miércoles, 11 de junio de 2014

Fin de la Feria del Libro de 2014

Este mediodía he visto en la plaza del Castillo cómo desmontaban las últimas casetas de la Feria.

Con un bonito colofón el sábado pasado en el que estuvimos presentando nuestro Peñas de Pamplona, una historia viva, di por terminadas mis excursiones y esos pequeños chandríos a la cartera (hay que ser prudente, tenemos San Fermín a la vuelta de la esquina).

Estos son, pues, los libros con los que me hecho para pasar las tardes del próximo verano:
  • El hombre selvático, de Ignacio Lloret.
  • Atrapados en el paraíso, de Patxi Irurzun.
  • Nada que perdonar, de Alberto Ladron Arana.
  • Sombras de la nada, de Jon Arretxe.
  • Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre.
  • Momentazos de los gigantes de Pamplona en el cine, de Ramón Herrera
Y, como decía, dependiendo de los estropicios sanfermineros, en julio buscaré lo último de Paco Gómez Escribano, Ismael Martínez Biurrun, Jose Javier Abasolo, Javier Díez Carmona, Juan Laborda y alguno más.

 

sábado, 24 de mayo de 2014

El plan Bérkowitz, de Mario J. Les

Quienes no profundizan demasiado en la realidad de la narrativa navarra (si es que lo hacen), suelen achacarle una cierta monotonía temática, acusándola de demasiado pegada a temas locales, ya sean históricos o políticos.

Ignoran la gran variedad de géneros y escenarios que manejamos, ignoran nuestra capacidad para contar historias intimistas, sí, pero también otras habilidades narrativas que nos pueden llevar al terror, al género policíaco, la ciencia ficción o al thriller.

El plan Bérkowitz es un ejemplo de lo que comento. Su autor, Mario J. Les, nos traslada con audacia desde los escenarios navarros a los parques nacionales africanos, pasando por los atroces campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Con una premisa tan ambiciosa, Mario construye un thriller que desgrana la historia de una familia navarro-judía, los Bérkowitz, a lo largo de sesenta años.

Con algunos errores propios del novelista novato (de esto sé mucho), Mario demuestra en esta novela-debut que sabe cómo dosificar una trama tan adictiva en capítulos cortos y dotados de ritmo, donde, además, destaca una profunda labor de documentación para construir unos escenarios verosímiles, a caballo entre el National Geographic y el History Channel.

Si a esta consideración unimos la calidad narrativa de muchas de sus escenas, El plan Bérkowitz supone una propuesta más que atractiva para quienes nos sentimos fascinados por los paisajes africanos y las historias de espías y nazis.

Aunque haya quien piense que se trata de un género menor.

PD.- Esta novela, también, puede arrancarte una sonrisa si te gustaba el baloncesto europeo de los años 70 y 80, empleando un truco similar al de Carlos Bassas en El honor es una mortaja.

 

jueves, 22 de mayo de 2014

Beautiful Rhodesia, en Microcosmos Literario

María José Aguilar Rueda, ganadora del López Torrijos 2013 con Siete puentes sobre el Sena, comenta con amabilidad Beautiful Rhodesia que, años después me sigue dando alegrías como esta.

Muchas gracias, pues, María José.



Beautiful Rhodesia, de Carlos Erice Azanza, fue la ganadora del III Certamen López-Torrijos y Montalvá. Desde que la tuve en mis manos, llamó poderosamente mi atención. Cuando leí la sinopsis, supe que me gustaría. Y así ha sido. 

La ambientación de la novela sobresale en una trama construida sobre el enigma de la muerte de la hija del embajador español en Zimbabwe. La historia nos traslada a Rhodesia, lugar que llegamos a contemplar con nuestros propios ojos gracias a las cuidadas descripciones que Carlos nos ofrece. Podemos ver cada uno de los escenarios en los que transcurre la acción como si estuviésemos frente a ellos. Miguel Arnaiz y Sandra Bokosa, encargados de investigar la muerte de la joven, se presentan como personajes complejos que tienen que hacer frente a las contradicciones que el desempeño de sus funciones generan. 
 
