lunes, 28 de abril de 2014

Donde viven los dioses menores, de Jokin Azketa

El problema de ir acumulando libros en casa radica en que no siempre dispones del tiempo suficiente para hincarles el dedo, de modo que al final siempre acabas leyendo novedades cuando ya no lo son.

Así, cuando Jokin Azketa consiguió ser finalista del Premio Desnivel en 2011 con Donde viven los dioses menores, rápidamente me hice con la novela, pero su talento me ha superado, pues en 2013 tuvo mayor fortuna y se llevó el premio con Lo que la nieve esconde. Tiempo tendré de leerla, claro, pero me gusta ir en orden.

Soy criatura del asfalto o, más bien, del adoquín, por aquello de vivir en este viejo burgo de Navarrería, de ahí que el monte nunca me haya atraído especialmente. Pues eso, siendo como soy ignorante de casi todo lo que tenga que ver con la montaña, lo que nunca pude esperar al empezar a leer Donde viven los dioses menores fue encontrarme con una novela claustrofóbica.

Porque lo que Jokin me ha transmitido, de forma contundente, todo hay que decirlo, ha sido eso, claustrofobia. Resulta paradójico, sí, pero esos espacios blancos, abiertos y helados del Pirineo resultan espeluznantemente opresivos en las manos de Jokin, a través de un grupo de personajes envueltos en una historia más cercana al terror psicológico que a la literatura de viajes.

Al más puro estilo teatral de Diez negritos, Donde viven... atrapa con una atmósfera, unos caracteres y un suspense poderosos en el que también hay espacio crítico para esos gurús que tan de moda se han puesto hoy en día, esos charlatanes que basan su exitosa verborrea en temas tan manidos como la superación y la capacidad de emprender.

Todo ello, además, con una capacidad narrativa de lujo que, a quienes nos gusta la literatura, nos deja la mar de felices (aunque con el alma en vilo).

Pues eso, que ojito con Jokin Azketa, otra de las estrellas emergentes de la literatura de este pequeño país pegado al Pirineo, que diría Pep Guardiola.



 

lunes, 21 de abril de 2014

A las 10 en el Diez

Aitor Iragi Eraul, vecino, peñakide, colega, amigo y un sinfín de cosas más, presenta este viernes 25 de abril, a las 19.30, en la Sala de Calderería 11, su primera novela, A las 10 en el Diez.

Y va el muy inconsciente y me pide que le escriba el prólogo.

Pues ahí os lo dejo, en plan filtración, para que luego os quejéis de que no suelto exclusivas.



 

Correr es de cobardes.

         De cobardes, dicen.

         Salvo que sean las ocho de una mañana de julio en la cuesta de Santo Domingo y, periódico en mano y pañuelo rojo al cuello, nos encontremos al autor de esta novela, pegado al muro y de blanco inmaculado, más o menos. A esas horas de gorriones, cohetes, cencerros y pezuñas, defendiendo dos cosas que ama, su lengua y su pellejo. Ahí es nada. Para que luego digan.

         Correr es de valientes, pues.

         Y no solo correr.

         En estos tiempos de prisas, de búsqueda de la inmediatez, de la velocidad, de lo instantáneo, como si fuéramos una sociedad Nesquik, plantearse proyectos a medio y largo plazo denota, no ya valentía, sino temeridad. Eso y no otra cosa demostró Aitor el día que se dijo
ya estoy listo, ya puedo empezar, quiero contar una historia, mi historia, tu historia, nuestras historias, la de los años más convulsos de nuestra tierra, aquellos en los que Navarra perdió su independencia, y la de los años más convulsos de su vida, la de Aitor, cuando se hizo adolescente y, supongo, le salieron granos y le partieron el corazón en días alternos.

         Hay que ser valiente, sí, muy valiente, para dedicar tantos meses de tu tiempo a pensar, hilvanar, investigar, trenzar y encajar una novela inverosímil —o no— que discurre a lo largo de casi quinientos años de grandes y pequeños sucesos, de historia y de intrahistorias como diría Unamuno, entre castillos, caballeros y doncellas renacentistas, brazos incorruptos, polis corruptos, música punk, radios libres y korrikas.

         Pasajes demenciales, hilarantes, se unen a otros que nos invitan a la reflexión, a cuestionarnos nuestro entorno, quién sabe si cambiante o eterno, y a un claro interés de comunicar al público quién es, dónde va y de dónde viene este pueblo navarro, tan humilde y humillado como orgulloso.

         Escribir es de valientes.

         Dicen.

         Digo.

         Y Aitor lo es.

         Yo ya lo sabía.