jueves, 21 de febrero de 2019

A la luz del vino, de Carlos Ollo

En este mundo literariocriminal, en el que cada vez se dibujan muertes más crueles, criminales más retorcidos y asesinos más en serie, se agradece que de vez en cuando alguien regrese a las esencias del género, al crimen sencillo, básico, nacido de las tripas y no de complejos e inverosímiles traumas del pasado.


En A la luz del vino, Carlos Ollo Razquin se carga a la gente a botellazos; los polis son normales, con sus problemas familiares, personales y de pareja, y no andan por la vida especialmente atormentados; los móviles que llevan al crimen no son otros que el miedo y los trapicheos de drogas al detall y ningún psicópata alienado se dedica a retar a la Policía emulando crímenes del pasado trufados de mitología ancestral.


Sencillez.


Sencillez.


Esa es la clave de A la luz del vino, sencillez en la trama, en los escenarios y en los comportamientos. Sencillez, también, en la construcción literaria, sin retruécanos ni artefactos, y sencillez, cómo no, en el lenguaje empleado.


Y esto es lo realmente difícil al componer una novela, más aún si buscamos dotarla de intriga y misterio. Que parezca sencilla.


Por otra parte, ha sido un placer reencontrar a la familia Villatuerta, protagonista de ¿Quién con fuego?, metida en esta ocasión hasta los tobillos en una trama negra de bodega y viñedo (llama la atención que otro de los grandes hits de 2018, El porqué del color rojo, de Paco Bescós, eligiera el mismo ambiente enológico y lo desarrollara también con tanta habilidad).


Pero, sin duda alguna, el personaje que destaca por encima de todos es ese coloso, ese titán del siglo XXI, ese inspector inteligente, fuerte y dotado de un impresionante atractivo físico que dirige buena parte de las investigaciones.


Todo un descubrimiento.


Al que esperamos seguir viendo mucho tiempo.