 
 

lunes, 12 de mayo de 2014

Los surcos del azar, de Paco Roca

Comentaba el otro día en el club de lectura de la Biblioteca Pública de San Jorge, que, aparte de las amistades que se forjan y de las tertulias que las cimentan, lo mejor que saco de esas reuniones mensuales es el descubrimiento de libros y autores en los que no había reparado. O para los que no había sacado tiempo.

Pues bien, uno de los mayores hallazgos de este curso ha sido el de la novela gráfica. Siempre me ha gustado el cómic, de pequeño era un comprador compulsivo de Don Mikis, Mortadelos y TBOs, y siempre defenderé a Tintín y Astérix. Pero, como decía, en el club de lectura he descubierto una variante del género, la novela gráfica.

Así, este año he tenido la oportunidad de disfrutar de Maus y de Píldoras azules. Y, gracias a ellos, me he acercado a Paco Roca, autor de Los surcos del azar, que me ha dejado la boca más abierta que la de los leones de los buzones de Correos en el paseo de Sarasate.

A caballo entre dos lenguajes, el literario y el cinematográfico, Paco Roca recrea la epopeya de ese grupo de republicanos españoles que, tras huir de Alicante a finales de marzo de 1939, sufrir como esclavos en la construcción del Transahariano que debía unir Argel con Níger y enrolarse en el ejército de la Francia Libre, liberaron París de los nazis en agosto de 1944.

Esta aventura, pese a ser poco conocida, va haciéndose hueco en la literatura española (me viene a la cabeza Morir bajo dos banderas, de Alejandro M. Gallo) y comienza así a saldarse la deuda histórica contraída con aquel puñado de luchadores antifascistas.

Como Art Spiegelman en Maus y Frederik Peeters en Píldoras azules, Paco Roca no duda en convertirse a sí mismo en un personaje más de Los surcos del azar, protagonista de una serie de entrevistas con uno de esos veteranos republicanos que le confía sus memorias y recuerdos, con sus luces y sombras. Curiosamente, y al contrario del estándar cinematográfico, Paco Roca emplea el color para las escenas de los años 40 y el blanco y negro para las actuales.

Excelentemente narrada y dibujada (memorables las escenas de batalla y, sobre todo, la entrada de La Nueve en París en la madrugada del 24 de agosto de 1944), Los surcos del azar confirman a Paco Roca como uno de los grandes autores europeos de la novela gráfica actual.

No os la perdáis.


 

martes, 6 de mayo de 2014

II Potes y Libros

Después del exitazo de la primera edición, de la mano de Patxi Irurzun, la Peña Anaitasuna vuelve a la carga con sus tardes de Potes y Libros.

En esta ocasión, con una nueva cita del libro Peñas de Pamplona, una historia viva dentro de su gira europea, tras los éxitos arrolladores en nuestra Plaza de Toros y la Peña Sanduzelai.

Contaremos con la presencia de un plantel inigualable encabezado por Ángel Zapata, Enrike Huarte y un servidor y, esperemos, con la de otras grandes estrellas como Amaia Iribarren, Ruth González Plumed, Lolo Lara, Katxo Irisarri, Javier García Zabalza y, como invitado especial, uno de nuestros pintapancartas más afamados, Roberto Flores.

Estamos, asimismo, en condiciones de confirmar nuestros siguientes bolos, el 4 de junio en la Peña Rotxapea y el 7 de junio en la Feria del Libro en la plaza del Castillo.

Os esperamos, pues, el próximo viernes 16 de mayo, a las 20.00, en la Peña Anaitasuna, calle San Francisco 14, para echarnos unos potes y hablar de libros.

 

lunes, 28 de abril de 2014

Donde viven los dioses menores, de Jokin Azketa

El problema de ir acumulando libros en casa radica en que no siempre dispones del tiempo suficiente para hincarles el dedo, de modo que al final siempre acabas leyendo novedades cuando ya no lo son.

Así, cuando Jokin Azketa consiguió ser finalista del Premio Desnivel en 2011 con Donde viven los dioses menores, rápidamente me hice con la novela, pero su talento me ha superado, pues en 2013 tuvo mayor fortuna y se llevó el premio con Lo que la nieve esconde. Tiempo tendré de leerla, claro, pero me gusta ir en orden.

