Sobre que en este rinconcito a los pies de los Pirineos también se escribe novela negra ya hemos hablado en alguna ocasión en este blog. Y que la literatura navarra esté viviendo un momento dulce no es noticia tampoco.
Por eso produce una satisfacción brutal que Dolores Redondo, una de los nuestros, esté arrasando con El guardián invisible, la primera entrega de una trilogía policíaca ambientaba en el valle del Baztan, y que está contando con un espectacular lanzamiento editorial, no solo en la península Ibérica, sino también en toda Europa.
Redondo, nacida en San Sebastián y afincada en Cintruénigo desde hace años, nos presenta en esta novela a Amaia Salazar, vecina mía de la calle Mercaderes, inspectora de la Policía Foral y responsable de la investigación de una serie de crímenes producidos en los alrededores de Elizondo.
Este hecho, el que la Policía Foral se incorpore a la literatura policíaca, supone un atractivo tremendo para el público navarro. Si a ello le sumamos la currada que se ha pegado la autora para describir sus procedimientos de trabajo —lo que los yankis llaman police procedural novel, algo no demasiado habitual en el género negro en castellano—; si a esto le unimos también cómo nos cuenta sus conflictos internos o de competencias con otros cuerpos policiales como la Guardia Civil; si además es capaz de trenzar una trama que juega con la mitología mágica vasca y los ciscos familiares; y si finalmente maneja todo con un ritmo narrativo sabiamente medido, uno puede explicarse perfectamente las claves del éxito de esta novela entre los fans del género.
Así que me alegro un huevo por Dolores.
Y por quienes escribimos literatura negra en esta tierra, claro.
Por eso produce una satisfacción brutal que Dolores Redondo, una de los nuestros, esté arrasando con El guardián invisible, la primera entrega de una trilogía policíaca ambientaba en el valle del Baztan, y que está contando con un espectacular lanzamiento editorial, no solo en la península Ibérica, sino también en toda Europa.
Redondo, nacida en San Sebastián y afincada en Cintruénigo desde hace años, nos presenta en esta novela a Amaia Salazar, vecina mía de la calle Mercaderes, inspectora de la Policía Foral y responsable de la investigación de una serie de crímenes producidos en los alrededores de Elizondo.
Este hecho, el que la Policía Foral se incorpore a la literatura policíaca, supone un atractivo tremendo para el público navarro. Si a ello le sumamos la currada que se ha pegado la autora para describir sus procedimientos de trabajo —lo que los yankis llaman police procedural novel, algo no demasiado habitual en el género negro en castellano—; si a esto le unimos también cómo nos cuenta sus conflictos internos o de competencias con otros cuerpos policiales como la Guardia Civil; si además es capaz de trenzar una trama que juega con la mitología mágica vasca y los ciscos familiares; y si finalmente maneja todo con un ritmo narrativo sabiamente medido, uno puede explicarse perfectamente las claves del éxito de esta novela entre los fans del género.
Así que me alegro un huevo por Dolores.
Y por quienes escribimos literatura negra en esta tierra, claro.
Dolores, con el río Baztan detrás (foto Diario de Noticias) |