Al hilo del éxito arrollador de El guardián invisible de Dolores Redondo, Iban Zaldua comentaba el otro día que el nacimiento del thriller navarro no es cosa de 2013, sino que viene de antes, de mucho antes. Mencionaba, entre otros, a Jon Alonso, Aingeru Epaltza y Alberto Ladron Arana, figuras portentosas de la novela de intriga en euskera. No sería justo tampoco olvidarnos de Jon Arretxe.
En castellano, otra mujer, Reyes Calderón, triunfa con novelas que mezclan lo policíaco y lo judicial. Y tampoco deberíamos olvidarnos de mí mismo, coño, que por algo me llevé el López Torrijos de 2011 con Beautiful Rhodesia.
Este año, los castellanoleyentes hemos tenido la oportunidad de acercarnos a la traducción de Arotzaren eskuak, Las manos del carpintero, de Alberto Ladron Arana.
Y me la he merendado en dos tardes.
Con una protagonista femenina espléndidamente dibujada, acosada por sus problemas de autoestima, y que no duda en sumergirse en sus fantasmas familiares para verse inmersa en una trama de investigación que mezcla asesinos en serie, robos de arte y Segunda Guerra Mundial, Ladron Arana nos lleva a ritmo trepidante por Navarra, Gipuzkoa, Iparralde y Francia. Su prosa hábil así se lo permite, desvelando con dosis medidas cada elemento de la trama, de forma que no puedas despegarte de sus páginas.
No es de extrañar, pues, que la versión en euskera ande ya por la decimoquinta edición.
Así que ya tengo ansiedad por encontrar en las librerías traducciones de sus otras novelas.
O por volverme al euskaltegi.
En castellano, otra mujer, Reyes Calderón, triunfa con novelas que mezclan lo policíaco y lo judicial. Y tampoco deberíamos olvidarnos de mí mismo, coño, que por algo me llevé el López Torrijos de 2011 con Beautiful Rhodesia.
Este año, los castellanoleyentes hemos tenido la oportunidad de acercarnos a la traducción de Arotzaren eskuak, Las manos del carpintero, de Alberto Ladron Arana.
Y me la he merendado en dos tardes.
Con una protagonista femenina espléndidamente dibujada, acosada por sus problemas de autoestima, y que no duda en sumergirse en sus fantasmas familiares para verse inmersa en una trama de investigación que mezcla asesinos en serie, robos de arte y Segunda Guerra Mundial, Ladron Arana nos lleva a ritmo trepidante por Navarra, Gipuzkoa, Iparralde y Francia. Su prosa hábil así se lo permite, desvelando con dosis medidas cada elemento de la trama, de forma que no puedas despegarte de sus páginas.
Así que ya tengo ansiedad por encontrar en las librerías traducciones de sus otras novelas.
O por volverme al euskaltegi.