Soy criatura del asfalto o, más bien, del adoquín, por aquello de vivir en este viejo burgo de Navarrería, de ahí que el monte nunca me haya atraído especialmente. Pues eso, siendo como soy ignorante de casi todo lo que tenga que ver con la montaña, lo que nunca pude esperar al empezar a leer Donde viven los dioses menores fue encontrarme con una novela claustrofóbica.

Porque lo que Jokin me ha transmitido, de forma contundente, todo hay que decirlo, ha sido eso, claustrofobia. Resulta paradójico, sí, pero esos espacios blancos, abiertos y helados del Pirineo resultan espeluznantemente opresivos en las manos de Jokin, a través de un grupo de personajes envueltos en una historia más cercana al terror psicológico que a la literatura de viajes.

Al más puro estilo teatral de Diez negritos, Donde viven... atrapa con una atmósfera, unos caracteres y un suspense poderosos en el que también hay espacio crítico para esos gurús que tan de moda se han puesto hoy en día, esos charlatanes que basan su exitosa verborrea en temas tan manidos como la superación y la capacidad de emprender.

Todo ello, además, con una capacidad narrativa de lujo que, a quienes nos gusta la literatura, nos deja la mar de felices (aunque con el alma en vilo).

Pues eso, que ojito con Jokin Azketa, otra de las estrellas emergentes de la literatura de este pequeño país pegado al Pirineo, que diría Pep Guardiola.



 

lunes, 21 de abril de 2014

A las 10 en el Diez

Aitor Iragi Eraul, vecino, peñakide, colega, amigo y un sinfín de cosas más, presenta este viernes 25 de abril, a las 19.30, en la Sala de Calderería 11, su primera novela, A las 10 en el Diez.

Y va el muy inconsciente y me pide que le escriba el prólogo.

Pues ahí os lo dejo, en plan filtración, para que luego os quejéis de que no suelto exclusivas.



 

Correr es de cobardes.

         De cobardes, dicen.

         Salvo que sean las ocho de una mañana de julio en la cuesta de Santo Domingo y, periódico en mano y pañuelo rojo al cuello, nos encontremos al autor de esta novela, pegado al muro y de blanco inmaculado, más o menos. A esas horas de gorriones, cohetes, cencerros y pezuñas, defendiendo dos cosas que ama, su lengua y su pellejo. Ahí es nada. Para que luego digan.

         Correr es de valientes, pues.

         Y no solo correr.

         En estos tiempos de prisas, de búsqueda de la inmediatez, de la velocidad, de lo instantáneo, como si fuéramos una sociedad Nesquik, plantearse proyectos a medio y largo plazo denota, no ya valentía, sino temeridad. Eso y no otra cosa demostró Aitor el día que se dijo
ya estoy listo, ya puedo empezar, quiero contar una historia, mi historia, tu historia, nuestras historias, la de los años más convulsos de nuestra tierra, aquellos en los que Navarra perdió su independencia, y la de los años más convulsos de su vida, la de Aitor, cuando se hizo adolescente y, supongo, le salieron granos y le partieron el corazón en días alternos.

         Hay que ser valiente, sí, muy valiente, para dedicar tantos meses de tu tiempo a pensar, hilvanar, investigar, trenzar y encajar una novela inverosímil —o no— que discurre a lo largo de casi quinientos años de grandes y pequeños sucesos, de historia y de intrahistorias como diría Unamuno, entre castillos, caballeros y doncellas renacentistas, brazos incorruptos, polis corruptos, música punk, radios libres y korrikas.

         Pasajes demenciales, hilarantes, se unen a otros que nos invitan a la reflexión, a cuestionarnos nuestro entorno, quién sabe si cambiante o eterno, y a un claro interés de comunicar al público quién es, dónde va y de dónde viene este pueblo navarro, tan humilde y humillado como orgulloso.

         Escribir es de valientes.

         Dicen.

         Digo.

         Y Aitor lo es.

         Yo ya lo sabía.





