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sábado, 23 de mayo de 2015

Festival de Eurovisión y La granja de Perla

Hoy se celebra el Festival de la Canción de Eurovisión, momento ideal para seguir promocionando La granja de Perla. Quienes hayáis llegado al capítulo correspondiente, sabréis por qué.



Aquí os dejo unos vídeos de la edición de 1974, celebrada en Brighton.


United Kingdom - Royaume Uni (Olivia Newton-John)



Spain - L'Espagne (Peret)


 
Portugal (Paulo de Carvalho)



Y el ganador fue...

Sweden - La Suède (Abba)

 

martes, 19 de mayo de 2015

La granja de Perla en la Feria del Libro de Pamplona 2015

Si no tienes la posibilidad de acudir a la presentación de La granja de Perla el 28 de mayo, no te preocupes, que me tendrás también el lunes 1 de junio, a las 18.30, en la Feria del Libro, en la plaza del Castillo.

Allí compartiré charloteo con Jon Arretxe, que presentará Morto Vivace y Carlos Bassas, con Siempre pagan los mismos, moderados, es un decir, por Alejandro Pedregosa, que se reserva sus novedades para el otoño.

Buen día para echarnos unas risas y hablar sobre la literatura negra que hacemos en esta Nafarroa Beltza.



 

martes, 12 de mayo de 2015

Presentación de La granja de Perla

Este próximo jueves 28 de mayo de 2015, a las 18.30, en Elkar Comedias, podréis asistir a mi segundo parto (o parida) novelera, La granja de Perla, un espectacular thriller bélico, histórico y étnico.


En el otoño de 1973, poco antes de la Revolución de los Claveles, Portugal vive los últimos meses del régimen dictatorial salazarista. Mientras tanto, en sus provincias africanas se libra una cruel guerra colonial.

Tras el asesinato de tres misioneros salesianos, una joven e idealista reportera de Radio Nacional de España —comprometida con el antifranquismo— investigará los hechos y conocerá el amor y la guerra a orillas del Océano Índico. Al mismo tiempo, Perla, una granjera blanca, asistirá atónita al desplome del viejo estilo de vida colonial labrado por tres generaciones de su familia.

Guerrilleros africanos, jóvenes soldados de reemplazo, nativos discriminados y colonos europeos componen el marco humano donde confluyen el final de un imperio y cinco de los grandes ismos de la segunda mitad del siglo XX: colonialismo, nacionalismo, racismo, comunismo y machismo.



Próximamente, en Editorial Ledoria.

 

martes, 10 de marzo de 2015

El rencor siempre tiene buena memoria, en Fiat Lux

Hace unos días, la versión digital de Fiat Lux, la revista especializada en literatura negra y periodismo digital, me publicó El rencor siempre tiene buena memoria, este cuento negro y africano, a caballo entre el presente y el pasado colonial de Guinea Ecuatorial. Vamos, en mi línea.



El rencor siempre tiene buena memoria
 

Los niños son crueles. Les gusta reírse del diferente, señalarlo, mofarse de él. Son verdaderos expertos en hacer sufrir al que consideren inferior o distinto.
Disfrutan.
Son sádicos.
Nadie, nadie como ellos para torturar a los demás.
Del diario de R.D.N., localizado entre sus efectos personales.
Número de registro 2013/AS-368
Cuerpo Nacional de Policía
 

 
Llueve. A mares. Como si nunca fuera a parar. Y, pese a los años, no terminas de acostumbrarte. No, no terminas.

Aunque allá hubiera épocas en las que caía igual.

O más, incluso, mucho más.

Rodeas la taza de chocolate caliente con tus manos heladas mientras observas la cristalera empañada; figuras con paraguas, figuras con prisas, figuras con bolsas. Algunas luces de Navidad adornan borrosas la plaza.

Desde luego, chica, quién te habrá mandado embarcarte en semejante aventura. En mala hora descubrió tu hija esa página web. Pero qué le vas a hacer, te puede la nostalgia, te puede.

Sí, la nostalgia.


Si quieres continuar leyendo, haz clic aquí.

 

jueves, 26 de febrero de 2015

El sabor de la tierra

Allá por septiembre de 2013 gané el Reino de Tartessos, en Guadix, con mi relato Ese condenado hombre del tiempo, un cuento dedicado al vino y a quienes nos lo hacen, un cuento con un toque de ruralismo mágico.

Padaya lo ha editado en un libro que recopila, además, los textos de los otros dieciséis finalistas.

Estos días lo voy saboreando a poquicos, como dice mi padre, sorbo a sorbo, porque es un gustazo compartir páginas con gente del talento de Carlos de la Fé o José Javier Muñoz, con los que me suelo encontrar en certámenes y redes sociales.

La tirada es pequeña pero, si tenéis interés, tal vez lo podáis conseguir pidiéndolo en este enlace.

 

lunes, 26 de enero de 2015

jueves, 15 de enero de 2015

Pamplona Negra... 2015

No ha empezado aún y ya estoy pensando en la de 2016. Las ganas de que Pamplona contara con un festival literario de esta magnitud me pueden y, haber sido testigo de la gestación y, en plan comadrona, estar a punto de asistir al parto, hacen que no deje de pensar en que semejante tinglado resulte un éxito y esta sea la primera de muchas, muchas ediciones.

El mimo y el tesón que le ha echado Carlos Bassas, que se las apañado para encontrar aliados en Baluarte y la Filmoteca de Navarra, merecen que le hagamos la ola.

Ha conseguido reunir entre las paredes de granito de Zimbabwe del Baluarte a un grupo de criminales literarios y cinéfilos de primera.

Para mí va a ser la leche presentar la conferencia de Lorenzo Silva del miércoles 21; participar en la mesa redonda del 22 con el propio Carlos, Alejandro Pedregosa, Jon Arretxe y Javier Abasolo; conocer, por fin, a Paco Gómez Escribano, Víctor del Árbol, Alexis Ravelo, J.R. Biedma y tantos otros; ver pelis como La caja 507, la rescatada Distrito Quinto o Muertos comunes; asistir a las reproducciones de un par de escenas del crimen (uno de los puntazos del programa) y todo todito a cinco minutos de la Estafeta.

Vamos, que esta Iruña Beltza va a ser la hostia.

Ojalá sea un éxito y nos volvamos a ver, con más gente aún, en 2016.

Enhorabuena, Carlos Bassas.

Programa completo, del 19 al 23 de enero, aquí.

