En ese enorme contenedor que supone la etiqueta género negro y que puede estirarse tanto como la filosofía del Athletic, de un tiempo a esta parte ha surgido un subgénero que bien podríamos calificar de negrofestivo.
En Pamplona lo conocemos bien, no en vano existen al menos tres novelas negras ambientadas en Sanfermines: Las lágrimas de Hemingway, de Reyes Calderón; Un extraño lugar para morir, de Alejandro Pedregosa; y El asesinato de Caravinagre, de Miguel Izu. A esos tres títulos podemos añadir dos más, El próximo funeral será el tuyo, de Estela Chocarro, y Sin retorno, de Susana Rodríguez, novelas en las que las fechas sanfermineras, si bien no constituyen el escenario principal, sí ocupan un amplio papel en el desarrollo de la trama.
Pues bien, acaba de unirse a la fiesta, nunca mejor dicho, Santiago Álvarez, quien nos ofrece su visión negra (o la de sus protagonistas) de las Fallas valencianas en El jardín de cartón.
Tras su debut con La ciudad de la memoria, Álvarez regresa a los escenarios valencianos y a las corruptelas político-financieras, a través de la peculiar mirada de sus protagonistas, Berta y el detective Mejías, el gran hallazgo de la primera entrega de la serie. Esta pareja de investigadores, tan alejada y al mismo tiempo cercana al tópico del género, vuelve a constituir el punto fuerte de la narrativa de Santiago Álvarez. Presentar a un detective privado actual que se rige por todos los estereotipos del private eye norteamericano clásico supone una apuesta arriesgada, ya que se puede caer fácilmente en la parodia o, incluso, en la caricatura. Pero no, no, Santiago Álvarez consigue dar credibilidad a Mejías, tal vez equilibrado por Berta, su ayudante-socia-compañera, una joven con los pies en el suelo y que aleja al detective de la posibilidad de convertirse en un personaje bufo. Posibilidad que siempre bordea, dicho sea de paso, pero que al final consigue esquivar.
Además, Santiago Álvarez continúa homenajeando al género negro, con las citas que encabezan cada capítulo y el aroma a un Bogart perdedor y con gabardina que impregna la novela.
Y, al igual que en la primera entrega, El jardín de cartón supone todo un ejercicio de repaso histórico, en este caso a las primeras décadas del siglo XX valenciano, que, en cierto modo nos recuerda al Mendoza de La ciudad de los prodigios y los conflictos de clase.
Brindemos, pues, por el dúo Berta-Mejías, un tándem perdedor, sin duda, pero un tándem lleno de dignidad.
En Pamplona lo conocemos bien, no en vano existen al menos tres novelas negras ambientadas en Sanfermines: Las lágrimas de Hemingway, de Reyes Calderón; Un extraño lugar para morir, de Alejandro Pedregosa; y El asesinato de Caravinagre, de Miguel Izu. A esos tres títulos podemos añadir dos más, El próximo funeral será el tuyo, de Estela Chocarro, y Sin retorno, de Susana Rodríguez, novelas en las que las fechas sanfermineras, si bien no constituyen el escenario principal, sí ocupan un amplio papel en el desarrollo de la trama.
Pues bien, acaba de unirse a la fiesta, nunca mejor dicho, Santiago Álvarez, quien nos ofrece su visión negra (o la de sus protagonistas) de las Fallas valencianas en El jardín de cartón.
Tras su debut con La ciudad de la memoria, Álvarez regresa a los escenarios valencianos y a las corruptelas político-financieras, a través de la peculiar mirada de sus protagonistas, Berta y el detective Mejías, el gran hallazgo de la primera entrega de la serie. Esta pareja de investigadores, tan alejada y al mismo tiempo cercana al tópico del género, vuelve a constituir el punto fuerte de la narrativa de Santiago Álvarez. Presentar a un detective privado actual que se rige por todos los estereotipos del private eye norteamericano clásico supone una apuesta arriesgada, ya que se puede caer fácilmente en la parodia o, incluso, en la caricatura. Pero no, no, Santiago Álvarez consigue dar credibilidad a Mejías, tal vez equilibrado por Berta, su ayudante-socia-compañera, una joven con los pies en el suelo y que aleja al detective de la posibilidad de convertirse en un personaje bufo. Posibilidad que siempre bordea, dicho sea de paso, pero que al final consigue esquivar.
Además, Santiago Álvarez continúa homenajeando al género negro, con las citas que encabezan cada capítulo y el aroma a un Bogart perdedor y con gabardina que impregna la novela.
Y, al igual que en la primera entrega, El jardín de cartón supone todo un ejercicio de repaso histórico, en este caso a las primeras décadas del siglo XX valenciano, que, en cierto modo nos recuerda al Mendoza de La ciudad de los prodigios y los conflictos de clase.
Brindemos, pues, por el dúo Berta-Mejías, un tándem perdedor, sin duda, pero un tándem lleno de dignidad.