miércoles, 30 de noviembre de 2011

Literatura colonial portuguesa (II)

La costa de los murmullos es la cuarta novela, segunda traducida al español, de Lídia Jorge, autora nacida en el Algarve y que fue, durante años, profesora de literatura en las provincias de Angola y Mozambique.

La costa de los murmullos constituye un relato sobre la guerra colonial en Mozambique desde el punto de vista de las familias de los oficiales portugueses desplazados a aquel conflicto. Como he comentado otras veces, estamos muy acostumbrados a ver cómo los americanos volvían tarumbas perdidos del Vietnam, pero sabemos muy poco sobre cómo volvían los portugueses de África, hace poco más de treinta años. Me viene a la mente una entrevista a Lobo Antunes, en la que contaba cómo había visto jugar a fútbol a muchachos portugueses en Angola mientras hacían allí la mili. Los balones eran cabezas de prisioneros africanos.

Atrocidades como éstas también aparecen en la novela, que narra crudamente cuánto afectaron a los soldados lusos y a sus relaciones con sus familias y la población nativa.

Hace ya tiempo que la leí, pero dos imágenes me siguen viniendo a la cabeza al recordar este libro: las nubes de langostas y las muertes en los guetos africanos por culpa del alcohol adulterado, a orillas de aquel idílico Índico colonial. Todo ello como símbolo del contraste entre la cruel realidad que vive Eva Lopo, la protagonista, y la versión oficial del gobierno portugués.

Aquí os dejo el trailer de la película, de Margarida Cardoso.

martes, 29 de noviembre de 2011

Paesa

Dentro del póker de agentes secretos europeos, en el que destacan Philby o Burgess con sus actividades dobles o triples, Paesa se lleva el as de diamantes, como ha demostrado hoy saltando a los titulares de la prensa a sus 75 años.

En Sierra Leona le han pescado al tío. Dicen que intentando cerrar un trato en el mercado negro de las antigüedades, de la droga o de los diamantes. Asistido por su sobrino, nada menos. Qué tendrá esa familia.

El caso es que su carrera de embaucador al servicio de los gobiernos comenzó poco después de que Fraga Iribarne concediera la independencia a Guinea Ecuatorial. Allí trabajó para el Banco Nacional de Guinea hasta que intentó estafar al dictador Macías.

Paesa, en los 70, con la viuda de Sukarno (AGENCIAS/ABC)
De ahí saltó a Suiza donde continuó con su afición por las dictaduras del tercer mundo liándose con la viuda de Sukarno, expresidente de Indonesia.

De esa época datan también sus relaciones con los servicios secretos de la Europa comunista (lo que no le impidió también contactar con los de las dictaduras chilena y argentina) e intentó vender armas a Jomeini.

En los 80 dicen que toreó a ETA, al GAL y al gobierno del PSOE. Y que colaboró con los tres.

Su mayor golpe mediático fue la captura del exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán, en Laos. Aparte de entregarlo a la justicia española, le birló, dicen, 300 millones de pesetas.

En 1998 publicó su propia esquela, tras su muerte en Tailandia, y encargó misas por el bien de su alma.

Años después reapareció, vivo, en París, donde ha llevado una jubilación discreta hasta que le han pillado, asesorando, en Sierra Leona.

Y luego algunos dicen que los personajes de John Le Carré no son creíbles. Desde luego, Miguel Arnaiz, que protagoniza Beautiful Rhodesia, va a parecer un aficionao.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Presentación de Beautiful Rhodesia



Pues sí, ya tenemos fecha y lugar para la presentación de la gran novela de estas navidades, Beautiful Rhodesia, ganadora del III Certamen de Novela López Torrijos. Será el viernes 16 de diciembre, a las 20.00 horas en la Sala Calderería, Calderería 11, en el burgo más antiguo de esta Iruñea nuestra.

Ya iremos dando información sobre el acto.

¡Os esperamos!