 

viernes, 12 de diciembre de 2014

Piensa que la alambrada solo es un trozo de metal

Ayer fui a Muskiz, Bizkaia, al acto de entrega del Osmundo Bilbao Garamendi, el certamen de que viene organizando, desde hace ocho años, la Asociación Alez Ale. Es este, sin duda, uno de los certámenes de narrativa solidaria más prestigiosos de la península y ayer pude comprobar la razón. La sencillez, la humildad y la reivindicación social casan muy bien con la literatura y ayer pasé una tarde inolvidable.

Enhorabuena al resto de ganadores y ganadoras, que podéis leer aquí, y quiero mostrar mi agradecimiento a Almudena, Alberto Bargos, la familia de Osmundo y a todo ese grupo humano, tan humano, que tuve el gusto de conocer ayer.

Por último, aquí os dejo mi relato, que el jurado tuvo la inconsciencia de proclamar ganador.



Piensa que la alambrada solo es un trozo de metal


Me lo soltó de sopetón. Ya conocéis a mi hija, ya sabéis cómo es. Y, aunque no se lo llegué a confesar, me llenó de alegría, de orgullo, de dicha, nunca hubiera podido imaginar que, a estas alturas de la vida, algo me hiciera tan feliz. Y es gracias a ella que estamos hoy aquí, en el aeropuerto, esperando que el vuelo de Tinduf llegue puntual, a bordo la niña que va a pasar el verano con nosotras.

           Mouna.

           Once años.

           Muy buenas notas.

           Y guapa, muy guapa, según las fotos.

           Hay otras familias, periodistas, pancartas, juguetes. En todos los rostros, la misma ilusión, ya sea la primera vez, como nos pasa a nosotras, ya estén esperando volver a abrazar a una de esas criaturas que tanto se hacen querer, a quien tanto echan de menos durante el año.

           Mi hija me toma la mano, la aprieta más bien, me sonríe, tan nerviosa como yo, un peluche bajo el brazo y un montón de miedos y sueños confundidos en el alma. Cuando la puerta de llegadas se abre y aparecen tras el cristal esas caras infantiles sonrientes, ella libera mi mano y yo mi memoria.

           El Aaiún, 1970.

           Veinteañera, enfermera del ejército de tierra, llena de espíritu de aventura, vaya rebote se cogieron en casa cuando elegí destino. Conocer mundo, un sueldo mucho mejor, ayudar a gente necesitada... No, no, ninguno de mis argumentos les sirvió, mi padre que ni siquiera me dijo adiós cuando cogí el tren, mi padre, todo un coronel de infantería, que se echó a llorar el primer domingo que les llamé desde el Sahara, pobrecito mío, mi niña, mi niña, no dejaba de repetir, la voz ahogada por sus sollozos.

           Y por los míos.

           Éramos pocas y no había muchas cosas que hacer en nuestro tiempo libre; eso sí, hombres no faltaban, soldados, legionarios, policía territorial, funcionarios de la administración, maestros y hasta algún cura, para la población europea, claro está. Uniformes, uniformes, uniformes. Chicos jóvenes, muchos en contra de su voluntad, sobre todo aquellos a los que les había tocado hacer la mili en el Sahara.

           Si tenías el sábado libre, no era raro pasarlo en la piscina del Parador Nacional, vagar luego por el Zoco Nuevo o la plaza de España, ver en el cine Las Dunas a Jane Fonda besando a Robert Redford en Descalzos por el parque o bailar un poco, castamente, en el Casino de Oficiales o en el guateque que organizase en su casa alguno de los médicos del cuartel, minifaldas, patillas, Si yo tuviera una escoba y Con un sorbito de champán. Y si te tocaba estar de guardia —bien para darle un par de aspirinas a algún recluta con insolación, bien para enyesarle el brazo roto después de un partido de fútbol—, siempre podías matar el tiempo viendo a Joaquín Prat y Laurita Valenzuela en la tele en blanco y negro de la sala de enfermeras.

           Aquel miércoles no tenía por qué ser diferente.

           Hasta que empezaron a llegar; cabezas abiertas a porrazos, ataques de pánico, intoxicaciones por botes de humo, fracturas, alguna herida de bala.

           —Los saharauis han montado una bien gorda, han apedreado a los antidisturbios en Zemla. Luego ha llegado la Legión y los han disuelto a tiros —me confesó Virginia, que tenía un novio en la policía territorial—. Pero yo no te he dicho nada, no te he dicho nada, que no quiero líos.

           Cuatro murieron en quirófano.

           Cuando acabó mi turno, y pese a que las calles de El Aaiún estaban tomadas por los militares, me acerqué a los barrios nativos, Land Rovers en las esquinas, jaimas arrasadas, legionarios armados y nerviosos, megáfonos anunciando el toque de queda.

           En cada bocacalle la alambrada de espino cercaba a la población saharaui, que quedó recluida en sus barrios de chabolas y adobe, como si quisiéramos dejarla encerrada en un gueto, algún viejo con chilaba mirándome desde el otro lado, sorprendido, incrédulo.

           Llegaron las investigaciones, policiales, militares, judiciales.

           Vinieron los periodistas.

           Y la tele.

           Pero las órdenes de la superioridad y nuestro juramento fueron tajantes, no sabíamos nada, no habíamos visto nada.

           Ese miércoles sangriento nunca existió.

           No supe saltar la alambrada.

           Desde entonces, no he dejado de sentirme culpable ni un día, por mi silencio, por mi cobardía, por mi actitud cómplice con aquellos asesinatos, remordimientos que se multiplicaron cuando les abandonamos a su suerte en 1976.

           La niña abraza con timidez a mi hija y luego se dirige a mí:


           —Y toma, este regalo es para ti.

           —¿Por qué, Mouna? 

           —Porque vas a ser mi abuela de verano; para siempre, ¿verdad?

           La beso.

           Esta niña saharaui, en dos minutos, me ha liberado, me ha reconciliado conmigo misma. Sus ojos y su sonrisa han perdonado mi silencio y mi pecado de cuarenta años; ella me ha redimido, me ha salvado.

           Ella.

           Ella sí ha sabido saltar la alambrada.

           Y nunca se lo agradeceré suficiente.


 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Ganador del VIII Osmundo Bilbao Garamendi

Osmundo Bilbao Garamendi fue un misionero comboniano, nacido en 1944 y asesinado en Uganda, en 1982. Su biografía despide un profundo amor por África y su gente. En honor a él se convoca cada año, en Muskiz, su localidad natal, uno de los más prestigiosos premios de narrativa solidaria de la Península.