 

jueves, 20 de marzo de 2014

Siete puentes sobre el Sena, de María José Aguilar Rueda

Por motivos que no vienen al caso, llevo mucho tiempo intrigado con el Sena y, en particular, con uno de sus puentes.

Por eso, cuando me enteré que la novela ganadora del López Torrijos y Montalvá de 2013 se titulaba Siete puentes sobre el Sena, supe de inmediato que María José Aguilar me había ganado como lector.

Al igual que sus predecesoras en el palmarés del certamen, con la excepción de la edición de 2011 (sic), esta novela no es una novela, es un novelón. Afirma María José que es la primera que ha escrito, eso solemos decir todos, aunque hayamos emborronado miles de páginas de historias antes de llegar a ver una publicada, pues bien, de ser cierto, podemos decir que hemos descubierto a una autora que ha nacido con talento para contar historias, para dosificarlas a lo largo de unos capítulos que saben agarrarte la mano y llevártela a pasar página tras página, para avanzar con la protagonista en el descubrimiento de los secretos de la vida de su abuela, viajando de la España rural actual al París de finales de los años 40 del siglo pasado.

Con pinceladas de historia romántica, combinada con toques de misterio, María José es equilibrada en las formas y en la trama, sabe evitar caer en la cursilería, en el lenguaje almibarado o en investigaciones inverosímiles. Adorna la novela, además, con guiños a algunos de mis ídolos literarios juveniles como Tolkien, Ende, Hergé o Conan Doyle y muestra un cariño desmedido por las formas tradicionales de edición de libros.

Siete puentes sobre el Sena es, pues, una novela imprescindible para quienes gusten de las historias bien hilvanadas, concisas, cercanas y bien escritas.

Confío en que este premio la impulse en este mundo que, a la vista está, se le da tan bien.

Enhorabuena.


María José, con José María López Torrijos y Jesús Muñoz (foto del blog de la autora)
 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Peñas de Pamplona, una historia viva

Faltan ya pocos días, muy pocos, para presentarnos en sociedad; días, por otra parte, de ilusión, de esperanza y de nervios. Y de ganas de que todo salga bien.

Faltan, sí, pocos días para que vea la luz este proyecto en el que he estado inmerso durante tres años y medio.

Un proyecto ambicioso, multidisciplinar, un proyecto que recoge el esfuerzo de docenas de personas que hemos querido rendir homenaje a nuestra ciudad, a nuestras peñas y a nuestras fiestas de San Fermín. Un proyecto que es, en sí mismo, una forma de mostrar al mundo esta manera tan particular que tenemos de entender la fiesta, la cultura y la participación ciudadana altruista.

Durante tres años y medio nos hemos convertido en expertos y expertas en Historia, en Archivística, en Fotografía, en Dibujo, en Diseño, en Investigación, en Maquetación.

Por fin vais a conocer el fruto de nuestro trabajo.

Los días 28, 29 y 30 de marzo, en nuestra querida Plaza de Toros, os presentaremos Peñas de Pamplona, una historia viva - Iruñeko Peñak, historia bizia.

Con este libro podrás acceder a más de cien años de historia, de pancartas, de fotografías.

Más de cien años de historia de peñas y todo un futuro por delante.

Solo nos queda esperar que os guste.

Así que os esperamos, esos días, en la Plaza de Toros de Pamplona.



Aquí tenéis el programa (pincha sobre la foto para verlo en grande)

jueves, 13 de marzo de 2014

La dama de Monte Arruit

El pasado 7 de marzo, en Aranda de Duero, este cuento resultó ganador del X Certamen de Relatos por la Igualdad de Género. Para mí iba a ser una jornada de fiesta pero, una vez más, el terrorismo machista nos amargó el día.

Foto: Diario de la Ribera


Aquí os dejo el relato.


La dama de Monte Arruit


Siempre, siempre me han llamado marimacho. ¿La razón? Si te soy sincera, no tengo ni puñetera idea. Tópicos, supongo. Y la gente, la gente, que le gusta mucho hablar, hablar y hablar, hablar por no callar, siempre raja que te raja, sobre los demás, claro, como si no tuvieran bastante con sus vidas; qué simple es la peña, hay que joderse, qué simple, y qué cotilla, y qué imbécil.