El cadáver de una joven vasca, hija del embajador español, es hallado en Harare, la capital de Zimbabwe. Miguel Arnaiz, ex guardia civil y agente del Centro Nacional de Inteligencia, recibe la orden de investigar las circunstancias que rodean esa muerte. Sandra Bokosa, detective de la Policía Republicana de Zimbabwe, es la responsable del caso y entre ambos se establecerá una compleja relación personal y profesional, en la que nada es lo que parece y en la que los dos agentes deberán someterse a los dictados de sus gobiernos, muy interesados en ocultar la verdadera naturaleza del crimen. Arnaiz afrontará la verdad con cinismo y llegará a destapar una de las más sorprendentes y menos conocidas rutas de huida de criminales nazis tras la Segunda Guerra Mundial, en la que además se vieron implicados diplomáticos españoles.

En un entorno donde aún perviven retales de la vieja supremacía blanca en el África Austral,
Beautiful Rhodesia constituye una reflexión acerca del pasado reciente y la situación actual del racismo todavía latente en esa región, recoge crudamente las conspiraciones implacables que pueden llegar a tejer muchos gobiernos para defender sus políticas y supone, finalmente, un viaje al decepcionado mundo interior de sus protagonistas.

No esperes a otoño

Allá lejos, en Fuerteventura, han fallado el I Premio de Relatos Corralejo. No esperes a otoño ha obtenido la condición de finalista, lo cual me anima en esta apuesta mía por la literatura de la igualdad, de la desigualdad, de la diversidad o de como queráis llamarla. Enhorabuena a las personas ganadoras y a la organización por la calidad de los textos recibidos. Y a mí mismo, joder.


No esperes a otoño

Los miércoles suelo ir a comer a casa de mamá. A mí me viene de perlas porque me libro de cocinar —y sobre todo de fregar— y a ella le hace ilusión que la hija pequeña vaya a verla, semanal y puntual. Su chiquitina que vuelve a casa pero como Dios manda, avisando. Bueno, eso me dice, supongo que para evitar que yo me sienta algo gorrona y para no parecer ella demasiado tonta.

Así es ella.
Y así soy yo.
A nuestros años.

Aunque, desde luego, a ver quién se resiste a ese aroma de pencas de acelga rebozadas que ya se capta nada más salir del ascensor, después de retocarte el lápiz labial y acomodarte la melena frente al espejo. Por favor, que también las haya enrollado en bacon crujiente y queso, y pordiós, que me espere una buena merluza en salsa verde con gambitas, huevo duro y puntas de espárragos, que hace semanas que no me la prepara. Y, de remate, la sublime leche frita.

Así es mi llegada a casa; a su casa, ya.
Con besos, con sonrisas, con caricias.
Con hambre.
Aunque al final dé lo mismo qué haya cocinado.

Qué tal por el barrio, qué tal por la oficina. Que si Paquita no sé qué, que si los Iriarte no sé cuántos, que si los del Ayuntamiento son lo que yo te diga, que si van a cerrar la tintorería de enfrente, que si mi artritis, que si vaya calor.

Que si la crisis.

Ésta es nuestra bendita rutina de comida semanal, aperitivo de un cortado descafeinado y, la mayor parte de las veces, de un chupito de hierbas.

Rutina, sí, bendita rutina.
Y tan bendita.

Porque una nunca está preparada. Nunca está preparada para recibir una noticia así. Como la de aquella tarde. El teléfono sonó justo cuando nos sentábamos a ver El Tiempo, ella despotricando porque nunca aciertan, porque siempre llueve cuando anuncian sol. Yo despotriqué aún más por no estar el teléfono portátil a mano y tener que, hija solícita, correr hasta el pasillo a descolgar.

Del hospital.
Mi hermana.
Su coche.

A partir de ahí, la nube que te envuelve, el mirar sin ver, la necesidad de atrapar el aire sin lograrlo, como pez lejos del agua, abrazarse a mamá, a familiares, a amigos, a amigas, preparar la cremación, tener listos los papeles.

Me quedé dos o tres noches a dormir en su casa. No sé quién necesitaba más compañía, quién necesitaba más a quién. Ella, la jubilada, media vida viuda, fuerte, guerrera e independiente; yo, la pequeña, la demasiado mimada durante tantos años, por mi madre y por mi hermana, por la vida en general. No llegué a oírla llorar. Y yo hice lo posible y lo imposible por que ella no me oyera a mí.