Tras haber conseguido el accésit en 2011, este año he tenido la fortuna de ganarlo con un cuento saharaui titulado Piensa que la alambrada solo es un trozo de metal. Uno mi nombre así al de autores que lo ganaron en su día y que admiro profundamente, como Javier Díez Carmona.

Como podréis suponer, estoy más contento que unas pascuas.

Y muy agradecido.


Imágenes tomadas de http://mareometro.blogspot.com.es/



lunes, 3 de noviembre de 2014

Novelas navarras con premio

A nadie se le escapa que en los últimos tiempos la narrativa navarra está en auge. Se escribe más, se publica más y se lee más. Y, a veces, con un poco de suerte, se abre un hueco en escaparates y medios de comunicación.

No es mal momento, pues, para recordar qué novelas navarras han sido premiadas en lo que va de siglo XXI.

  • Juguetes sin recoger, de Ignacio Lloret. Premio a la Creación Literaria del Gobierno de Navarra 2001.
  • El Centinela de Piedra, de Álvaro Osés Arbizu. Premio Desnivel 2003.
  • Sombras lentas que caen, de Eduardo Iriarte. Premio Gabriel Sijé 2004.
  • Atrapados en el paraíso, de Patxi Irurzun. Premio a la Creación Literaria del Gobierno de Navarra 2004.
  • Insomnio, de Fernando Luis Chivite. Premio Café Gijón 2006.
  • El fuego de la tierra, de Pedro Lozano Bartolozzi. Premio a la Creación Literaria del Gobierno de Navarra 2007.
  • Lo que el aire mueve, de Manuel Hidalgo. Premio Ciudad de Logroño 2007.
  • Más allá de la fragua, de Eduardo Iriarte. Premio Francisco Umbral 2007.
  • Antzararen bidea, de Jokin Muñoz. Premio Nacional de la Crítica 2008.
  • La línea Plimsoll, de Juan Gracia Armendáriz. Premio Tiflos 2008.
  • Rojo alma, negro sombra, de Ismael Martínez Biurrun. Premio Celsius 2009.
  • Las huellas erradas, de Eduardo Iriarte. Premio Ciudad de Logroño 2009.
  • La mala estrella, de Agustín Tejada Navas. Premio Ciudad de Almería 2009.
  • Beautiful Rhodesia, de Carlos Erice Azanza. Premio López Torrijos 2011.
  • Mujer abrazada a un cuervo, de Ismael Martínez Biurrun. Premio Celsius 2011.
  • El jurado número 10, de Reyes Calderón. Premio Abogados 2013.
  • Lo que la nieve esconde, de Jokin Azketa. Premio Desnivel 2013.
  • El honor es una mortaja, de Carlos Bassas. Premio Ciudad de Carmona 2013.
  • Garatea, de Koldo Azkune. Premio a la Creación Literaria del Gobierno de Navarra 2014.
  • La Marquesa, de José Manuel Cenzano. Premio Ciudad de Almería 2015.
  • Los niños bomba, de Bea Cantero. Premio Café 1916 2015.
  • Dispara a la luna, de Reyes Calderón. Premio Azorín 2016.
  • Fantasías absurdas, de Idoia Saralegui. Premio de la Asociación de Escritores de Romántica 2016.
  • Siempre pagan los mismos, de Carlos Bassas. Premio Tormo Negro 2016.
  • Todo esto te daré, de Dolores Redondo. Premio Planeta 2016.
  • Ehiztariaren isilaldia, de Luis Garde. Premio Euskadi de Literatura 2016.
  • El sueño eterno de Kianda, de Borja Monreal Gainza. Premio Benito Pérez Armas 2016.
  • Justo, de Carlos Bassas. Premio Hammett 2018.

Como seguro que me estoy dejando alguna, avisadme y actualizo la lista.

Carlos Bassas, en Carmona

 

jueves, 30 de octubre de 2014

El Pasadizo

El Pasadizo me hizo ganar, en 2010, el MostrARTEnavarra. Fue el primer premio que me traía a casa, después del tercer puesto que obtuve, en el mismo certamen, un año antes. Desde entonces, de vez en cuando, algunos jurados han seguido alimentando mi vanidad.


