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lunes, 19 de noviembre de 2012

20N: muerte de Ian Smith (I)

Hace cinco años, el 20 de noviembre de 2007, murió en Ciudad del Cabo Ian Smith, líder durante décadas de la minoría blanca de Zimbabwe-Rhodesia.

De origen escocés, nació el 8 de abril de 1919 en Selukwe, en las Midlands de la entonces colonia británica de Rhodesia del Sur. Su padre John llegó a la colonia en 1898 en busca de oro, y desempeñó oficios tan diversos como granjero, carnicero o panadero. Su madre, Agnes, había nacido en Inglaterra.

Como tantos otros jóvenes blancos del sur de África, fue un fanático del deporte, llegando a ser capitán de los equipos de tenis, rugby y críquet de su escuela.

Durante la Segunda Guerra Mundial, se enroló en las Fuerzas Aéreas de Rhodesia del Sur y participó en la Batalla de Inglaterra. Un grave accidente aéreo a los mandos de un Hurricane cerca de Alejandría, en Egipto, le provocó una parálisis facial de por vida.

Como piloto del Escuadrón Rhodesiano 237 de la RAF, luchó en los cielos de Italia, hasta ser derribado en el valle del Po. Recogido por los partisanos, fue acogido por una familia italiana, los Zunino, hasta que pudo regresar tras las líneas aliadas.

Tras la guerra, finalizó sus estudios universitarios en la Rhodes University en Sudáfrica y adquirió una granja en su localidad natal, que llegó a alcanzar una superficie de 87 kilómetros cuadrados.

Su carrera política arrancó en 1948, cuando fue elegido por su distrito miembro del parlamento de la colonia de Rhodesia del Sur. Su desacuerdo con la idea del Partido Liberal de reservar escaños en el parlamento a la mayoría negra, le llevó a crear su propio grupo, el Frente Rhodesiano.

Elegido primer ministro en 1963, se opuso frontalmente a que una hipotética independencia de la colonia del Reino Unido se basara en el principio del sufragio universal. Hasta entonces, el derecho al voto en Rhodesia solo se obtenía si se disponía de un cierto nivel educativo y económico, lo que relegaba a la mayoritaria población negra.

El 11 de noviembre de 1965, el gobierno autónomo rhodesiano proclamó la independencia del país, de forma unilateral, con la oposición británica y de las Naciones Unidas.

Smith firma la Declaración Unilateral de Independencia

Anticomunista convencido, solo contó con el apoyo de Sudáfrica y Portugal, que aún poseía las colonias de Angola y Mozambique, gobernadas ambas por la minoría de origen portugués. De este modo, todos los territorios del sur de África contaban con gobiernos blancos.

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martes, 24 de julio de 2012

Ignacio del Valle

Hace algún tiempo intercambié con Eduardo Laporte una serie de twits, tuits o como se escriba, sobre novelas de playa y novelas de sofá, sobre novelas livianas, aptas para ser leídas en cualquier parte, y novelas que requieren una cierta concentración para su lectura. Para mi asombro, Eduardo defendía su capacidad para el disfrute de la literatura en la playa, aunque algún cuerpo humano con determinadas características pudiera llegar a distraerle fugazmente.

A mi juicio, existe un ambiente menos propicio aún para la lectura, como es el de un hospital, un ambiente que me ha tocado vivir recientemente. Y oigan, hay que ser muy hábil escribiendo para captar la atención de un lector que se encuentra en semejante ambiente, con personal médico, de enfermería, pastillas, oxígenos, visitas, análisis y tubos por todas partes.

En una de esas jornadas sanitarias abrí El tiempo de los emperadores 
extraños, de Ignacio del Valle. Había oído hablar de sus obras, de Silencio en la nieve, peli basada en esta novela protagonizada por Juan Diego Botto y Carmelo Gómez, contaba con referencias excelentes y hasta me había convertido en seguidor suyo en ese chisme llamado Twitter.

Más de una vez he leído las quejas de Andrés Pérez Domínguez sobre un cierto desprestigio que acompaña a las novelas de nazis. La de Ignacio del Valle también juega con este elemento, y tanto a él como a Andrés puedo decirles que no se preocupen, que si siguen siendo capaces de escribir así de bien, no habrá crítico con la jeta suficiente para dejar sus novelas en mal lugar.