Tras aquellos días de tristeza compartida y dolor, de tanto dolor gris y melancólico, callado y paralizante, quise asumir la responsabilidad de intentar pasar página. De tirar hacia adelante. Alguien debía hacerlo y no quería que fuese, una vez más, mi madre. Me tocaba, por fin, a mí, que ya era hora.

Me hice cargo de la casa de mi hermana. Bueno, de su estudio, una buhardilla más bien, un quinto sin ascensor, una escalada agotadora, que no iba yo a visitarla por no echar la pela en cualquiera de aquellas viejas escaleras de madera quejosa.

Tocaba ordenar.
Su ropa, sus libros, sus discos.
Sus zapatos.
Sus fotos y todos esos recuerdos tan horteras que recopilaba en sus viajes.
Sus pinturitas y sus perfumes.
Toda su vida.
A guardarla en cajas.

El casero me había dado un mes, pero tampoco quería alargar aquel trance. No era necesario. Si podía recoger y empaquetar en dos tardes, mejor que en tres. Eso sí, constantemente envuelta, rodeada de su aroma, de su presencia ausente.

En la mesita baja de mimbre que estaba frente a la tele, revistas y revistas, de moda, de viajes, sobre todo de viajes, con esas portadas de aguas critalinas, de desiertos infinitos, de cumbres nevadas, de dioses desnudos de mármol griego, de safaris persiguiendo al fantasma de Finch Hatton por las colinas de Ngong.

Revistas de viajes, revistas de sueños.

En el último cajón de su cómoda, el secreto de su intimidad. No, no eran sus bragas, no, ni sus tampones. Eran cartas, cartas de amigos, de amigas, incluso alguna mía. Ella no quería saber nada de ordenadores ni de mails ni de messengers, quería cartas, cartas y más cartas y, por Navidad, christmas que poner a los pies del Niño Jesús rechoncho y sonrosado que nos regalaron las tías.

Abrirlas, leerlas. No abrirlas, no leerlas.
Mi duda.
Mi tortura.

Algunas liadas con gomas elásticas, en sus sobres, postales guardadas en carpetas de cartulina azul, cartas atadas con cintas perfumadas de olores y colores. Al final, todas metidas en cajas y apiladas en mi trastero, escondidas tras aquellos cuadros tan horrorosos que pinté de joven, temerosa de parecerle odiosamente cotilla si las leía, temerosa de perderla para siempre si las tiraba al contenedor de papel y cartón.

Al vaciar su mesita de noche, la que soportaba aquella espantosa lámpara con Buda incluido que vete tú a saber dónde compró, el estómago se te da la vuelta, las manos te tiemblan y te sudan y tienes que sentarte sobre su colcha de ganchillo, aquella que le hizo mamá.

Un diario.
Su diario.

Yo también empecé uno, de cría, claro, cuando descubrí la historia de Ana Frank, de su querida Kitty, lo del desván y la Gestapo. Supongo que a todas nos pasaba igual.

Pero tú seguiste, hermanita.

Y aquí me dejas todos estos cuadernos, que no me atrevo a esconder en el trastero, junto a tus cartas, detrás de esos cuadros míos tan horrorosos. Todos estos cuadernos, que son una tentación, la tentación de llegar a tu corazón, una puerta abierta a ese corazón que nunca mostraste a tu familia ni al resto de gente a la que querías, a la gente que tanto te quería.

Y ante mí surgen tus frases, las últimas, garabateadas hace unos pocos días, las frases que tantos años hemos intuido, dedicadas a tu amiga del alma. Te quiero, Marta, te quiero, no puedo vivir sin ti. Cuando vuelva a estar entre tus brazos, en otoño, te lo susurraré, por fin.

No debiste esperar al otoño, hermanita.
No debiste esperar.

Y yo debería descolgar el teléfono ahora mismo y decirle de una puta vez lo que siento a la persona que amo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Fallos y croissants

En este mes de noviembre en el que ando como delantero de Osasuna tirando todas al palo, el Ayuntamiento de Pamplona ha fallado su concurso de relatos infantiles y esta vez no han tenido a bien premiarme, al revés que en abril de 2010, cuando a alguien se le cruzó un cable y decidió que estos croissants australianos ganaran el X Concurso de Relato Breve, dedicado al Camino de Santiago.

