Esta es una novela que en su día causó cierto revuelo mediático en Navarra por su condición de
finalista del Premio Planeta de 2014, premio tan denostado como anhelado, la verdad sea dicha, aunque esa sea otra historia y deba ser contada en otra ocasión, que diría Michael Ende.
Pues bien, pese a las dificultades que suelen encontrar para su publicación las novelas finalistas de los certámenes de la familia Lara,
Comiendo sonrisas a solas llamó a las puertas (y las abrió) de la potente Ediciones B, lo cual le otorgó unas buenas condiciones de edición, promoción y distribución.
Pero, ¿son esas buenas condiciones garantía de calidad para una novela? De sobra sabemos que no, de sobra conocemos abrumadoras campañas de marketing que han acompañado a libros más bien discretitos.
Sin embargo,
Comiendo sonrisas a solas sí que reúne una serie de elementos llamativos.
En esta novela,
Tadea Lizarbe presenta una firme declaración (poco importa si unilateral o no) de intenciones literarias: apostar por la originalidad en la siempre difícil coctelería de la
mezcla de géneros.
Así, la autora arriesga con audacia y espontaneidad en esta combinación curiosa de
intriga, folletín romántico y autoayuda, hasta culminar en su mayor mérito, la
construcción del personaje femenino que lleva la voz cantante (o narradora) de buena parte de la historia, un personaje neurótico, desesperante y tierno a partes iguales. Es decir, un personaje igualito-igualito a cualquiera que se acerque a sus páginas, lo que favorece sin duda la empatía del público.
Nos encontramos, pues, ante un debut notable, en el que destacan por encima de otros valores el riesgo, la ambición y el
desenfado de la autora, lo que hace que sigamos con atención lo próximo que nos quiera traer.