Porque El tiempo de los emperadores extraños no es solo un thriller trepidante, excelentemente ambientado en las andanzas de la División Azul en las estepas heladas que rodeaban Leningrado a finales de 1943; no es solo la historia de un asesino en serie, una novela de venganzas y rencores, sino que también es un alarde de técnica narrativa, sabiamente equilibrada en el fondo y en la forma, y que consigue atrapar tu alma aunque la tengas distraída por la salud de la mujer que te trajo al mundo.

Gracias, pues, Ignacio, por los ratos que me has hecho pasar, y me apunto a seguir con entusiasmo el resto de tu carrera literaria.


martes, 8 de mayo de 2012

8 de mayo de 1945

Tal día como hoy, hace sesenta y siete años, acabó oficialmente la Segunda Guerra Mundial en Europa.

A partir de tal fecha, los cientos de soldados rhodesianos alistados en las fuerzas armadas británicas iniciaron sus planes de retorno a casa. Sus compatriotas en Birmania aún combatirían durante unos meses más, hasta que los americanos bombardearan Hiroshima y Nagasaki en agosto.

Soldados rhodesianos, Italia, 1944

Es en ese momento, tras haber luchado en la frontera de Kenia con Abisinia, en Egipto, en Libia, en Túnez, en los cielos de Inglaterra y en las playas y los montes de Italia, cuando muchos africanos blancos comenzaron a observar a sus antiguos enemigos como posibles aliados en sus planes de lucha contra el comunismo en sus tierras de Rhodesia, Namibia y Sudáfrica.

Algo así debió de pensar Terry Spears, ya ascendido a capitán, cuando se entrevistó con un oficial de la Luftwaffe a las afueras de Nápoles, en aquel incipiente verano de 1945.

lunes, 30 de enero de 2012

Gandhi, Sudáfrica y Bose (II)

A lo largo de los años 30, Gandhi se convirtió en referencia para el pueblo indio, ansioso por liberarse de la dominación inglesa. Al contrario que otros líderes revolucionarios, apostó firmemente por la no violencia y la desobediencia civil. Sus campañas de boicot a la ropa importada de la metrópoli llegó a ahogar la economía de ciudades industriales como Manchester y Liverpool y fue famosa su peregrinación en contra del monopolio británico sobre la extracción de la sal.

El inicio de la Segunda Guerra Mundial supuso un dilema para él. Pese a considerar, como otros miembros del Congreso Nacional Indio, inmorales los regímenes nazi y japonés, declaró públicamente que no podía enviar a los indios a una guerra por la libertad y la democracia cuando esa libertad y esa democracia eran negadas sistemáticamente a su propio pueblo. Solo apoyaría a Gran Bretaña si ésta concedía la independencia a la India. Aquellos primeros años 40 fueron época de revueltas y protestas contra el gobierno colonial, que las reprimió sin miramientos. El propio Gandhi acabó, una vez más, en la cárcel.

Gandhi y Bose
En cambio, Chandra Bose, otro de los líderes nacionalistas del país, no dudó en alinearse junto a las potencias del Eje, confiando en que una hipotética victoria de Alemania supusiera, por fin, la independencia de la India. Al igual que Gandhi, se licenció en Derecho en Inglaterra y, como él, presidió el partido del Congreso Nacional Indio. Pero, a diferencia del Mahatma, consideró que el camino para la independencia era el de la lucha armada.

Chandra Bose junto a dos oficiales alemanes
Con el apoyo de Hitler y los japoneses, fundó el Ejército Nacional Indio y presidió el Gobierno Provisional de la India Libre que combatió al Raj británico en Birmania. Tras la derrota de Japón, Bose falleció, presuntamente, en un accidente aéreo nunca aclarado.

En 1947, Gran Bretaña accedió, por fin, a la independencia de la India. Pese a su gran prestigio entre las comunidades hindú y musulmana, Gandhi no pudo evitar los motines y matanzas entre ambas y consintió, finalmente, la partición del país.

El 30 de enero de 1948, un fanático hindú, Nathuram Godse, acabó con su vida, a los 78 años de edad.

jueves, 19 de enero de 2012

Verano del 43

Hasta este blog suelen llegar visitantes de diverso pelaje: gente de mi cuadrilla, del trabajo, de mi familia (¡hola tita!), gente a la que le ha gustado mi novela, gente a la que no, gente que escribe, gente que lee y cae incluso quien gusta de los Sanfermines y las historias de espías.

Para estas dos últimas categorías rescato un artículo publicado hace ya algunos años en blogsanfermin.com.


Verano del 43

Una mañana de comienzos de julio de 1943, en plena II Guerra Mundial, Hans Schaeffer, nacido en Buenos Aires, de padres austríacos, tomó el Plazaola en la donostiarra estación de Amara. Su destino, como el de muchos otros oficiales y soldados alemanes destinados en el País Vasco-Francés, Pamplona y sus recién iniciadas fiestas de San Fermín.