         Crecer rodeada de hermanos, jugar a balonmano desde los siete años, maquillarme cuatro veces contadas al año o haber estudiado FP, rama mecánica.

         Por lo visto, eso marca.

         Que te vean siempre con el pelo corto y el mono azul de prácticas manchado de grasa o que no se te haga el coño agua ante el primer chulazo guaperas que te mire en un bar.

         Marimacho.

         Así te llaman.

         Aunque los tíos me ponen, joder, vaya que si me ponen.

         Pero parece que hay uno que no se quiere dar cuenta.

         Aunque ese sea otro tema.

         En fin.

         El caso es que, cuando montamos la fiesta para celebrar mi enganche, no fue demasiada la gente que se sorprendió. Mi madre muy poco y mi padre todavía menos. Y a los imbéciles de mis hermanos les dio igual. Eso sí, mis amigas se hartaron de pedir y, sobre todo, de imaginarse explicaciones.

         A la Legión, qué guay, tía.

         ¿A la Legión? Estás chalada, tía.

         La Legión. Eso estará lleno de tíos, tía.

         Nunca he tenido claro el porqué, pero sentía curiosidad. Curiosidad y atracción. Verles de cría en los desfiles de la tele, en mangas de camisa pese al frío de pelotas, el paso a toda leche, el mentón bien tieso y la cabra, claro, siempre la cabra, la borla del chapiri danzando al ritmo de ese trotecillo tan cómico.

         De aquellos sueños infantiles vinieron estos lodos adultos. Cuando te planteas en serio la idea, las dudas se te agarran al alma y no te sueltan, que si esto que si lo otro, que si es un trabajo vocacional y no estás muy segura, que si es solo para gente muy muy muy convencida. Comerte el coco sobre la almohada, hasta las tantas, los ojos como platos clavados en el techo, pensando en si servirás o no.

         Miedo, miedo al fracaso, miedo a no poder.

         Miedo a no volver.

         Darle vueltas a si no sería preferible buscarse un curro más sencillo, más normal, más como para mí, más femenino, como te llega a decir algún —o alguna— gilipollas.

         Pero no. Te lanzas. Empiezas a prepararte y superas los obstáculos, los que te has puesto tú, los que te pone esta sociedad y toda la retahíla de pruebas físicas y psicotécnicas que hay que pasar antes de que te admitan.     



No fueron fáciles los meses de instrucción en Viator, lejos ya de casa; saltar de la cama a toque de corneta, a formar, a correr, pedregal arriba, pedregal abajo, la mochila cargada, el uniforme empapado de sudor, de lluvia, el hombro amoratado tras cada práctica de tiro y las botas, siempre las putas botas, jodiéndote los pies.

         ¿Novia de la muerte?

         Los cojones, novia de las ampollas.

         La verdad es que éramos pocas. Pocas y, al principio, bastante asustadas. Las damas legionarias. No sabíamos muy bien dónde caíamos, cómo nos iban a tratar, si nos iban a infravalorar, por ser chicas, o a hiperproteger, por lo mismo. Y no sabíamos con cuál de las dos alternativas quedarnos.

         Si es que alguna de ellas era preferible a la otra.

         Pero no hizo falta elegir una, no. Porque al final resultamos ser como todos, sin polla y con tetas, eso sí, pero iguales, como nuestros compañeros, como los caballeros legionarios.

         Y ya hace tiempo que el cuartel Millán Astray se ha convertido en mi casa, nuestra casa, una casa que muchas tardes se escapa de esta carretera de Rostrogordo y se pierde por La Taberna Andaluza, el Döner King de Juan Carlos I, los chanquetes del Caracol Moderno, los boquerones de Casa Juanito o los zocos árabes de las callejuelas del Mantelete.

         Orgullosas de nuestro trabajo, de habernos hecho un hueco respetado en este mundo tan, hasta anteayer, de hombres, solo de hombres, de los más hombres de todos. Y de no haber tenido que, por ello, renunciar a nuestras cosas, a nuestras chorradas y no tan chorradas, a salir de compras, a cotillear, a pintarnos el ojo o a querer ser madres.