El Pasadizo
 
Todavía recuerdo sin la menor dificultad aquella primera mañana. El mismo traje de chaqueta de Zara que compré para la entrevista, los mismos zapatos vainilla y el mismo rímel para las pestañas. El mismo 205 oxidado con la L colgando en la luna trasera y el tubo de escape pedorreteando por la A-15, rumbo a Olite. Y las mismas ganas y los mismos nervios.
Por fin. Mi primer día de curro. La cabeza llena de pájaros. Y de ilusiones. Monísima. Igualita igualita que el día de la entrevista. Medio año de prácticas por delante. Recursos Humanos. En una bodega. Becaria. Cuatro perras. Otoño e invierno. Nóminas. Contratos. Finiquitos. Impresos para los seguros sociales. TC1. TC2. Confiar en que, cuando no tengas ni puñetera idea, alguien te enseñe. Igual que en el insti. Aunque aquí las cagadas se paguen, no como en el insti. Y venga, chica, arranca ya para Pamplona, no vaya a ser que nos cierren la oficina, presentemos los papeles fuera de plazo y dejemos a toda esta gente con el culo al aire.
Responsabilidades.
Futuro.
Adulta.
Pero aquel primer día todo resultó muy diferente a lo que yo imaginaba.
Todo.
Y, además, se me arruinaron los zapatos vainilla.
Alicia, la directora del departamento, mi ya jefa, me recibió en vaqueros. Dos semanas antes, en la entrevista, parecía una mujer mucho más sofisticada. Una ejecutiva de ésas, de las maduras y modernas. Jefa de Recursos Humanos. En una bodega de prestigio. Mujer elegante. Profesional excelente. Triunfadora.
Pero no. Aquella mañana no. En mi primera mañana no. Sin maquillar. Vaqueros, botas de monte, jersey de cuello alto y la melena recogida en una coleta. Y lo peor fue cuando vi pasar, fugazmente, al gerente. ¡Él también iba con tejanos y camiseta! ¡Con su calva y su barriga! ¡Patético!
—Ay, querida —se disculpó entre divertida, despreocupada y apesadumbrada—, olvidé decirte que, en época de vendimia, es tradición que todos los jueves salgamos por la mañana a recorrer los viñedos. ¡Tendría que haberte avisado para que vinieras con ropa cómoda! ¡Perdóname!
Y así fue cómo mi único pantalón decente, mis únicos zapatos decentes y todo mi supuesto aplomo de novata sabihonda acabaron perdidos de barro. Gracias al cielo, gris en aquella mañana lluviosa de septiembre, mi jefa me acompañó en todo momento. Como queriendo compensar su despiste, como lamentando que se me estropeara aquel aspecto impecable con el que proclamaba ingenua mis intenciones de comerme el mundo en mi debut laboral.
—A los dueños les gusta que todas las personas que trabajamos aquí mantengamos contacto con la tierra. Dicen que si no la sentimos, si no la pisamos, si no la recorremos, si no la olemos, nunca seremos capaces de amarla y mucho menos de apreciar el vino que nos da. A mí eso me parece una chorrada solemne, qué quieres que te diga, pero es una buena ocasión para pasear fuera de la oficina, tomar el aire y conocernos un poquito mejor. ¿No te parece? ¡Además los dueños son los que pagan! ¡A mandar!
Dejamos atrás nuestras oficinas, nuestras naves y nuestros depósitos. Y más atrás aún la carretera, la urbanización y las torres del castillo. Ella me acompañó atenta entre las hileras de viñas, dispuesta a sostenerme si resbalaba. El suelo húmedo aparecía sembrado de racimos que habían caído enteros y maduros. La tierra mojada inundaba mi nariz, mezclada con aroma de sarmiento, de uva y de cierzo fresco. Pese al barro que me engullía hasta casi la rodilla, disfruté de la compañía de Alicia y de sus primeros consejos en mi puesto de trabajo.
Entre las cepas, con la cerviz gacha, temporeros y temporeras de Marruecos, Ucrania, Ecuador, Senegal, Colombia, Argelia o Rumanía se afanaban en el corte. Con habilidad paciente despojaban a las vides de los racimos de fruto que luego secaban con mimo y un trapito antes de arrojarlos en los grandes cestos de mimbre o goma. Los granos mojados podían perjudicar la calidad del resto de la uva.
Alicia fue capaz de saludar a casi todo el personal por su nombre de pila. Otra buena enseñanza sobre cómo dirigir un departamento de recursos humanos. Hola Miguel. Hola Baschir. Hola Oksana. Hola Fernando. Hola María. Hola Nicolae. Hola Vladimir.
Hola Saleha.
Hola, doña Alicia, contestó en medio de una sonrisa sin dientes una mujer de cara arrugada, atrozmente doblada bajo el cesto repleto que transportaba hasta el remolque donde otros trabajadores descargaban sus capazos.
Impactada por la escena, no pude evitar preguntar:
—¿Es normal que una mujer tan mayor cargue con semejante peso?
Así conocí la historia de Saleha, nuestra Saleha.
Nador.
Cualquier mañana de uno de los muchos meses del año que no pasa vendimiando en Olite.
No son las cinco todavía. Ella espera a pie de carretera, cerca de su casa de muros de adobe y techos de plástico y uralita. Destemplada. Tiritona. Su primo la recoge con un Mercedes desvencijado. Y en su ruta hacia Beni Enzar, en la frontera con Melilla, otras personas montarán. Y formarán una caravana con otros coches de otras carreteras. De otros pueblos. Repletos de pasajeros, también. Mujeres en su mayoría, también. Han de estar ahí antes de las seis. El Mediterráneo apenas empieza a vestirse de naranja en el horizonte. Todos hacen cola frente al puesto fronterizo. En un momento indeterminado, alrededor de las nueve, el gendarme abre perezoso la verja, la masa cruza ordenadamente la tierra de nadie y hace cola otra vez.
La Guardia Civil.
¡Orden! Pasaportes. Abra ese paquete. Adelante. Despacio. Alto. ¡Sin empujarse, mecagoendiós!
Así cada mañana. Cientos de personas. A veces miles. Caminata polvorienta. Pinos. Bajeras con letreros. Se alquila. Eucaliptos. Bares abiertos, olor a café y bollos y ni un euro en los bolsillos. Europa en África.
Cuando se acercan a la explanada aparecen varias camionetas blancas. Los más rápidos echan a correr hacia ellas, sin siquiera esperar a que se detengan. Abren las puertas y buscan los fardos más grandes, los más pesados. Se paga por kilos, nunca más de seis euros el bulto. Ropa usada, papel higiénico, galletas, compresas, macarrones, toallas. Las mujeres, más lentas, aún habrán de caminar casi un kilómetro por senderos de tierra, polvo o barro, hasta las naves industriales en las que los contrabandistas españoles almacenan su mercancía.
Y lejos, tan lejos que ni se ven, la ciudad modernista, con la Casa Tortosa, el edificio La Reconquista o la Casa Melul, la Mezquita del Toreo, el puerto deportivo, la playa del Hipódromo, la iglesia de la Purísima Concepción y el cuartel de Regulares. Y cerca, tan cerca que se huelen, el vertedero y las chabolas de subsaharianos y paquistaníes.
Saleha emprende el camino de vuelta hacia Marruecos. Sesenta kilos crujen sus vértebras. Hay quien es capaz de transportar cien. Sudor y lamentos. Plegarias musitadas. Pies a rastras. El cuello ligeramente incorporado. La frente alta bajo el hiyab. Pasos muy breves.
Las motos y los coches esquivan en los pasos de peatones a los porteadores que apenas pueden ver dónde pisan. Se tambalean. Es el Barrio Chino. Por fin llegan a la jaula, al torno que gira y gira para darles paso desde el lado español.
A partir de ahí unas docenas de metros entre paredes de ladrillo coronadas por alambre de espino. Un horno en verano. Una nevera en invierno. Una ratonera siempre. Nada que beber y menos si es Ramadán. Apenas hay espacio suficiente para una de estas filas de mulas humanas.
Es el Pasadizo.
En el lado marroquí, el gendarme cobra su rasca, su mordida. Unos céntimos por cada fardo. Son las tasas que gravan la importación de mercancías.
Eso es lo que les explica, y sonríe.
Didáctico.
Cínico.
Cabrón.
Ya de nuevo en Beni Enzar, Saleha busca a su primo, el del Mercedes. Le ve hablar con otro hombre tan malencarado como él. A duras penas se desprende del bulto, que suelta a sus pies, aliviada. Intenta enderezar la espalda. Duele. Duele mucho. Muchísimo. Esconde un billete de cinco euros en un saquito de arpillera que oculta entre lo que queda de sus pechos flacos y resecos y vuelve a la frontera a la carrera, intentando evitar que los pies cansados se le enreden en la chilaba. Si tiene suerte, conseguirá un segundo paquete. Otra vez sesenta o más kilos de ropa usada, papel higiénico, galletas, compresas, macarrones, toallas. O un par de neumáticos viejos y desgastados. Como ella.
Si tiene suerte.
Por eso apenas necesito unos segundos para comprender que casi no le cueste esfuerzo cargar con los cestos llenos de uva y esperanza y volcarlos con tanta facilidad en el remolque.
Hola, doña Alicia, sonríe al pasar de nuevo.
Mi jefa me explica:
—¿Sabes? Cada año Saleha se lleva dos botellas de vino joven, etiquetadas, a su casa de Nador. Dice que su marido las guarda en una repisa, sobre la cocina de leña. Son musulmanes. No se las beberán. Pero las conserva con celo y orgullo, porque son los trofeos de su mujer, sus propias Copas de Europa, las que se gana cada septiembre cuando viene a trabajar aquí. Año a año, capazo a capazo, arrancadas a la tierra. A esta tierra, a la que pisas, a la que debemos aprender a sentir, a la que debemos aprender a amar, como quieren los dueños.