Pero Shaeffer no era un oficial como los demás. De hecho viajaba de paisano y con pasaporte argentino falso. Su misión, en la que llevaba inmerso casi dos años, consistía en intentar desmantelar la red de mugalaris y contrabandistas que ayudaban a los espías y pilotos aliados derribados a cruzar la frontera franco-española, en su ruta de huida hacia el Gibraltar británico.

Se alojó en el desaparecido Hostal Burguete de la calle San Nicolás, situado más o menos a la altura del actual bar Iru. Durante esos días se hizo habitual de los encierros en un balcón de la calle Estafeta, de una barrera de sombra en nuestra Plaza de Toros y fue común encontrarle cenando en tascas del Casco Viejo tras la corrida para perderse después en los conciertos, bailes o espectáculos revisteriles que solía organizar el bar Baserri. Varias de aquellas noches las acabó en la bodega del Iruña (actual bar Subsuelo) donde, unido a una variopinta mezcla de nativos y visitantes, se pulía todo el vino que podía, cantaba al compás de guitarras y acordeones, intentaba ganarse la atención de las chicas de dudosa reputación que acudían a aquel antro y daba cuenta del caldico que les llevaba a las dianas y al nuevo día.

La noche del 11 al 12 de julio protagonizó en dicha bodega una agria disputa con el periodista sueco Stephan Johansson, al parecer por los favores de Rosa, una famosa prostituta de la calle Curia. Los dos hombres, envalentonados por el vinorro y el anís, salieron a la belena de Pintamonas dispuestos a resolver sus diferencias.

Hans Schaeffer nunca fue visto de nuevo en Pamplona.

Y el tal Johansson resultó ser Frank McCormack, nombrado unos años más tarde director adjunto del MI6, el servicio secreto británico.

martes, 20 de diciembre de 2011

Andrés Pérez Domínguez


Hace como un par de años, en el puesto de Librería Abarzuza en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Pamplona, un libro me llamó la atención. Su portada, su cuidada edición y, desde luego, su precio. El factor Einstein, de Andrés Pérez Domínguez. La verdad es que no le conocía de nada, pero lo cogí, lo hojeé y Rafa, el librero, me dijo Está muy bien. Y caí.

Lo leí con ganas, a gusto y, sin llegar a encantarme, me hizo pasar muy buenos ratos. No me terminaron de enganchar algunos elementos de la historia, tal vez el carácter de algunos personajes y situaciones, pero en líneas generales me gustó bastante. Siempre me ha interesado el siglo XX europeo y había echado en falta que un autor español tejiera una trama con esos aires de espionaje, género que siempre me ha entusiasmado.

Pero lo que sí llegó a engancharme fue su blog, La separata, y su propio personaje ahí descrito, el de Andrés Pérez Domínguez. No pude evitar mirarlo con simpatía, sevillano él, que me trajo recuerdos de aquellos años que viví en una calle tan literaria como la Camilo José Cela, junto al Sánchez Pizjuán, en aquella época en la que Osasuna y Sevilla se repartían goles y tortas a partes iguales.

Y como digo, me gustó el personaje de Andrés y su cercanía a sus lectores, a través de ese blog, hasta llegar a sufrir enormemente cuando publicó la foto de sus manuscritos empapados, arruinados por una tormenta, manuscritos de los de verdad, de los de boli y cuaderno. Me acordé entonces de Iñaki Echarte, de cuando le robaron el ordenador con toda su obra dentro.

Para alguien que empieza como yo, fue todo un gozo observar que un escritor consolidado como Andrés había iniciado su carrera en pequeños concursos y luego no tan pequeños, hasta llevarse el Ateneo de Sevilla de novela.



Y ahí es donde me ganó definitivamente. El violinista de Mauthausen le salió redonda, con unos personajes sólidamente dibujados y una trama profunda y espléndida en la mejor tradición del género. Vamos, todo un Le Carré sevillano que tocaba con maestría un tema que siempre me ha apasionado. Además, desde mi modesta forma de entender la literatura, Andrés había conseguido pulir aquellas cosas que no me habían gustado de su anterior novela.

Mejorar en cada libro es todo un triunfo y dice mucho de lo que nos puede ofrecer en el futuro.

Así que aquí me tenéis, ansioso por que saque la siguiente y esperando parecerme a él algún día.

Al menos el pelo ya se me está cayendo.