Los croissants saben más ricos si los mojas en el café

Ruge el pitorro, hiriente, en el interior de la jarra metálica. La leche se vuelve espuma. Aumenta de volumen. Bulle. Botón rojo; el chorro de café termina de gotear. Planto las tazas sobre los platillos. Vuelco suavemente la jarra formando nubecicas. Sus cucharillas. Sus azucarillos. Son los primeros cortados de la mañana. Entre legañas. Las mías y las de ellos.

Vaya noche de calor. No he podido pegar ojo. Vueltas y más vueltas. Desvelada. Me quitaba la sábana. Me volvía a tapar. La piel pegajosa, empapada. Cambio de postura. No ha habido forma. Y cuando parece que por fin caes adormilada, zas, el puto despertador. Ducha rápida, raya en el ojo y a la calle, cuando todavía es de noche. Ni pizca de aire, sólo esa atmósfera caliente y densa que te envuelve, que te aplasta contra los adoquines. Mis pasos resuenan entre las paredes de mis calles estrechas. Mi Casco Viejo está desierto. Somos las primeras en abrir. Y los de las máquinas barredoras los primeros en pedir. No hay nadie más. Hasta el del puesto de periódicos de enfrente se ha cogido vacaciones estos días. El repartidor nos deja el paquete atado sólo a nosotras; no hay nada para él. 

Aquí entra Mikel. Es majo. Brutico y puntual, como todas las mañanas. Barcas con decenas de barras de pan, croissants, palmeras, bollos suizos y bombas de nata o chocolate. Un aupa para los de las barredoras. Luego silba a Marta, mi compañera, que empieza a llenar las vitrinas; grita a Wendy, nuestra cocinera, que ya está batiendo huevos y, finalmente, me dice guapa. Qué pesao. Pero sí. Es majo. Siempre amable. Nunca una mala cara.
Y empiezan a llegar. Éstos parecen alemanes. Dos parejas. Tendrán unos cincuenta. O más. No sé. Ellas se sientan y ellos vienen a pedir, caballerosos. Las mochilas en el suelo, bajo su mesa. Pantalón corto los cuatro, las piernas arrugadas y bronceadas, gorro en la cabeza, gafas y la concha sobre el pecho. Piden en inglés y Marta me los cede. Qué cabrona. Podrías apuntarte tú también a la Escuela de Idiomas, rica.

Y luego aparecen más.

Vienen del albergue de al lado de San Cernin.

Franceses.

Americanos.

Austríacos.

Españoles.

No podían faltar tres japoneses.

Hasta que entra él. Con otro chico. Es alto. Guapo de ganas. Sin afeitar. La melena rubia recogida en rastas. Hablan en inglés. Ahora Marta sí que les atiende. Meterá tripa y sacará tetas. Lo hace. Qué zorra. Como si no la conociera. Y encima piden en castellano. Dos con leche y dos croissants. Son australianos, me dice Marta mientras no conseguimos apartar la vista de sus culos cuando nos dan la espalda. Les miramos abobadas. A veces pasa, que entra un tío bueno y no le quitas ojo. Pero ellos ni caso. Sus cafés y sus croissants. Su guía de viajes. Hasta que él levanta la mirada. Me sonríe. Y yo, pava de mí, me pongo más roja que el pañuelo de mi Peña. Marta se descojona. Me guiña un ojo. Cómo está el tío, me dice moviendo muda y ostentosamente los labios.

Él me mira varias veces más. Qué ojos. Qué labios. Qué brazos. Qué dientes. Qué todo. Hasta su voz me gusta. Intento disimular. Me esmero con los demás clientes. Limpio. Sirvo. Recojo. Cobro. Aroma a café y a horno caliente. Pero el reojo, siempre hacia su mesa.

Y su mirada, siempre clavada en mí.

Sin embargo, de repente, el mundo se acaba.

Se levantan, pagan y se van.

—Hasta la vista, señoritas —suelta en un castellano encantador y sonriente.

La calle Mayor les espera. San Lorenzo les espera. La Ciudadela les espera. Zizur les espera. Los campos de trigo a punto de cosecha. El adiós.

Me quedo desinflada. Triste. ¿Me habré vuelto gilipollas?