 

Ha pasado el tiempo desde aquel paseo matinal que arruinó mis zapatos vainilla y los bajos de mi único pantalón decente.
Las vendimias se han sucedido.
Una tras otra.
La becaria superó su trauma del primer día.
Demostré no tener un pelo de tonta y aprendí mucho de nóminas, contratos, permisos de trabajo y seguros sociales.
Y de vino.
Con mis primeras cuatro perras fui otra vez a Zara y me compré traje y zapatos nuevos. Ya no se llevaba el color vainilla.
Terminadas las prácticas, pasé a formar parte de la plantilla de la bodega. 
Y, con mis primeras canas teñidas, llegué a gerente.
Saleha ya había dejado de venir a Olite al final de cada verano.
Pero yo copié su vieja costumbre. Cada Navidad, nunca me olvido de enviar una caja de doce botellas a mis abuelos en Bulgaria.
Para que las compartan.
Con mis tíos y mis primos.
Y para que se acuerden de los parientes que hace ya tanto tuvimos que instalarnos en esta tierra.

 
 

domingo, 12 de octubre de 2014

Beautiful Rhodesia en Mis queridos sabuesos

Mis queridos sabuesos es el blog en el que, desde hace años, Julio de Mingo retrata a los detectives de novela que más le llaman la atención.

Hoy ha dedicado su entrada a Arnaiz y Bokosa y me da dado un alegrón.

Aquí os lo dejo.


El ex guardia civil y agente del CNI Miguel Arnaiz y Sandra Bokosa, detective de la Policía Republicana de Zimbabwe, son los principales protagonistas de la novela "Beautiful Rhodesia" (2011), del escritor Carlos Erice Azanza.

Arnaiz ahora colabora con el Centro Nacional de Inteligencia. Ha sido Guardia Civil y recuerda sobre todo cuando estaba destinado en Navarra en misiones antiterroristas. Lleva la cabeza rapada. Viste unos pantalones Aberdeen. Fuma mucho. Bebe whisky sin hielo. A veces se come una pizza mal descongelada.

Sigue leyendo aquí.


 

jueves, 22 de mayo de 2014

Beautiful Rhodesia, en Microcosmos Literario

María José Aguilar Rueda, ganadora del López Torrijos 2013 con Siete puentes sobre el Sena, comenta con amabilidad Beautiful Rhodesia que, años después me sigue dando alegrías como esta.

Muchas gracias, pues, María José.



Beautiful Rhodesia, de Carlos Erice Azanza, fue la ganadora del III Certamen López-Torrijos y Montalvá. Desde que la tuve en mis manos, llamó poderosamente mi atención. Cuando leí la sinopsis, supe que me gustaría. Y así ha sido. 

La ambientación de la novela sobresale en una trama construida sobre el enigma de la muerte de la hija del embajador español en Zimbabwe. La historia nos traslada a Rhodesia, lugar que llegamos a contemplar con nuestros propios ojos gracias a las cuidadas descripciones que Carlos nos ofrece. Podemos ver cada uno de los escenarios en los que transcurre la acción como si estuviésemos frente a ellos. Miguel Arnaiz y Sandra Bokosa, encargados de investigar la muerte de la joven, se presentan como personajes complejos que tienen que hacer frente a las contradicciones que el desempeño de sus funciones generan. 
 
 
 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Peñas de Pamplona, una historia viva

Faltan ya pocos días, muy pocos, para presentarnos en sociedad; días, por otra parte, de ilusión, de esperanza y de nervios. Y de ganas de que todo salga bien.

Faltan, sí, pocos días para que vea la luz este proyecto en el que he estado inmerso durante tres años y medio.

Un proyecto ambicioso, multidisciplinar, un proyecto que recoge el esfuerzo de docenas de personas que hemos querido rendir homenaje a nuestra ciudad, a nuestras peñas y a nuestras fiestas de San Fermín. Un proyecto que es, en sí mismo, una forma de mostrar al mundo esta manera tan particular que tenemos de entender la fiesta, la cultura y la participación ciudadana altruista.

Durante tres años y medio nos hemos convertido en expertos y expertas en Historia, en Archivística, en Fotografía, en Dibujo, en Diseño, en Investigación, en Maquetación.

Por fin vais a conocer el fruto de nuestro trabajo.

Los días 28, 29 y 30 de marzo, en nuestra querida Plaza de Toros, os presentaremos Peñas de Pamplona, una historia viva - Iruñeko Peñak, historia bizia.

Con este libro podrás acceder a más de cien años de historia, de pancartas, de fotografías.

Más de cien años de historia de peñas y todo un futuro por delante.

Solo nos queda esperar que os guste.

Así que os esperamos, esos días, en la Plaza de Toros de Pamplona.



Aquí tenéis el programa (pincha sobre la foto para verlo en grande)

jueves, 13 de marzo de 2014

La dama de Monte Arruit

El pasado 7 de marzo, en Aranda de Duero, este cuento resultó ganador del X Certamen de Relatos por la Igualdad de Género. Para mí iba a ser una jornada de fiesta pero, una vez más, el terrorismo machista nos amargó el día.

Foto: Diario de la Ribera


Aquí os dejo el relato.


La dama de Monte Arruit


Siempre, siempre me han llamado marimacho. ¿La razón? Si te soy sincera, no tengo ni puñetera idea. Tópicos, supongo. Y la gente, la gente, que le gusta mucho hablar, hablar y hablar, hablar por no callar, siempre raja que te raja, sobre los demás, claro, como si no tuvieran bastante con sus vidas; qué simple es la peña, hay que joderse, qué simple, y qué cotilla, y qué imbécil.