         Felices en Melilla.

         Aunque a veces saltemos un fin de semana a la península, a Málaga, por ejemplo, para cambiar de aires y de juerga. Incluso hay ocasiones en las que subo un poquito más, a mi antiguo hogar, para ver a mis padres y a los imbéciles de mis hermanos.

         Ya veo que el ejército en África te sienta de maravilla, hija, no es como en mi época, me suele soltar mi tío, que hizo la mili en el Sáhara, a sesenta grados al sol. Cada vez que le veo, el tío sube la temperatura otros cinco grados; seguro que, para cuando les visite en Navidad, el termómetro de su memoria habrá superado los cien. Imagino que, cuando sea vieja y se me caiga fofo el culo, me pondré igual de pesada recordando el Líbano y Afganistán, las patrullas, las imaginarias, el calor y las bombas.

         Hoy es domingo, anoche tuve guardia, hoy toca fiesta y la aprovecho en la playa de San Lorenzo. El bikini me sienta bien, solo faltaría, con diez kilómetros diarios de carrera continua y no sé cuantas horas de gimnasio. Aunque a veces dé un poco de vergüenza nuestra piel legionaria bronceada a dos colores, con estos brazos que más parecen de ciclista, albañil o taxista.

         Hace un rato que Rafa se ha traído su toalla y se ha sentado a mi lado. Nos llevamos de puta madre, es majo, amable, buen compañero, se puede hablar con él y no es feo. Polvable, dice la cabo Sáez. Y estoy de acuerdo, aunque no sea, ni de lejos, el más guapo del Tercio Gran Capitán. Pero en fin, que yo no busco eso, o sí, ya veremos, yo qué sé.

         —¿Te apetece que hagamos algo esta tarde? —me pregunta.

         Por un momento fantaseo con las opiniones de la cabo Sáez.

         Una vez descartadas, me incorporo, me recuesto sobre los codos y giro la cabeza, mi barbilla señalando al sur, los ojos entrecerrados por culpa del reflejo hiriente del sol sobre la arena y el Mediterráneo.

         —¿Marruecos?

         —No sabía que te gustara fumar —me suelta Rafa.

         —Y me gusta, pero me sienta de culo —le contesto—. Me refería a otra cosa, más en plan tranqui, en plan excursión.

         Rafa pone cara de majadero, esa tan común entre los tíos, y termina por ponerse de pie.

         Se sacude la arena de las piernas y los brazos y me ofrece su mano.

         —En marcha, tía.


Estamos en Monte Arruit. Me he alejado un poco de Rafa, quiero estar sola. Tal vez este sea el motivo por el que yo quiera currar aquí, en el ejército, en la Legión, en África.

         Sí, puede ser.

         Aquellas historias terribles que me explicaba mi abuelo de cría, a la hora de la merienda; que me repetía lo que su tío le contara en su día sobre mi bisabuelo, sobre el padre de mi abuelo, que murió aquí.

         Mi sangre.

         Una no puede evitar el escalofrío. No. Aunque el aire que sople sobre estos pedregales sea seco y caliente. Imaginas a tres mil hombres sitiados, mal armados, mal vestidos y peor calzados, hambrientos, heridos, atrozmente sedientos. Mal dirigidos. Las granadas de mortero de los rifeños, las ráfagas de ametralladora, los disparos aislados en la noche, la fiebre, las bocas secas, el aullar de los animales y los labios despellejados.

         A veces los moros prometen cosas, que les van a hacer llegar víveres, agua, medicinas. Ofrecen treguas, negociaciones. Hay quien les cree, hay quien no. Como hay quien cree que va a aparecer una columna de Melilla en su auxilio, que se lo ha soplado un sargento de Pontevedra, que lo sabe todo, que es inminente. Pero que nunca llega. Como mucho, a veces, un aeroplano deja caer cuatro sacos con comida y hielo, para suplir la carencia de agua. Aunque los paquetes casi siempre aterricen detrás de las líneas de los hombres de Abd-el-Krim.