La mañana pasa, el calor vuelve. Los marianitos y los fritos sustituyen a los cafés y los bollos. Falta poco para acabar nuestro turno. A la piscina. Remojón y rutina que me sentarán de maravilla. Me agacho a recoger unas monedas que se le han escurrido a una señora dentro de la barra.

Me incorporo.

Sus ojos. Sus rastas. Su barba. Sus dientes. Su cara quemada por el sol. Está solo. Suda. Su voz guiri sonríe.

—¿A qué hora sales, chica? ¿Quieres acompañarme?





martes, 22 de noviembre de 2011

Literatura colonial portuguesa (I)

No sé muy bien por qué, pero la verdad es que siempre me ha gustado la literatura de ambiente colonial, tal vez influido por pelis o series británicas como La Joya de la Corona o Pasaje a la India, basadas en las respectivas novelas de Paul Scott y E. M. Foster. En esta misma línea, y aun no siendo británica, podríamos encuadrar a Isak Dinesen, sus Memorias de África y su Redford/Finch Hatton sobrevolando las colinas de Ngong.

Por desgracia, no se trata de un género demasiado tratado en la literatura española. Apenas hay obras ambientadas en, por ejemplo, las guerras de independencia latinoamericanas de principios del siglo XIX (me viene a la cabeza Sueños de libertador, del navarro Fermín Goñi) o en el Desastre del 98. Y menos aún sobre la presencia española en Guinea, Ifni, Sahara o Marruecos, más allá del deslumbrante éxito de María Dueñas con El tiempo entre costuras.

Buscando, pues, nombres que me resultaran más familiares que los Smiths, Johnsons y similares, decidí investigar en la literatura colonial portuguesa, sin duda más cercana en lo cultural y en el tiempo.

Portugal libró, entre 1961 y 1974, una cruenta guerra colonial en Guinea, Angola y Mozambique. Este conflicto ha marcado a toda una generación de portugueses y, obviamente, se refleja en su literatura. Más de 10.000 soldados portugueses perdieron la vida en esas guerras, una cifra comparativamente mucho más elevada que la de americanos que murieron en Vietnam, y mira que dan la turrada los yankis con esa guerra. Y no hay que olvidar que casi el 10% de la actual población portuguesa nació o vivió en esos países.

La primera novela portuguesa que leí sobre el tema se titula El árbol de las palabras, de Teolinda Gersao. Pese a nacer en Coimbra, pasó buena parte de su juventud en Lourenço Marques, hoy Maputo, la capital de Mozambique. Su novela refleja el cruce de razas y culturas que vivía aquella ciudad en los años 60 y 70. Y, también, cómo no, la discriminación de los nativos y la guerra en el campo. Pero es, sobre todo, una obra sobre la infancia y la adolescencia, sobre las relaciones familiares e, incluso, sobre el feminismo.

Para hacernos una idea de cómo era la vida en lo que los portugueses llamaban la Perla del Índico, la Ciudad de las Acacias, os dejo este vídeo. Otro día seguiremos hablando sobre más novelas lusas ambientadas en la época.

viernes, 18 de noviembre de 2011

IV Certamen de Novela López Torrijos

Una tarde de abril de este año andaba acurrucado en mi chaise longue, amodorradillo bajo mi manta de Osasuna, viendo la tele.

Y vibró mi viejo Nokia.

¿Carlos Erice Azanza? Soy Mario Lamela, del certamen López Torrijos...

Zas, el corazón que se te sale por la boca, conversación telefónica en la que no aciertas más que a decir chorradas y, tras colgar, gritos y botes por el pasillo. Espero que mis vecinos lo hayan olvidado ya.
Con José María López Torrijos (foto tomada de dealmansa.es)

Acaban de convocar la cuarta edición del certamen. Las novelas ganadoras de los dos primeros años, El vuelo de las aves, de Miguel Ángel Carcelén, y La voz del mar, de Consolación González Rico, son extraordinarias. La de este año, Beautiful Rhodesia, podrás tenerla pronto en tus manos. Las tres, editadas por Ledoria.