         Crecer rodeada de hermanos, jugar a balonmano desde los siete años, maquillarme cuatro veces contadas al año o haber estudiado FP, rama mecánica.

         Por lo visto, eso marca.

         Que te vean siempre con el pelo corto y el mono azul de prácticas manchado de grasa o que no se te haga el coño agua ante el primer chulazo guaperas que te mire en un bar.

         Marimacho.

         Así te llaman.

         Aunque los tíos me ponen, joder, vaya que si me ponen.

         Pero parece que hay uno que no se quiere dar cuenta.

         Aunque ese sea otro tema.

         En fin.

         El caso es que, cuando montamos la fiesta para celebrar mi enganche, no fue demasiada la gente que se sorprendió. Mi madre muy poco y mi padre todavía menos. Y a los imbéciles de mis hermanos les dio igual. Eso sí, mis amigas se hartaron de pedir y, sobre todo, de imaginarse explicaciones.

         A la Legión, qué guay, tía.

         ¿A la Legión? Estás chalada, tía.

         La Legión. Eso estará lleno de tíos, tía.

         Nunca he tenido claro el porqué, pero sentía curiosidad. Curiosidad y atracción. Verles de cría en los desfiles de la tele, en mangas de camisa pese al frío de pelotas, el paso a toda leche, el mentón bien tieso y la cabra, claro, siempre la cabra, la borla del chapiri danzando al ritmo de ese trotecillo tan cómico.

         De aquellos sueños infantiles vinieron estos lodos adultos. Cuando te planteas en serio la idea, las dudas se te agarran al alma y no te sueltan, que si esto que si lo otro, que si es un trabajo vocacional y no estás muy segura, que si es solo para gente muy muy muy convencida. Comerte el coco sobre la almohada, hasta las tantas, los ojos como platos clavados en el techo, pensando en si servirás o no.

         Miedo, miedo al fracaso, miedo a no poder.

         Miedo a no volver.

         Darle vueltas a si no sería preferible buscarse un curro más sencillo, más normal, más como para mí, más femenino, como te llega a decir algún —o alguna— gilipollas.

         Pero no. Te lanzas. Empiezas a prepararte y superas los obstáculos, los que te has puesto tú, los que te pone esta sociedad y toda la retahíla de pruebas físicas y psicotécnicas que hay que pasar antes de que te admitan.     



No fueron fáciles los meses de instrucción en Viator, lejos ya de casa; saltar de la cama a toque de corneta, a formar, a correr, pedregal arriba, pedregal abajo, la mochila cargada, el uniforme empapado de sudor, de lluvia, el hombro amoratado tras cada práctica de tiro y las botas, siempre las putas botas, jodiéndote los pies.

         ¿Novia de la muerte?

         Los cojones, novia de las ampollas.

         La verdad es que éramos pocas. Pocas y, al principio, bastante asustadas. Las damas legionarias. No sabíamos muy bien dónde caíamos, cómo nos iban a tratar, si nos iban a infravalorar, por ser chicas, o a hiperproteger, por lo mismo. Y no sabíamos con cuál de las dos alternativas quedarnos.

         Si es que alguna de ellas era preferible a la otra.

         Pero no hizo falta elegir una, no. Porque al final resultamos ser como todos, sin polla y con tetas, eso sí, pero iguales, como nuestros compañeros, como los caballeros legionarios.

         Y ya hace tiempo que el cuartel Millán Astray se ha convertido en mi casa, nuestra casa, una casa que muchas tardes se escapa de esta carretera de Rostrogordo y se pierde por La Taberna Andaluza, el Döner King de Juan Carlos I, los chanquetes del Caracol Moderno, los boquerones de Casa Juanito o los zocos árabes de las callejuelas del Mantelete.

         Orgullosas de nuestro trabajo, de habernos hecho un hueco respetado en este mundo tan, hasta anteayer, de hombres, solo de hombres, de los más hombres de todos. Y de no haber tenido que, por ello, renunciar a nuestras cosas, a nuestras chorradas y no tan chorradas, a salir de compras, a cotillear, a pintarnos el ojo o a querer ser madres.

         Felices en Melilla.

         Aunque a veces saltemos un fin de semana a la península, a Málaga, por ejemplo, para cambiar de aires y de juerga. Incluso hay ocasiones en las que subo un poquito más, a mi antiguo hogar, para ver a mis padres y a los imbéciles de mis hermanos.

         Ya veo que el ejército en África te sienta de maravilla, hija, no es como en mi época, me suele soltar mi tío, que hizo la mili en el Sáhara, a sesenta grados al sol. Cada vez que le veo, el tío sube la temperatura otros cinco grados; seguro que, para cuando les visite en Navidad, el termómetro de su memoria habrá superado los cien. Imagino que, cuando sea vieja y se me caiga fofo el culo, me pondré igual de pesada recordando el Líbano y Afganistán, las patrullas, las imaginarias, el calor y las bombas.

         Hoy es domingo, anoche tuve guardia, hoy toca fiesta y la aprovecho en la playa de San Lorenzo. El bikini me sienta bien, solo faltaría, con diez kilómetros diarios de carrera continua y no sé cuantas horas de gimnasio. Aunque a veces dé un poco de vergüenza nuestra piel legionaria bronceada a dos colores, con estos brazos que más parecen de ciclista, albañil o taxista.

         Hace un rato que Rafa se ha traído su toalla y se ha sentado a mi lado. Nos llevamos de puta madre, es majo, amable, buen compañero, se puede hablar con él y no es feo. Polvable, dice la cabo Sáez. Y estoy de acuerdo, aunque no sea, ni de lejos, el más guapo del Tercio Gran Capitán. Pero en fin, que yo no busco eso, o sí, ya veremos, yo qué sé.

         —¿Te apetece que hagamos algo esta tarde? —me pregunta.

         Por un momento fantaseo con las opiniones de la cabo Sáez.

         Una vez descartadas, me incorporo, me recuesto sobre los codos y giro la cabeza, mi barbilla señalando al sur, los ojos entrecerrados por culpa del reflejo hiriente del sol sobre la arena y el Mediterráneo.

         —¿Marruecos?

         —No sabía que te gustara fumar —me suelta Rafa.

         —Y me gusta, pero me sienta de culo —le contesto—. Me refería a otra cosa, más en plan tranqui, en plan excursión.

         Rafa pone cara de majadero, esa tan común entre los tíos, y termina por ponerse de pie.

         Se sacude la arena de las piernas y los brazos y me ofrece su mano.

         —En marcha, tía.


