Protesto.
Sí.
Pero no, no protesto por cualquiera de las cosas, las mil que tenemos alrededor, que nos dan motivos más que de sobra para ello. Ante esta situación he decidido abrir un paraguas, que intente taparme a mí y a mi gente más cercana, y esperar a que escampe. Egoísta, sí, pero de momento no doy para más.
Pero a lo que iba.
Protesto.
Me chiflan las pelis americanas de juicios y abogados, sé que algunas son malas, efectistas, americanadas en el peor sentido de la palabra, pero qué le voy a hacer, aplaudo con las orejas cuando el fiscal suelta su perorata y el abogado defensor suelta ese señoría, protesto.
Me pone. Supongo que me aficioné de crío con Corbin Bensen y aquella serie fantástica, La ley de Los Ángeles. Luego me dejaron con la boca abierta Vencedores o vencidos (Judgement at Nuremberg) esa maravilla sobre los juicios a los nazis tras la Segunda Guerra Mundial (hay que hacerles la ola a Spencer Tracy, Burt Lancaster y Montgomery Clift), y la mala hostia de Jack Nicholson en Algunos hombres buenos (A few good men).
En cambio, nunca había catado novela sobre el tema y estos días he disfrutado con la entretenidísima El veredicto, de Michael Connelly, la nueva estrella emergente de la novela policíaca norteamericana. No es alta literatura, no, pero es ágil, divertida, con unos diálogos magníficos y me ha hecho volver a aplaudir cuando el abogado Mickey Haller lanzaba sus diatribas.
Denegada.
Guau.
Sí.
Pero no, no protesto por cualquiera de las cosas, las mil que tenemos alrededor, que nos dan motivos más que de sobra para ello. Ante esta situación he decidido abrir un paraguas, que intente taparme a mí y a mi gente más cercana, y esperar a que escampe. Egoísta, sí, pero de momento no doy para más.
Pero a lo que iba.
Protesto.
Me chiflan las pelis americanas de juicios y abogados, sé que algunas son malas, efectistas, americanadas en el peor sentido de la palabra, pero qué le voy a hacer, aplaudo con las orejas cuando el fiscal suelta su perorata y el abogado defensor suelta ese señoría, protesto.
Me pone. Supongo que me aficioné de crío con Corbin Bensen y aquella serie fantástica, La ley de Los Ángeles. Luego me dejaron con la boca abierta Vencedores o vencidos (Judgement at Nuremberg) esa maravilla sobre los juicios a los nazis tras la Segunda Guerra Mundial (hay que hacerles la ola a Spencer Tracy, Burt Lancaster y Montgomery Clift), y la mala hostia de Jack Nicholson en Algunos hombres buenos (A few good men).
En cambio, nunca había catado novela sobre el tema y estos días he disfrutado con la entretenidísima El veredicto, de Michael Connelly, la nueva estrella emergente de la novela policíaca norteamericana. No es alta literatura, no, pero es ágil, divertida, con unos diálogos magníficos y me ha hecho volver a aplaudir cuando el abogado Mickey Haller lanzaba sus diatribas.
Protesto.
Denegada.
Guau.