Es un premio limpio, ideal para autores que quieran abrirse camino, con ganas, con un jurado de personas que leen, que les gustan los libros, las historias, y que te hacen pasar en Almansa uno de los días más felices de tu vida.

Aquí tenéis las bases de la cuarta edición:

http://seguroslopez-torrijos.es/ci/uploads/4º_certamen_novela_lópez_torrijos_bases.pdf

Y el fallo de la tercera:

http://www.editorial-ledoria.com/fileadmin/archivos_ledoria/PDF/COMUNICADO_RESOLUCI_N_3__CERTAMEN.pdf

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sueños de seductor

Me gustan las navidades. Entre otras cosas, porque me cojo vacaciones. Ya se sabe, levantarse sin despertador, desayunar sin prisa y pasear entre escaparates iluminados.

Esa mañana me meteré en una librería de las de cerca de mi casa. Querré buscarme algún autorregalo interesante y, de paso, cotillear sobre mi libro.

Me acercaré a la zona donde sé que descansará, entre tantas otras novedades y me pararé, como espía de Le Carré, a ver si alguien se detiene a ojearlo.

Entonces aparecerá ella, guapa, esbelta, pantalones ceñidos hasta lo imposible, botas con tacón de aguja y gorro ocultando una prometedora melena negra. Como quien no quiere la cosa, me pondré a su lado, su perfume me envolverá y sus dedos largos repasarán las portadas de las novelas.

Ése tiene buena pinta le diré señalando mi libro.

Lo tomará entre sus manos jóvenes y rematadas por uñas impecablemente esmaltadas en burdeos, le dará la vuelta para leer la sinopsis y, aparentemente interesada, lo abrirá y pasará varias páginas. Finalmente, se detendrá en las solapas y verá mi foto.

Bah, el tío es feo dirá sin mirarme.

Y lo dejará en su sitio.

martes, 15 de noviembre de 2011

Tarde de escritor

Ayer por la tarde me llamaron de Muskiz, para decirme que me concedían un accésit en el Osmundo Bilbao Garamendi de narrativa solidaria. Por otra parte, Jesús Muñoz, de editorial Ledoria, me comunicó que es muy probable que Beautiful Rhodesia entre en imprenta esta misma semana. Y finalmente cerré la publicación de un cuento con la Fundación Juan Bonal, que cada año edita una recopilación de relatos solidarios.

Decididamente, la de ayer fue una tarde de escritor.

Eso sí, no escribí una puta frase.

viernes, 11 de noviembre de 2011

46º aniversario de la independencia de Rhodesia

Kenneth Kaunda con Margaret Thatcher
En octubre de 1964, Gran Bretaña concedió la independencia a su colonia de Rhodesia del Norte, que adquirió el nombre de Zambia. Kenneth Kaunda fue elegido primer presidente de la joven república.

En cambio, la otra colonia que había heredado el nombre de su fundador Cecil Rhodes, Rhodesia del Sur, continuó bajo dominio británico, con un alto grado de autonomía ejercido por la minoría de raza blanca, que gobernaba el territorio. Esta minoría, temerosa de que el Reino Unido concediera la independencia a un gobierno formado por políticos de la mayoritaria raza negra, decidió proclamar su independencia de forma unilateral el 11 de noviembre de 1965, hoy hace cuarenta y seis años. Ian Smith, veterano de la Segunda Guerra Mundial, fue elegido primer ministro.

Ian Smith
Ni Gran Bretaña ni la ONU reconocieron al nuevo estado, que impuso una legislación segregacionista al estilo del vecino apartheid sudafricano, en el que aproximadamente 200.000 blancos disfrutaban de los derechos políticos, sociales y económicos que se negaban a una mayoría de 4.000.000 de habitantes de raza negra. En 1970 el gobierno blanco proclamó la república, desligándose así definitivamente de la corona británica, situación que ya se había producido, de facto, cinco años antes. Este hecho acarreó nuevas sanciones internacionales.

El siguiente vídeo nuestra cómo era el estilo de vida de los blancos tras aquella autoproclamada independencia, que derivó en años de guerra civil entre ambas razas. Desde luego, al verlo, no resulta difícil imaginar por qué los blancos llamaban a su país Beautiful Rhodesia.

Ni tampoco por qué los negros decidieron rebelarse.