         Y hay también quien se cabrea, quien no aguanta más, y culpa a los ministros, a los generales, al rey, ¿qué hostias hacen en este puto monte en un país que no es el suyo? ¿Por qué no están aquí los hijos de los ricos? ¿Eh? ¿Por qué? ¿Por qué solo mueren los pobres?

         Indignación. Miedo. Frío. Calor.

         Sed.

         Moscas.

         Agotamiento.

         El 9 de agosto de 1921 el general Navarro recibe un mensaje por heliógrafo. Ha sido autorizado a rendirse. Los soldados de reemplazo españoles, apenas unos críos, amontonan sus armas y se preparan para un humillante y lastimoso repliegue hacia Melilla.

         Pero jamás llegarán a su destino.

         Los guerrilleros de las harkas del Rif asaltan el fuerte y los pasan a cuchillo.

         Así murió mi bisabuelo, sí, y por aquí andará enterrado, lo poco que quedara de él, más bien, aunque ahora, en este pueblo, tampoco quede nada de la época, apenas las ruinas de una aguada, el humilde depósito que abastecía de agua potable al puesto español.

         Sigue soplando este aire seco y caliente, que despeina y enloquece, que te trae el silbido de las balas, los gritos de agonía y el olor a sangre y alpargata.

         Y en Melilla, el pánico. Tras el desastre de Annual, la caída de Nador y Zeluán y la matanza del Monte Arruit, no son pocos los que creen que de un día para otro los rifeños serán capaces de presentarse en la ciudad y saquearla. Los más agoreros disfrutan ya, incluso, anunciando apocalípticos los aullidos, los descuartizamientos y las violaciones. Los que pueden intentan hacerse con un pasaje rumbo a la Península, en unos barcos que no aparecen. La histeria domina el muelle, y los carabineros y guardias civiles se ven obligados a disparar para protegerse de la muchedumbre que los arrolla en avalancha enloquecida.

         La llegada del Tercio de Extranjeros a bordo del vapor Ciudad de Cádiz devuelve la fe a la ciudad asustada, que los recibe entre vítores, esperanzada, aliviada, rescatada.

         Unos meses después de la matanza, la Primera Bandera de la Legión, en la que sirve el hermano de mi bisabuelo, retoma Monte Arruit. Esos legionarios crueles y feroces entierran, entre lágrimas, náuseas y gritos de venganza, los restos degollados, momificados, acartonados, consumidos y resecos de aquellos soldados desgraciados. A su vuelta, el hermano de mi bisabuelo es clemente con mi tatarabuela y mi bisabuela. Les miente, tranquilas, que he podido identificar el cuerpo y enterrarlo cristianamente; tranquilas, tranquilas, que ya descansa en paz.

         Nunca les enseñará a su madre ni a su cuñada embarazada las fotos de aquellos cientos de cadáveres irreconocibles a los pies de los muros del fuerte, pasto del sol y las alimañas.

         —¿Por qué lloras, señora? —un mocosete del pueblo, de unos diez años, con camiseta del Barça, pantalón de chándal y acento bereber, me observa con ojos más grandes que su cara.

         —Es que aquí murió mi bisabuelo. Hace muchísimos años.

         El chaval pone cara de extrañeza, aunque acaba por encogerse de hombros y me sonríe cómplice:

         —Y mi tatarabuelo. Lo mataron los españoles.

         Me acerco y le acaricio la mejilla con la mano todavía húmeda de mis lágrimas escondidas.

         —Eso no volverá a pasar, chaval. Nunca.

         Ya de camino al coche de alquiler, Rafa me pregunta:

         —Y dime, mi querida dama legionaria, ¿estás bien? ¿Has encontrado lo que buscabas?

         No digo nada, pero asiento sutilmente, de forma casi imperceptible. Aunque, para mi sorpresa, parece que Rafa lo nota, asume el dolor de mis recuerdos familiares y cambia de tema, como quien no quiere la cosa, como quien no quiere molestar.

         Giro la llave del contacto y quito el freno de mano del coche de alquiler.

         —Por cierto, chica, ¿quién era ese crío?

         —Un amigo, Rafa, un amigo.