Estamos en Monte Arruit. Me he alejado un poco de Rafa, quiero estar sola. Tal vez este sea el motivo por el que yo quiera currar aquí, en el ejército, en la Legión, en África.

         Sí, puede ser.

         Aquellas historias terribles que me explicaba mi abuelo de cría, a la hora de la merienda; que me repetía lo que su tío le contara en su día sobre mi bisabuelo, sobre el padre de mi abuelo, que murió aquí.

         Mi sangre.

         Una no puede evitar el escalofrío. No. Aunque el aire que sople sobre estos pedregales sea seco y caliente. Imaginas a tres mil hombres sitiados, mal armados, mal vestidos y peor calzados, hambrientos, heridos, atrozmente sedientos. Mal dirigidos. Las granadas de mortero de los rifeños, las ráfagas de ametralladora, los disparos aislados en la noche, la fiebre, las bocas secas, el aullar de los animales y los labios despellejados.

         A veces los moros prometen cosas, que les van a hacer llegar víveres, agua, medicinas. Ofrecen treguas, negociaciones. Hay quien les cree, hay quien no. Como hay quien cree que va a aparecer una columna de Melilla en su auxilio, que se lo ha soplado un sargento de Pontevedra, que lo sabe todo, que es inminente. Pero que nunca llega. Como mucho, a veces, un aeroplano deja caer cuatro sacos con comida y hielo, para suplir la carencia de agua. Aunque los paquetes casi siempre aterricen detrás de las líneas de los hombres de Abd-el-Krim.

         Y hay también quien se cabrea, quien no aguanta más, y culpa a los ministros, a los generales, al rey, ¿qué hostias hacen en este puto monte en un país que no es el suyo? ¿Por qué no están aquí los hijos de los ricos? ¿Eh? ¿Por qué? ¿Por qué solo mueren los pobres?

         Indignación. Miedo. Frío. Calor.

         Sed.

         Moscas.

         Agotamiento.

         El 9 de agosto de 1921 el general Navarro recibe un mensaje por heliógrafo. Ha sido autorizado a rendirse. Los soldados de reemplazo españoles, apenas unos críos, amontonan sus armas y se preparan para un humillante y lastimoso repliegue hacia Melilla.

         Pero jamás llegarán a su destino.

         Los guerrilleros de las harkas del Rif asaltan el fuerte y los pasan a cuchillo.

         Así murió mi bisabuelo, sí, y por aquí andará enterrado, lo poco que quedara de él, más bien, aunque ahora, en este pueblo, tampoco quede nada de la época, apenas las ruinas de una aguada, el humilde depósito que abastecía de agua potable al puesto español.

         Sigue soplando este aire seco y caliente, que despeina y enloquece, que te trae el silbido de las balas, los gritos de agonía y el olor a sangre y alpargata.

         Y en Melilla, el pánico. Tras el desastre de Annual, la caída de Nador y Zeluán y la matanza del Monte Arruit, no son pocos los que creen que de un día para otro los rifeños serán capaces de presentarse en la ciudad y saquearla. Los más agoreros disfrutan ya, incluso, anunciando apocalípticos los aullidos, los descuartizamientos y las violaciones. Los que pueden intentan hacerse con un pasaje rumbo a la Península, en unos barcos que no aparecen. La histeria domina el muelle, y los carabineros y guardias civiles se ven obligados a disparar para protegerse de la muchedumbre que los arrolla en avalancha enloquecida.

         La llegada del Tercio de Extranjeros a bordo del vapor Ciudad de Cádiz devuelve la fe a la ciudad asustada, que los recibe entre vítores, esperanzada, aliviada, rescatada.

         Unos meses después de la matanza, la Primera Bandera de la Legión, en la que sirve el hermano de mi bisabuelo, retoma Monte Arruit. Esos legionarios crueles y feroces entierran, entre lágrimas, náuseas y gritos de venganza, los restos degollados, momificados, acartonados, consumidos y resecos de aquellos soldados desgraciados. A su vuelta, el hermano de mi bisabuelo es clemente con mi tatarabuela y mi bisabuela. Les miente, tranquilas, que he podido identificar el cuerpo y enterrarlo cristianamente; tranquilas, tranquilas, que ya descansa en paz.

         Nunca les enseñará a su madre ni a su cuñada embarazada las fotos de aquellos cientos de cadáveres irreconocibles a los pies de los muros del fuerte, pasto del sol y las alimañas.

         —¿Por qué lloras, señora? —un mocosete del pueblo, de unos diez años, con camiseta del Barça, pantalón de chándal y acento bereber, me observa con ojos más grandes que su cara.

         —Es que aquí murió mi bisabuelo. Hace muchísimos años.

         El chaval pone cara de extrañeza, aunque acaba por encogerse de hombros y me sonríe cómplice:

         —Y mi tatarabuelo. Lo mataron los españoles.

         Me acerco y le acaricio la mejilla con la mano todavía húmeda de mis lágrimas escondidas.

         —Eso no volverá a pasar, chaval. Nunca.

         Ya de camino al coche de alquiler, Rafa me pregunta:

         —Y dime, mi querida dama legionaria, ¿estás bien? ¿Has encontrado lo que buscabas?

         No digo nada, pero asiento sutilmente, de forma casi imperceptible. Aunque, para mi sorpresa, parece que Rafa lo nota, asume el dolor de mis recuerdos familiares y cambia de tema, como quien no quiere la cosa, como quien no quiere molestar.

         Giro la llave del contacto y quito el freno de mano del coche de alquiler.

         —Por cierto, chica, ¿quién era ese crío?

         —Un amigo, Rafa, un amigo.

 

martes, 25 de febrero de 2014

Ganador del X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género

Ya he comentado en otras ocasiones que mi apuesta por la igualdad entre las personas la canalizo a través de la literatura.

Por eso, cuando suena la flauta y te lo reconocen, la alegría es doble.

Como hoy, cuando he recibido una llamada de Azucena Esteban, concejala del Ayuntamiento de Aranda de Duero.

La dama de Monte Arruit, una historia de legionarias destacadas en Melilla, ha ganado su X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género.

Pues eso, que seguiremos luchando por la igualdad.

De todos.

De todas.




jueves, 26 de diciembre de 2013

Entrevista en La Nueva Ruta del Empleo

Hoy me han entrevistado en La Nueva Ruta del Empleo. Hablamos de Beautiful Rhodesia y de unas cuantas cosas más.

Aquí os lo dejo.


