, de Ignacio del Valle. Había oído hablar de sus obras, de Silencio en la nieve, peli basada en esta novela protagonizada por Juan Diego Botto y Carmelo Gómez, contaba con referencias excelentes y hasta me había convertido en seguidor suyo en ese chisme llamado Twitter.

Más de una vez he leído las quejas de Andrés Pérez Domínguez sobre un cierto desprestigio que acompaña a las novelas de nazis. La de Ignacio del Valle también juega con este elemento, y tanto a él como a Andrés puedo decirles que no se preocupen, que si siguen siendo capaces de escribir así de bien, no habrá crítico con la jeta suficiente para dejar sus novelas en mal lugar.

Porque El tiempo de los emperadores extraños no es solo un thriller trepidante, excelentemente ambientado en las andanzas de la División Azul en las estepas heladas que rodeaban Leningrado a finales de 1943; no es solo la historia de un asesino en serie, una novela de venganzas y rencores, sino que también es un alarde de técnica narrativa, sabiamente equilibrada en el fondo y en la forma, y que consigue atrapar tu alma aunque la tengas distraída por la salud de la mujer que te trajo al mundo.

Gracias, pues, Ignacio, por los ratos que me has hecho pasar, y me apunto a seguir con entusiasmo el resto de tu carrera literaria.


martes, 3 de julio de 2012

Un balcón a la Estafeta

Vivir en la calle más famosa del mundo tiene su cosa.

Sobre todo si tienes en cuenta las dificultades que se te presentan determinados días del año cuando quieres bajar a la calle a las ocho de la mañana.

Bueno, al grano, que como durante unos días voy a olvidarme de teclas, libros y tecnologías, quería desearos que paséis unos días muy felices, tanto si estáis aquí como allá.

Yo, de vez en cuando, me asomaré a la Estafeta, a ver el encierro y alguna otra cosilla que pase por aquí abajo. Si me pilla en casa, claro.

Pues eso, que ya falta menos pa San Fermín...