LNRE: Beautiful Rhodesia y en la foto de portada del libro, nos encontramos con el hueco que deja el disparo de una bala, entiendo que lo que vamos a leer ya no es tan beautiful ya que es una contradicción, ¿no? ¿por qué esa pasión por escribir novela negra Carlos?CE: El título tiene una explicación y no es otra que Beautiful Rhodesia es el modo en el que los blancos de Zimbabwe, sigan viviendo allí o no, recuerdan los tiempos “maravillosos” en los que ellos manejaban todos los resortes del poder económico y político del país, pese a no suponer ni el 5% del total de la población.
Respecto a mi posible pasión por escribir novela negra, eso no lo tengo tan claro. Ni siquiera tengo claro que Beautiful Rhodesia sea estrictamente una novela negra. A veces la he calificado, más bien, de novela cebolla, por las distintas capas que la envuelven. Es policíaca, sí, pero también histórica, social, política o, por qué no, romántica.

LNRE: Al leer tu novela y desde mi punto de vista, buscas una especie de confraternización pese a los colores de piel ya que el alma humana sea de un color u otro hace, crea, genera, realiza… las mismas barbaridades, ¿es así?


CE: No sé si confraternización es la palabra exacta. Sí coincido en que el hijoputismo no depende del color de la piel. Y si algo queda claro en Beautiful Rhodesia es la habilidad que tienen ciertas élites, más allá de la raza a la que pertenezcan, a mantenerse siempre arriba, en el poder, se tenga el sistema político que se tenga, gobierne quien gobierne. Y eso podemos verlo bastante cerca, no necesitamos irnos hasta África para comprobarlo.

Lee la entrevista completa aquí.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Entrevista en Leyendo se entiende la gente

Carlos Erice (Pamplona, 1971) es Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.
Es autor de Beautiful Rhodesia novela ganadora del III Certamen López Torrijos, publicada por Ledoria.
También ha obtenido premios en numerosos certámenes de relatos, como el Paso del Estrecho, el de Relato Breve del Ayuntamiento de Pamplona o el MostrARTEnavarra, o este año el Relato Reino de Tartessos en Guadix (Granada).
 
  •  ¿Recuerdas las lecturas de tu infancia?
¡Sí, claro! De crío yo era muy de cómic, “Astérix”, “Tintín”, “Mortadelo y Filemón” o incluso los “Don Mikis”. Y, si hablamos de novelas, me deslumbró La isla misteriosa de Julio Verne y dos series “policíacas”, “Los tres investigadores” y “Balduino Pito, maestro de detectives”, de Wolfgang Ecke. Luego, conforme me iban saliendo granos y bigote, empecé a darle a Frederick Forsyth y Sven Hassel.
 
  • ¿Cuáles son tus géneros favoritos?
Sobre todo leo novela y algo de relatos. Dentro de la novela, me chifla la negra, pero también cualquiera que tenga que ver con la Historia del siglo XX. Es una época terrible, guerras, colonialismo, revoluciones…, pero la encuentro fascinante, con hitos como la lucha de África por su independencia o la de la mujer por obtener la igualdad.
 
  • ¿Qué título que hayas leído recientemente nos quieres recomendar?
Venga, os recomiendo dos thrillers excelentemente escritos, El leopardo de la medianoche, del sudafricano James McClure, ambientada en la Sudáfrica del apartheid, y Correr a ciegas, de Javier Díez Carmona, que narra las peripecias de un fugitivo vasco en la Nicaragua postsandinista. En ambas se combinan dos de mis pasiones, género negro e Historia Contemporánea. Por otra parte, os recomiendo no perder de vista a autores navarros como Patxi Irurzun, Mikel Alvira o Eduardo Laporte y, en euskera, a Jon Arretxe y Alberto Ladron Arana.
 
 
 
 
 
 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Volvemos a la senda del triunfo

Ayer se hizo oficial. Tras un par de años de menciones, accésits y puestos de finalista, he vuelto a ganar un concurso. Ha sido en Guadix, en Granada.

Para quienes disfrutamos alimentando el ego, recibir una noticia de este pelo nos hace sacar pecho, pues han concurrido más de cien relatos, procedentes de todos los países de habla hispana.

El jurado de la primera edición del Certamen Internacional Reino de Tartessos ha tenido la osadía, pese al riesgo que ello supone, de premiar mi relato Ese condenado hombre del tiempo.

En esta historia, que tanto debe a lo que yo llamo ruralismo mágico, todo un pueblo se agolpa ante el televisor para conocer, en blanco y negro, el pronóstico meteorológico en vísperas de vendimia. De este modo se establece una pugna, a través de los años, entre agricultores y ese condenado hombre del tiempo, que siempre, creen, les arruina los viñedos.

Padaya editará un libro con este relato y el resto de finalistas.

Aquí podéis conocer el contenido del fallo del concurso.

Solo me queda darle las gracias al jurado y animar a la organización para que esta sea la primera de muchas ediciones de este certamen literario.

Gracias, pues, de nuevo.

A todos.

A todas.

 

martes, 17 de septiembre de 2013

Finalistas y finalista

Hace unos días se dio a conocer la lista de finalistas del Premio Setenil al mejor libro de relatos editado en el último año.

Produce mucha alegría encontrarte entre ellos a autores a los que admiras, como Montero Glez, a los que te ganan un premio tras otro, como Miguel Sánchez Robles, o, simplemente, a los que escriben como los ángeles, como Patxi Irurzun.

Desde luego, a ver si hay suerte y gana Patxi; así, de paso, igual hasta me invita a una caña.

Estos son los diez títulos seleccionados:

La tristeza de las tiendas de pelucas, de Patxi Irurzun (Pamiela)
Aquí yacen dragones, de Fernando León de Aranoa (Seix-Barral)
Lazos de sangre, de Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma)
Interior azul, de Anna R. Ximenos (Fondo de Cultura Económica)
Las batallas silenciosas, de Juana Cortés Amunarriz (Baile del Sol)
Vae victis, de Luis del Romero Sánchez-Cutillas (Tantin)
Vigilias efímeras, de Sergio Coello (Atlantis)
La piel de los extraños, de Ignacio Ferrando (Menoscuarto)
La soledad de los gregarios, de Miguel Sánchez Robles (Diputación de Cáceres)
Polvo en los labios, de Montero Glez (Lengua de Trapo).

Por otra parte, también se ha fallado un concurso novedoso, el Sucedió en la Feria, dedicado a las fiestas de Albacete que hoy terminan y en la que he resultado finalista, condición que he compartido con otro señor cuya obra admiro, Miguel Ángel Carcelén, que me precedió en su día en el palmarés del Premio de Novela López Torrijos.

Apoyando a Patxi Irurzun (foto Carmelo Butini)